A fines de los años ‘90s, en la ciudad de Haifa, en Israel, se hizo un experimento social. El objetivo, intentar cambiar un comportamiento perjudicial y generar en su lugar una conducta social positiva. ¿Cómo asegurar que los padres que tenían que pasar a buscar a sus hijos por la guardería no llegaran tarde y que no obligaran a un maestro a quedarse después de hora? La respuesta, un incentivo monetario para modificar una conducta negativa.
En aquel caso, una multa: los padres demorados debían pagar una suma de dinero. En una suerte de espejo invertido, el experimento resuena hoy en la Argentina. Me refiero a la novedad, llamativa realmente, que llega desde la provincia de Buenos Aires, donde el gobernador Axel Kicillof acaba de decidir el pago de $500 pesos por día a los contagiados leves de la provincia para que efectivamente se aíslen.
Es decir, una suerte de premio para desalentar el no aislamiento, la conducta negativa que puede llevar a más contagios, e incentivar el aislamiento, la conducta comunitaria beneficiosa. Casi una medida neoliberal en el medio de la épica colectiva de lucha contra el coronavirus. Curioso.
Multas, premios y paradojas
El trabajo de Uri Gneezy y Aldo Rustichini, los dos autores del experimento en las guarderías de Haifa, se hizo famoso y llegó a un paper, "A fine is a price" (Una multa es un precio), publicado en 2000. La fama se debe a lo inesperado de sus resultados, y a sus implicancias sociales, que siguen vigentes.
Los resultados fueron estos, realmente contraintuitivos: en las guarderías donde se estableció la multa, de pronto, inmediatamente después de fijar el castigo monetario, de un día para el otro, las llegadas tardes de los padres se duplicaron respecto de las que se registraban antes de impuesta la multa. En cambio, en las guarderías donde no se aplicó esa penalidad, las tardanzas de los padres se mantuvieron estables. ¿Rarezas del libre albedrío?
La multa incentivó la transgresión del horario. Para los padres, pagar una multa normalizaba la llegada tarde, que se convertía en una suerte de producto con precio, que además era bajo.
Así, el incentivo económico eliminó además el incentivo moral, la culpa por dejar plantado a un maestro y a un hijo, que era el que realmente funcionaba para mantener a raya esa conducta negativa.
Las consecuencias sociales, a veces paradójicas, de los incentivos monetarios quedaron bien descriptas desde entonces. El juego entre incentivo económico, social y moral no siempre es lineal, a veces contradice el efecto buscado o genera efectos colaterales impensados. ¿También en el caso de los 500 pesos de Kicillof?
Surgen varias cuestiones interesantes en ese sentido, llenas de implicancias no sólo sanitarias, sino también políticas.
¿Quién conoce a los ciudadanos?
La primera cuestión, ¿los responsables de gestionar la contención de la pandemia tienen evidencia precisa acerca de cómo actúan los ciudadanos, más allá de anteojeras ideológicas, para poder influir positivamente en sus comportamientos? El caso del "subsidio", tal como llama a los 500 pesos diarios el decreto 615/2020 de Kicillof que crea el "Programa Acompañar" para casos leves dispara esos interrogantes.
Se lo planteé al equipo del ministerio de Salud de Provincia de Buenos Aires. La respuesta fue, y cito: "No siempre una decisión se vincula con un documento científico o un documento técnico. Tiene que ver con qué pasa en los territorios." De hecho, el decreto no aporta datos o evidencia científica que sostenga la medida puntual. Y deja una serie de preguntas centrales sin plantear, y por supuesto sin responder.
La más preocupante, se analizaron efectos colaterales indeseados que se puedan dar con la medida? Por ejemplo, si los enfermos leves no se aíslan y muestran baja aversión al riesgo de seguir contagiando o de enfermarse gravemente o de que otro se enfermen gravemente, ¿alcanza con un incentivo de $500 para alterar esa actitud? ¿Y si sucede el peor de los efectos colaterales, es decir, que la posibilidad de contar con un ingreso de $500 genere todavía mayor relajamiento de las conductas de cuidado, como el uso de barbijo y las medidas de distanciamiento social, en el marco de una baja aversión al riesgo de contagio?
El sujeto político de la pandemia
De ahí la segunda cuestión: el experimento de la multa en las guarderías instala el tema de si la conducta humana funciona tan linealmente o si, al contrario, las personas son más impredecibles o más complejas. O más libres.
Aplicado a la política, obliga a pensar cómo concibe la política en general y la política sanitaria en particular a los individuos cuyas vidas regula. Qué peso les atribuye a sus deseos, su fuerza de voluntad y sus limitaciones, su compromiso colectivo y sus pulsiones privadas. Se trata ahora de ver a la sociedad desde la libertad y su autorregulación, en el caso de la gestión de CABA. O desde la disciplina y la solidaridad social, desde la perspectiva kirchnerista. O como se insiste ahora desde la filas del oficialismo, desde "la responsabilidad social", otra novedad, lo más cerca que el kirchnerismo está dispuesto a colocarse de la libertad individual.
Los $500 para alentar el aislamiento resulta una cuña que se introduce en la concepción biopolítica del kirchnerismo. Ya no el héroe colectivo y la solidaridad social, sino la comprensión de su momento individualista, que incumple con el mandato de solidaridad colectiva y gratuita. Ahora la solidaridad o la responsabilidad social se premia con plata. Se alienta con plata.
En CABA, la legisladora porteña por el Frente de Todos Claudia Neira propone un proyecto similar, que deja más en claro esa dimensión individual, y cito: "Recompensar de algún modo el sacrificio individual en pos del cuidado del conjunto social".
¿Cuál es la mejor recompensa?
El gran tema es si el incentivo económico propuesto interpreta mejor al individuo del conurbano. Los casos de las Villa Azul, ubicada entre Quilmes y Avellaneda, y de Villa San Jorge, en Tigre, están en la base de la decisión en la provincia: "Fue donde más se complicó el tema del aislamiento", dice el funcionario provincial.
En la Villa 31, en CABA, se dio la misma situación, pero con otro resultado final. Al principio de los contagios, sus vecinos eran reticentes a aislarse en los hoteles y centros de la Ciudad. Según fuentes oficiales, por miedo a que sus hogares fueran usurpados; por miedo al estado: "vienen y te chupan", se comentaban los vecinos, con un lenguaje que reproducía temores de otras épocas de la historia argentina. Sin embargo, la curva en la Villa 31 se controló con la tríada tan mentada: testeo, rastreo y, también, aislamiento, que logró ser efectivo. ¿Cómo?
Desde que se inició la pandemia, por el centro de aislamiento que se montó en Costa Salguero, ya pasaron 470 contagiados leves y hoy hay 103: en ese caso, se trata siempre de mujeres u hombres solos. Por los hoteles que CABA alquiló para aislamiento de los casos leves o sospechosos, ya se alojaron 33.986 personas y hoy hay 3500 personas allí, en recuperación.
En los hoteles, se alojan en general a familias completas, madres y o padres con sus hijos. Se trata en todos los casos de hoteles de entre 3 y 4 estrellas. En el listado de los hoteles contratados, figuran hoteles como el Presidente o Howard Johnson. Según las autoridades porteñas, la posibilidad de que las familias pudieran alojarse completas en esos hoteles fue clave para el cumplimiento del aislamiento.
¿Y si el factor para incentivar el aislamiento de los casos leves no fuera un plus monetario sino condiciones de dignidad y calidez que los centros extrahospitalarios desangelados como Tecnópolis no ofrecen? En un punto, la dignidad y la libertad personal también se percibe como la libertad de consumir lo que se desea: hemos visto personas humildes plantear su queja por bolsones de comida estandarizadas, que no respetan sus propias costumbres de consumo.
El dato de que apenas el 10 por ciento de las camas de los centros extrahospitalarios de la provincia de Buenos Aires está ocupado por enfermos leves de Covid-19 resulta significativo. ¿Por qué no van a esos centros y sí van a los hoteles de CABA?
Héroe colectivo vs. individuo
Por eso la medida de Kicillof, aunque llena de dilemas, es un paso adelante en una manera de concebir el problema. Ya no la creación del enemigo interno en la lucha con la pandemia: porteños, runners, los que hacen fiestas y les gusta el asado, los que visitan a sus padres, los que se encuentran para tener sexo, los que salen a trabajar. Ahora un cierto esfuerzo por entender la naturaleza real de las personas. Quizás el que interprete mejor el peso de libertad y obediencia, deseo y autorregulación, vida y limitaciones va a ser capaz de pensar mejor medidas para la pandemia en la etapa actual. Medidas realistas que regulen la vida, no que la anulen.
Se diferencia así del ministro de Salud nacional, Ginés González García, y su molestia con la gente por no cumplir taxativamente con la última fase estricta de cuarentena. "Mucho de lo que está pasando acá es por hacer asados, juntadas, mateadas" . Testear, rastrear, aislar siguen siendo la clave. Cuarentenas estrictas generalizadas no está en la fórmula. Tampoco el reproche a una población agotada que ya no puede sostenerla.
Y ahí está todo el problema: seguir enojándose con el contexto o aceptar sus características determinantes: la libertad de las personas. Una encuesta de Management and Fit mostró que el 87,6 por ciento de las personas reconoce haberse encontrado con familias o amigos en medio del confinamiento. La libertad es un impulso tramado en la biología y mejor empezar a integrar esa variable.
Una epidemióloga respetadísima de Estaos Unidos me dijo off the record, sobre este tema: "Al final del día, si tus recomendaciones no funcionan y la gente no las sigue, somos nosotros los que fallamos, no las personas. Cambiar comportamientos no es fácil y debe hacerse con la gente, no a la gente".
Enemigo político y aliado del coronavirus
Finalmente, a la construcción del enemigo interno en la población, todo aquel que no resiste el impulso de la libertad y quiebra el aislamiento le sigue la consolidación del enemigo político como el aliado del coronavirus. Esas dos maneras de ser enemigo coinciden en la perspectiva kirchnerista.
La curva ascendente de contagios disparó imputaciones desde las filas kirchneristas en relación a los porteños de vuelta, identificados con el macrismo, y a los manifestantes del 20 de junio y del 9 de julio, también opositores al Gobierno. La interpretación fue que los récords de casos de hoy son consecuencia directa de aquellas protestas y el modo en que afectaron la cuarentena.
El efecto de las protestas callejeras fue analizado también en Estados Unidos en el caso de las marchas con la consigna Black Lives Matter. Un estudio del "Institute of Labor Economics" sobre las protestas en las 315 ciudades más grandes de Estados Unidos, basado en el seguimiento anónimo de celulares, concluyó que en las ciudades donde hubo protestas aumentó el distanciamiento social porque gran parte de las personas prefirieron no salir a la calle para evitar los disturbios.
En CABA, la protesta se hizo sobre todo en auto y el uso del transporte público, donde pueden darse más contagios, bajó más esos días por ser feriado. Es decir, cualquier conclusión sanitara que insista hoy con que aquellas marchas opositoras dispararon estos picos en realidad se trata de una conclusión ideológico-política. No hay evidencia sólida en ese sentido.
La matriz con que concebimos la Argentina bajo pandemia juega en dos planos. Por un lado, el relato de la política basada en la ciencia, o más todavía: la política-ciencia ahora que el problema político es un virus. Por el otro lado, la narrativa del héroe social luchando contra un virus común, y como efecto colateral el llamado a deponer las armas de la política. Una tregua instrumental.
En esas dos dimensiones, algo está crujiendo. No es nuevo el agrietamiento, pero es cada vez más visible. Porque toda tregua tiene, por definición, sus días contados. También las treguas políticas. Es el regreso de una matriz discursiva cercana al kirchnerismo: la lógica amigo - enemigo.
Pero también porque sobre la política sanitaria el kirchnerismo imprime cada vez más esa lógica. El mayor riesgo de la versión pandémica del Nestornauta que lucha contra un enemigo común es que reduzca su perspectiva: ya no el virus como enemigo colectivo, sino los contagiados que votan distinto como los enemigos de los contagiados que votan oficialismo. Es decir, una grieta cada vez más ubicua. En lo político, en lo económico y ahora, cada vez más, en lo sanitario.