Coronavirus. El ritual teatral en suspenso
El teatro es de las pocas manifestaciones artísticas, sino la única, que reclama el encuentro entre público y escena. Su esencia está en esa relación, en ese entre –ya lo dijo el teórico y director Eugenio Barba– sin el cual nada tiene sentido. El espectador, aun relegado a las sombras y en silencio, completa la obra, la aplaude, la celebra, incluso la odia. Medio año (por lo menos) de teatros vacíos, de salas esperando ese encuentro, de escenografías congeladas que quedaron en pausa a partir del aislamiento decretado a mediados de marzo. Y, sin embargo, extremando sus límites, poniendo todo en cuestionamiento, pensándose nuevamente, cambiando de piel, el teatro sigue firme, anhelando por fin esa convivencia que restablecezca su armonía.
Mientras se espera la nueva normalidad, el espacio virtual se estira, crece. "La pandemia acelera el fin de la era Guttemberg –cuenta Jorge Telerman, director del Complejo Teatral de Buenos Aires–, que fue el otro gran cambio, cuando la imprenta posibilitó la edición de libros y su circulación, acrecentando el espacio del saber. En estos años, la revolución científico-técnica y en particular la de las telecomunicaciones ya venían dejando huellas y surcos en la actividad cultural, pensada en términos muy amplios. Estas cosas nunca sustituyen, sino que agregan. No tengo miedo: esto no significa en ningún caso la muerte del teatro, porque la aparición de la vacuna o de la farmacología que permita la cura de esta pandemia, como ha sucedido con todas las anteriores, nos va a permitir la vuelta a las salas. ¿Por qué vamos a ser tan melancólicos de creer que esta vez no será así? No soy apocalíptico; mientras tanto, uno tiene que buscar respuestas y alternativas pasajeras para que luego también se agreguen".
De fondo está la escenografía de Happyland, el musical histórico que escribió Gonzalo Demaría y dirigió Alfredo Arias y estaba realizando funciones; quedó así, montada, congelada. La imagen puede resultar futurista, la incertidumbre se instaló en el mundo y aunque algunos se muestren optimistas, resulta distópica: salas vacías, dos metros de distancia entre las personas, barbijos, alcohol y protocolos sanitizantes.
"La temporada va a seguir tal como la habíamos pensado, diseñado y anunciado a partir del primer día en que se pueda volver al teatro y haremos como si fuese el día siguiente de ese triste de marzo en el que tuvieron que bajar todos los telones del mundo. Mientras, diseñamos algunas estrategias esperando que se apaguen las luces y se abra el telón a algo que nos va a modificar la vida como nos pasa a cada uno de nosotros cuando vamos al teatro".
Algo tan sencillo, simple, histórico e irreductible: el teatro solo puede definirse por esa relación entre escena y espectador que en proximidad viven un hecho único e irrepetible. Fugaz. Menudo adjetivo para tiempos de almacenamiento y reproducción compulsivos.
"Cuando nos dimos cuenta de la inminencia de tener que cerrar Timbre 4 las palabras que nos dijimos fueron: ‘Hay que seguir, como sea. Esto va a pasar y cuando pase nos tiene que encontrar a todos activos, juntos, lo más felices posibles y con ganas de seguir. Cuanto más juntos y adentro del barco estemos, más fácil va a ser remontar todo lo que se haya caído’. Por entonces no sabíamos cuánto sería. Hicimos cálculos de cuánto tenía cada uno, cuánto había ahorrado, cuánta cosa se podía poner en el caso del mayor riesgo. Como sea, íbamos a mantenernos todos juntos adentro. Y a asumir nosotros como directores la responsabilidad frente a los que trabajan en Timbre", dice Claudio Tolcachir, director general de esta escuela de actuación y sala teatral. En este tiempo original y extraño, dos de sus obras, La omisión de la familia Coleman y Tercer cuerpo, cumplieron 15 y 12 años respectivamente en cartel, dando vueltas por el mundo, formando parte de decenas de festivales. No es la mejor forma de cumplir años, está claro. Lo que habían imaginado eran funciones extraordinarias, festejos, encuentros. De todas formas, celebraron haber podido mantenerse juntos.
Timbre 4 estuvo en este tiempo pandémico a la vanguardia de cuanto proyecto haya aparecido. Reproducciones de obras grabadas al día siguiente del decreto, obras hechas especialmente en estos meses, entrevistas con artistas, gorras virtuales, cruces con Europa y ciclos especiales; incluso la escuela de actuación se modificó para poder seguir funcionando, cumpliendo los objetivos de cada año que fueron pensados hace ya mucho tiempo. El sillón de la familia Coleman, el escritorio de la ya emblemática oficina de Tercer cuerpo esperan en tanto el tiempo del regreso.
"Encuentro que todo es muy dramático: los sueños que se cortaron, los estrenos que no se hicieron, las enormes dificultades económicas de mucha gente; pero al mismo tiempo todo esto puso blanco sobre negro cómo nos parábamos frente al mundo. Todos vamos a recordar cómo nos portamos con nuestros equipos, si lo hicimos de una manera individual o solidaria, si estuvimos atentos a las necesidades de los otros, si valoramos el cuidado, el amor y la responsabilidad con los demás. Yo no puedo dejar de pensar en los hospitales, en las guardias, en los que tienen realmente la obligación de exponerse a un riesgo. Entonces, tengo el compromiso de ser creativo y buscar soluciones. Por supuesto que le exigimos y le pedimos al Estado que nos mire como a cualquier otro trabajador que se quedó sin nada. Es importante saber quiénes somos, cuántos somos, qué necesitamos, y es muy importante defender nuestros lugares, pero entiendo perfectamente por qué las salas están vacías, así como no entiendo para nada por qué hay determinados programas de televisión que encima cuestionan el aislamiento, eso es muy dañino. Yo no voy a exponer a un espectador a una enfermedad, ni a un actor, ni a un profesor, ni a un alumno. Y tratamos de inventar otras maneras. Al mismo tiempo, le pedimos al Estado que dentro de este tremendo panorama nos vea. Y si el Estado no aparece, seremos nosotros mismos los que nos ayudaremos en red unos a otros", agrega Tolcachir, la voz de gran parte del teatro independiente que está en una zona de riesgo absoluto.
Como una metáfora más
Aquel jueves 19 de marzo quedará en la memoria de todos los argentinos. Un día que se suma a la lista corta de hitos inolvidables. Cómo una metáfora teatral insoslayable que se instala entre Lisandro Penelas y Francisco Lumerman, autores, actores, directores y dueños de la sala de teatro Moscú, llegar a la ciudad rusa era para Chejov, el mayor anhelo que podían tener sus personajes y en especial Las tres hermanas de su clásico. Llegar a Moscú es sinónimo de salvación. Así ocurre con Penelas y Lumerman, quienes además en marzo mismo habían mudado su anterior pequeña sala a esta, mucho más grande y que posibilita mayor despliegue escénico. Pero no pierden tiempo y, siguiendo el curso de la metáfora chejoviana, ensayan una versión de esta obra, Las tres hermanas, para mostrar ni bien se pueda abrir el teatro.
Lumerman, director y autor de El amor es un bien, que este marzo transitaba su sexta temporada, visita su sala junto a LA NACION revista. De fondo, la escenografía de su última obra, El río en mí; las paredes de madera de aquella casa teatral quedaron levantadas, de pie, esperando la señal de arranque.
"Cuando escribí esta obra tuve todo el tiempo presente la problemática del ser humano y las empresas en particular que quieren progresar en detrimento de la naturaleza, y cómo repercute esto en las poblaciones aledañas. Realmente no tenemos claro el origen de la pandemia, pero sin dudas vivimos un tiempo de descuido absoluto respecto del planeta y sus ecosistemas. Esta escenografía, este cuento que contábamos y que quedó en pausa es una metáfora feroz de nuestro tiempo". Cuenta Lumerman que hace poco pudo volver a la sala y reencontrarse con lo que quedó en ella. Este nuevo espacio tiene dos salas, una grande para 100 espectadores y una más chica, de corte experimental. Junto con Penelas habían abierto la primera Moscú a pocas cuadras, también en Villa Crespo, un pequeño espacio que les permitió fundar su escuela de teatro y estrenar producciones para pocos espectadores, pero grandes en términos artísticos.
Lumerman, además, había sido convocado este año desde el Completo Teatral de Buenos Aires para dirigir una versión de El amo del mundo, de Alfonsina Storni, su primera obra como director en el teatro oficial, en este caso en el Regio. Pandemia mediante, quedó detenido el proyecto y ahora retoma una especie de evocación de lo que fue el proceso creativo en formato audiovisual junto con el cineasta Benjamín Naishtat (Rojo). Además, durante este tiempo estrenó Muerde, una obra en formato streaming, en vivo, con el actor peruano Alfonso Divos; y ganó con otra una mención en el concurso propuesto por el Teatro Nacional Cervantes. "Hay necesidad de volver a la presencialidad después de esta pausa; vamos a resignificar lo que es compartir un espacio y un tiempo, cuestiones que dábamos por hecho y teníamos totalmente naturalizadas. Será muy potente el encuentro y ojalá que sea pronto".
Santiago Gobernori y Matías Feldman, ambos actores, directores, autores y docentes teatrales, habían logrado en 2008 el sueño de la sala propia. Propia es figurativo, la inmensa mayoría de espacios independientes deben pagar el alquiler, además de enfrentarse con que muchas veces los barrios que eligen son en un comienzo periféricos y luego, movida cultural mediante, se ponen de moda y eso se refleja rápidamente en la suba de los alquileres. La sala que comparten, Teatro Bravard, hace dos años se mudó a una sala mucho más grande.
"Nosotros, que somos inquilinos, veníamos mal desde hace un tiempo con todos los pagos que debíamos afrontar, así que la pandemia vino a ponernos en jaque", cuenta Gobernori. Feldman, su socio, autor del Proyecto Pruebas que viene desarrollando desde 2013 y que implica una serie de experimentos teatrales, había llevado su Prueba 7, el hipervínculo, en 2018 y 2019, a la sala más grande del Teatro San Martín. Pensaba este año continuar con la investigación y reponer algunas de las pruebas pasadas en su espacio. Todo quedó en suspenso, como la inmensa cantidad de propuestas teatrales. Las clases que ambos dictan continuaron por Zoom, pero insisten: no es lo mismo. Se necesita la presencialidad que una pantalla no tiene. "El teatro es una de las únicas disciplinas que no se ha podido desmaterializar, no puede porque es parte de su esencia. Si el teatro quiere hacerse de manera virtual, deja de ser teatro y pasa a ser algo audiovisual. Así como al radioteatro no le decimos teatro, sino radio que agarra elementos del teatro, en este caso pasa algo parecido: sería videoteatro, pero no teatro", sentencia Feldman.
Sin embargo, este tiempo expuso una necesidad: la de agruparse los docentes de teatro, que finalmente en medio de la pandemia crearon PIT, Profesores Independientes de Teatro. "Es una agrupación muy importante para este momento porque representa un sector muy activo, quizás el más importante del teatro de la ciudad, sumamente informal e invisible. Estamos hablando de por lo menos 800 docentes de teatro independiente y 25 mil estudiantes, por fuera de la educación nacional y municipal. Todos los docentes además hacemos obras de teatro y formamos gente que termina haciendo obras. Por lo cual es una usina creativa", desarrolla Feldman.
Son más de 1500 las salas de artes escénicas en el país, que deberán esperar un tiempo más porque, si bien evalúan protocolos de aperturas limitadas [al cierre de esta edición permanecen todas cerradas], como escribió Peter Brook, maestro de la puesta en escena, el escenario es el único lugar en el que puede aparecer lo invisible.
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