Guillermo creció dentro de una familia muy numerosa, influenciado por los discos de Beethoven, Bach y Vivaldi que escuchaba en el Wincofón de su padre. De más grande, la profesión que eligió le permitió cumplir un gran sueño.
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“Corría el año 2001 y estábamos inmersos en una de las tantas crisis que ha tenido la Argentina, los momentos eran de angustia. Parecía que todas las cosas se derrumbaban y que nada quedaba en pie. Un día en Purmamarca (Jujuy) un amigo me dijo una frase que terminó siendo un disparador: ‘Nos van a llevar todo, lo único que nos van a dejar son las montañas´. Y la idea me quedó resonando: las montañas iban a quedar inconmovibles ante tanto tembladeral”.
Tenaz como todo emprendedor que no se rinde y que considera que tiene que hay que actuar en los momentos difíciles y aportar a la comunidad donde vive y se desarrolla, Guillermo Assaf pensó que, en esa encrucijada, él y su familia debían hacer algo. La idea, claramente, era reinventarse con algo que tuviera que ver con el turismo, con las montañas, con Jujuy y con los colores de la Quebrada de Humahuaca. Y asumiendo riesgos comenzaron a encarar un nuevo proyecto que tenía como objetivo diversificar lo que hacía tiempo venían realizando.
Para ello, adquirieron un terreno en un lugar soñado, en las afueras del pueblo de Purmamarca, en la ruta que se encamina a Chile y a El Cruce de los Andes. Guillermo y su familia ya habían encendido el motor económico y emocional. El emprendimiento, original, viable y sustentable, empezaba a tomar forma.
Una familia muy numerosa y emprendedora
Guillermo nació en Jujuy siendo el penúltimo hijo de ocho hermanos. “Mi padre era un maestro en todo sentido. Tuvo el don de transmitirnos el entusiasmo por las cosas buenas, por la verdad, el bien, la belleza y, sobre todo, la música. Y en ese ambiente desarrollé los primeros y trascendentales gustos de mi vida”, recuerda.
Guillermo cuenta que creció influenciado por los discos de Beethoven, Bach y Vivaldi que escuchaba en el Wincofón de su padre.
“Aprendí a tocar la guitarra sólo y creí que tenía cierto talento musical. Tan es así que entusiasmado, porque me hicieron creer que tenía algún talento que en realidad no tengo, quise estudiar violín pensando que se podía hacer. Y cuando fui al conservatorio a los 14 años recibí la mala noticia de que ya era grande, cosa que no era así”, dice. En unos años, el tiempo le daría la razón.
Además del placer por la música, el padre les transmitió a sus hijos el entusiasmo por emprender. Por eso, no resulta casual que todos se hayan inclinado, sobre todo los varones, a carreras vinculadas a la arquitectura, ingeniería, ingeniería electrónica e ingeniería civil, la profesión que eligió Guillermo. En 1989 la familia montó una empresa constructora. “Y en ese empeño realmente fuimos exitosos, tuvimos el don de trabajar siempre en una Argentina que nunca fue fácil. Y sobrevivir 30 años es todo un logro”.
Nace la idea del hotel
Entonces, en plena crisis económica, política y social de la Argentina, Guillermo y sus hermanos encomendaron el proyecto al reconocido y prestigioso arquitecto Carlos “Cartucho” Antoraz, sin una idea clara al comienzo de hacia dónde iba a ir el nuevo emprendimiento.
“Se empezaba a trabajar los proyectos usando todos los elementos provenientes exclusivamente del entorno de la tierra. Se lograba la unión de la arquitectura contemporánea con los elementos nativos y ancestrales de la construcción. El resultado fue maravilloso. Una arquitectura que en lo formal es contemporánea, pero que en la sustancia es la de los materiales con los que el hombre de la Quebrada ha venido utilizando desde antiguo. Esto es, el uso del barro, de la tierra, de la madera, la piedra y la caña tejida a mano. De alguna manera todos los materiales con los que hicimos La Comarca son los mismos que obtuvimos de la misma tierra: de las excavaciones del cimiento salían las piedras y la tierra para fabricar los adobes y el techo se hacía con el barro que nosotros mismos hicimos. El lenguaje del proyecto era un caserío andino alrededor de una plaza. De ahí el nombre: una comarca, un lugar de frontera, una marca”.
La característica fundamental, cuenta Guillermo, son los colores de la tierra y la textura de la construcción que tienen al mismo tiempo el confort que ofrece la arquitectura contemporánea y el progreso que hoy en día brinda la técnica.
La fusión de sus dos grandes pasiones
Mientras Guillermo estaba abocado en la construcción de este emprendimiento, una tarde, en la plaza de Tilcara, conoció a Álvaro Cormenzana, poeta y violinista jujeño que estaba radicado en Tucumán porque tocaba en la Orquesta Sinfónica de esa provincia y tenía la misión de crear en Jujuy algo similar.
-¿Es fácil estudiar violín? –le preguntó.
-Si te gusta y te entusiasma, te va a resultar fácil –le contestó.
Entonces, Guillermo, que tenía muchos años más que los 14 de aquel momento en el que se había desilusionado porque supuestamente ya era tarde para aprender a tocar ese instrumento, arrancó con ese gran desafío que poco a poco dejó ser una utopía.
Y de esa manera fue mezclando su vida profesional con su afición por el violín y convirtió, de alguna manera, La Comarca como un lugar de recepción de todas las expresiones de música clásica que existían en Jujuy.
“La música es arquitectura en el tiempo y la arquitectura es música en el espacio”
Guillermo cuenta que su maestro de violín le mencionaba una frase “genial” que una vez se la repitió a uno de los tantos músicos que lo visitó en La Comarca: “La música es arquitectura en el tiempo y la arquitectura es música en el espacio”. Y utilizó ese argumento para amalgamar en un solo lugar los dos conceptos.
“Pensamos que en la plaza central de esta comarca podíamos organizar un encuentro de música al aire libre para unir la música con el paisaje y la arquitectura. Así surgió la idea de hacer un Festival de Música que se dio en llamar Siete Colores Siete Notas, pues hacíamos música en el medio del Cerro de los Siete Colores de Purmamarca. Logramos convocar a la Orquesta Sinfónica de la Universidad Nacional de Tucumán con más de 50 músicos en un escenario junto a violinistas tocando las grandes obras de la música clásica ante más de 600 personas. Una idea y un sueño de locos. Hasta hoy, la misma gente del lugar nos pide que volvamos a hacerlo”, se emociona.
Posteriormente a esos festivales, que se realizaron entre 2009 y 2013, se llevaron a cabo pequeños conciertos de cámara en el hotel que ya contaba con la adquisición de un piano Steinway & Sons, el Stradivarius de los pianos.
¿De qué manera se involucran estos proyectos con los jóvenes músicos locales?
La idea surgió en marzo de 2023 cuando el Trio Victoria brindó un concierto por el mes de la mujer tocando obras de compositoras mujeres del período romántico y me plantearon la idea de hacer un camping musical y traer alumnos una semana para enseñar. Romina Granata, Directora de la Audalia Foundation (una fundación de los Países Bajos dedicada a ofrecer de manera gratuita educación musical avanzada a nivel mundial para jóvenes músicos talentosos que tienen acceso limitado o nulo para este tipo de oportunidad), me hizo entusiasmar con la idea y, sobre todo, con ayudar a los chicos que quieran participar. Es una oportunidad muy difícil de lograr en esta latitud contar con músicas del nivel y del prestigio y poder tomar estas clases.
¿Cómo es la metodología de trabajo con estos chicos?
Clase individuales o master clases por instrumento y luego en función de los niveles agruparlos en formaciones más chicas como orquestas de cámara o cuartetos, tríos o dúos para que experimenten el hecho de tocar y armonizar en conjunto.
¿Vos mismo les enseñas a tocar los instrumentos?
Yo soy simplemente un aficionado al violín y estoy solo para aprender. Cada clase es como todo aprendizaje arduo. Precisa de mucho estudio y práctica en la casa para aprovechar las indicaciones de los profesores. Como toda actividad en el arte es 1% inspiración 99% traspiración.
¿Qué aprendizajes rescatás de estas experiencias?
Ayudar a que un chico pueda progresar en algún conocimiento y avanzar en la educación es un acto que nos llena de satisfacción y orgullo. Poder devolver a la comunidad y a su gente una parte de lo que generosamente recibimos como fruto de nuestro trabajo y esfuerzo es un propósito en nuestra vida. Rescato el momento en el que varias personas se juntan en torno a una obra que expresada en un lenguaje universal, como el musical, pueden generar acordes y eso es sonar con el corazón. La experiencia es maravillosamente bella.
¿De qué manera la música puede “salvar” a estos chicos y brindarles la posibilidad de soñar con un futuro esperanzador?
El escritor ruso Fiodor Dostoievski escribe en una de sus novelas una frase que debe conmovernos: “La belleza salvará al mundo”. Quiérase a no, la belleza interpretada como la plenitud de la verdad es un bien en la existencia. Debemos contribuir con nuestra acción a aportar la cuota de belleza con el pedazo de mundo que nos rodea. Haciendo eso, evitaríamos muchos males.
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