Un capricho en auge que encendió las alarmas de la comunidad científica
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Si no fuera por la pandemia, el salón hubiera estado hasta los codos, repleto: de curiosos, periodistas, fotógrafos, coleccionistas, museólogos, galeristas, científicos y representantes de jeques árabes, magnates petroleros, titanes de la industria y demás clones adultos de Ricky Ricón. Nadie se hubiera perdido este espectáculo, el show del año en el Rockefeller Center en Nueva York.
Sin audiencia presencial (aunque sí virtual: por YouTube, Facebook y WeChat), la subasta arranca igual en la casa Christie’s. Hay que facturar. Primero llega el turno del lote impresionista: El descubrimiento del fuego de René Magritte se vende por US$1.590.000. Mujer en un sillón de Pablo Picasso se va por unos US$29.557.500.
A la par de las obras de Rembrandt, Picasso y Magritte, las casas de subastas ahora también ofrecen piezas arqueológicas: en octubre pasado, Christie’s remató un Tyrannosaurus rex a casi US$32 millones.
La noche recién empieza. El martillo cae una y otra vez ante pinturas como Naturaleza muerta con jarra de leche, melón y azucarero de Paul Cézanne (US$28.650.000) y El acantilado de Dieppe de Claude Monet (US$2.190.000). Se subastan también la escultura Mickey de Damien Hirst (US$2.310.000), un óleo sobre lienzo de turquesa radiante de Mark Rothko (US$31.275.000) y varios Jackson Pollock, entre otras 59 obras de arte.
Hasta que, al fin, llega su turno. La joya de la noche. Es la hora del T. rex “Stan”. Desde hace un mes, la casa de subastas promociona esta obra, no esculpida por un artista, sino por la evolución y el tiempo.
“Estamos rompiendo las reglas. Vendemos cuadros, creamos espectáculos –señala Alex Rotter, presidente de los departamentos de Arte de los siglos XX y XXI de Christie’s–. Estamos rompiendo el concepto de subasta porque el mundo que nos rodea ya no es el mismo. Situamos a Stan en el contexto del arte moderno y contemporáneo”.
Descubiertos por el paleontólogo aficionado Stan Sacrison en la primavera de 1987 en la Formación Hell Creek, Dakota del Sur, Estados Unidos, los restos fosilizados de este depredador –de 4 metros de alto y 12 de largo con la cola extendida– están en un formidable estado de conservación: es uno de los esqueletos de Tyrannosaurus rex más completos jamás encontrados.
“El T. rex es ya una marca registrada que destaca entre los demás dinosaurios”, asegura James Hyslop, director del departamento de Ciencia e Historia Natural de la casa de subastas. “Se luce a la par de un Picasso, un Jeff Koons o un Andy Warhol”.
Stan vivió y murió hace 67 millones de años, cuando habría alcanzado una masa corporal de entre 7 y 8 toneladas, o sea, habría sido dos veces más pesado que un elefante africano. Y ahora está aquí, en pose como una celebridad, un ícono de la cultura pop, para ser vendido al mejor postor.
El comprador de los 188 huesos y 55 dientes del T. rex Stan ha elegido permanecer en el anonimato, aunque algunos especulan que se trataría de un coleccionista del Medio Oriente.
Los teléfonos empiezan a chillar. Con los celulares pegados a las orejas, los representantes de Christie’s salivan con las ofertas abultadas que reciben de los coleccionistas de todo el mundo. “¡Seis millones de dólares!”, exclama uno con la potencia sonora de un niño cantor de la lotería. “¡Nueve millones!”, retruca inmediatamente otro. Sin la posibilidad de colar un respiro, la martillera se entusiasma. Segundo a segundo, las ofertas escalan. La guerra entre millonarios obsesionados con esta reliquia se extiende por 20 minutos. Hasta que el martillo baja por última vez: “¡Vendido por US$31.847.500!”.
El comprador de los 188 huesos y 55 dientes de Stan ha elegido permanecer en el anonimato, aunque algunos especulan que se trataría de un coleccionista del Medio Oriente.
Caprichos de niños ricos
Todos parecían contentos aquella noche del 6 de octubre pasado con la venta del T. rex más caro de la historia, todos menos la comunidad científica.
Las subastas de fósiles son cada vez más frecuentes. En abril de 2018, la casa Binoche et Giquello en París obtuvo €1.150.000 y €1.180.000 por los esqueletos de un Allosaurus y un Diplodocus, respectivamente. También vendió a un millonario chino con una enorme cadena de hoteles un cráneo de Triceratops, en 2017, por €177.800. La casa Aguttes subastó con orgullo un Allosaurus por más de €1,1 millones en 2016 y un mamut siberiano por €548.000 en 2017.
“Los especímenes fósiles que se venden a manos privadas se pierden para siempre para la ciencia”, le imploraron en una carta más de 2000 paleontólogos estadounidenses a esta casa de subastas para que cancelara la venta de los fósiles de otro dinosaurio, uno sin clasificar hallado en el estado norteamericano de Wyoming en 2013. La subasta se llevó a cabo igualmente en el primer piso de la Torre Eiffel. Un comprador privado transfirió US$2,3 millones por estos fósiles de 150 millones de años.
Los restos de criaturas extintas dejaron de tener como único hogar las salas y las colecciones de los museos. Hoy también decoran livings y patios de hogares y empresas. Vivimos una nueva “guerra de los huesos”, como se conoció a la intensa rivalidad de paleontólogos en Estados Unidos durante el siglo XIX. Aunque ahora esta fiebre del oro –o, mejor dicho, fósiles– contagia no solo a científicos, sino a millonarios. Desde la subasta en Sotheby’s de un T. rex bautizado “Sue” en 1997 por US$8,4 millones, los fósiles se han convertido en los trofeos más buscados por ricos y famosos.
El mercado de fósiles de dinosaurios está en auge, gracias en parte a una nueva generación de coleccionistas misteriosos y adinerados de Asia que desean poseer un Velociraptor para colgar junto a su Velázquez o un Diplodocus para combinar con un Damien Hirst.
Se estima que cada año cinco esqueletos de dinosaurios raros se subastan en manos privadas por sumas astronómicas.
“Los huesos de dinosaurios y todo tipo de fósiles son cada vez más requeridos. Los grandes actores de Hollywood y megamillonarios adoran estas cosas”, asegura Josh Chait, director de Operaciones de la casa de antigüedades que lleva su nombre. “Cuando ya tienes un Warhol o un Monet en la pared, tiendes a querer algo más”.
Así lo hizo el actor Nicolas Cage, que en 2007 se dispuso a cumplir un sueño infantil. No fue fácil. No bien comenzó la subasta del cráneo de un Tyrannosaurus bataar –primo asiático del T. rex– en la galería IM Chait en Nueva York, se enteró de que había también otra celebridad interesada en aquel trofeo, el último símbolo de estatus: Leonardo DiCaprio. Ninguno quería ceder. La oferta inicial había sido de US$100.000. Recién cuando ofreció US$276.000, Cage cantó victoria.
El protagonista de Leaving Las Vegas y The Rock se unió así al selecto club de propietarios de dinosaurios, entre los que figuran los directores de cine James Cameron y Ron Howard, políticos como el republicano Newt Gingrich y Nathan Myhrvold, exdirector de Tecnología de Microsoft, que según la revista Men’s Journal tiene un esqueleto de T. rex en un solárium de vidrio en su casa de Bellevue, en Washington.
En 2014, Nicolas Cage recibió un llamado del Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos con malas noticias: el cráneo había sido retirado ilegalmente de Mongolia.
“Pero para mí, estar al pie de un dinosaurio gigante o de un feroz depredador antiguo me hace sentir humilde”, confiesa Calvin Chu, socio de la consultora Eden Strategy Institute en Singapur, quien afirma tener más de 1000 fósiles en su colección.
El actor Russell Crowe reveló que una vez le compró por US$30.000 a DiCaprio un cráneo de un animal prehistórico cuando estaba borracho. “Lo compré para mis hijos”, le dijo el actor de Gladiator al conductor Howard Stern. En 2018, el actor terminó vendiendo la cabeza de este Mosasaurus –un reptil marino– a través de Sotheby’s Australia.
En cierto modo, es el revival de los Wunderkammer o gabinetes de curiosidades, colecciones eclécticas que mezclaban arte, antigüedades, fósiles y muebles, y obsesionaban a la aristocracia y a la realeza europeas en los siglos XVI y XVII.
La membresía de este club, sin embargo, le duró a Nicolas Cage solo siete años. En 2014, el actor recibió un llamado del Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos con malas noticias: el cráneo había sido retirado ilegalmente de Mongolia y pasado de mano en mano hasta llegar a la casa de subastas donde lo adquirió. El actor terminó devolviendo el cráneo. Pero el daño ya estaba hecho: el incidente amplificó el apetito de los coleccionistas privados, una legión que enfurece a los paleontólogos del mundo, quienes, como señaló el paleontólogo Kenshu Shimada de la Universidad DePaul en Chicago, consideran la lucha contra la comercialización de fósiles “el mayor desafío para la paleontología del siglo XXI”.
Vienen por el agua (y por los fósiles)
“Las subastas de fósiles generan un poco de indignación, sobre todo si esos coleccionistas privados no permiten siquiera el acceso de los investigadores al material”. La opinión del paleontólogo Leonardo Filippi, director del Museo Argentino Urquiza de Rincón de los Sauces, Neuquén, es compartida por gran parte de la comunidad, que ve cómo, evento tras evento, claves de la historia de la vida de la Tierra se esfuman ante sus ojos.
Estos eventos existen por cierta desidia legal. En muchos países, los fósiles son considerados mercancías. En Estados Unidos, por ejemplo, si una persona encuentra restos de dinosaurios –o de otro animal– en su propiedad, la ley lo ampara. Puede hacer con ellos lo que quiera: venderlos, exportarlos, destruirlos.
En muchos países, los fósiles son considerados mercancías. Eso sucede en Estados Unidos, Francia, Alemania y el Reino Unidos, donde se los vende al mejor postor.
Las subastas millonarias de fósiles tuvieron un efecto cascada casi inmediato. “En los últimos 25 años, cada vez es más difícil para los paleontólogos trabajar en tierras privadas porque los propietarios creen que pueden ganar mucho dinero”, dice el investigador David Polly de la Universidad de Indiana.
Esto lleva a que se venda todo: coprolitos (excrementos fosilizados), lajas con impresiones de peces jurásicos, huellas de dinosaurios, huevos. Un solo diente de T. rex puede valer US$2000.
El asunto es que la ley sobre la propiedad de los fósiles difiere de un país a otro. Mientras en Estados Unidos, Francia, Alemania y el Reino Unidos se los vende al mejor postor, países ricos en yacimientos fósiles –como Argentina, Canadá, Mongolia, China– cuentan con leyes que los protegen y restringen su salida. Sancionada en 2003, la Ley N° 25.743 estipula en Argentina que estos restos forman parte del patrimonio cultural de la Nación y deben ser resguardados.
“Esto significa que los fósiles son de todos los argentinos. Son parte de nuestra cultura”, recuerda Ari Iglesias, paleobotánico de la Universidad Nacional del Comahue y presidente de la Asociación Paleontológica Bariloche. “Explican mucho del pasado de una región. Y también dan identidad a una zona: por ejemplo, Villa El Chocón es conocida por su museo y sus fósiles, que son únicos, como los del Giganotosaurus. Lo mismo se puede decir de Trelew o de Plaza Huincul. Si no existieran estas leyes provinciales o nacionales, los fósiles terminarían en el exterior. Como sucede con las momias y demás objetos del Antiguo Egipto que están repartidos en todas partes del mundo en lugar de estar en algún museo de El Cairo”.
Además de extraer un espécimen de la esfera pública, las subastas incitan al tráfico ilegal de fósiles. Según la Unesco, su contrabando es el tercer negocio ilícito más rentable del mundo luego de las drogas y de las armas. En eBay, aún se ofrecen fósiles argentinos a la venta, pero lo más probable es que esas piezas hayan sido exportadas ilegalmente del país hace más de 20 años.
En septiembre del año pasado, las aduanas de España y Argentina frustraron el contrabando de 4000 piezas paleontológicas –fósiles de dinosaurios y mamíferos, huevos, troncos fósiles– del Museo Rosendo Pascual en Villa Los Coihues (Río Negro) que viajaban con destino a Murcia.
En países ricos en yacimientos fósiles –como Argentina, Canadá, Mongolia, China– existen leyes que protegen los fósiles y restringen su salida.
“Casos como este escuchamos todo el tiempo. El Aeropuerto de Neuquén tiene varios incidentes por mes de personas que transportan de contrabando fósiles o materiales protegidos”, cuenta el paleontólogo Pablo Gallina de la Fundación Azara. “Pese a la legislación, muchas personas hacen hasta lo imposible para sacar los fósiles para venderlos. En el Museo de La Plata, ya casi no quedan restos de la cola del Neuquensaurus, un titanosaurio descubierto en Neuquén y Río Negro. La gente se fue llevando pedacitos de las vértebras. Por eso, cada vez es más común que se exhiban en museos réplicas, para preservar el material original”.
Pese a estos casos, la costumbre de reportar el avistamiento de un fósil –en lugar de llevárselo a casa sin decir nada– es cada vez más frecuente. “Supongo que el hecho de que en el país sea un delito la comercialización hace que no sea fácil ofertar un fósil libremente”, dice la paleontóloga Cecilia Apaldetti del Museo de Ciencias Naturales de San Juan. “Mucha gente denuncia con orgullo la presencia de fósiles en diferentes sitios de la provincia… Algunos siguen de cerca el proceso de extracción o los quieren ver luego en el museo, poner su nombre y esas cosas”.
"Pese a la legislación, muchas personas hacen hasta lo imposible para sacar los fósiles para venderlos. En el Museo de La Plata, ya casi no quedan restos de la cola del Neuquensaurus."
Pablo Gallina
Aun así, la indignación ante las subastas no es universal. “Es un tema complejo de muchas aristas”, indica el paleontólogo Martín Ezcurra del Museo Argentino de Ciencias Naturales. “Mucho depende de la idiosincrasia de las sociedades intervinientes. Hay coleccionistas que suelen buscar fósiles con regularidad en el campo, incrementando las chances de encontrar ejemplares relevantes o muy poco comunes que, probablemente, equipos de paleontólogos no puedan hallar en salidas anuales a estos yacimientos”.
Mientras algunos magnates prefieren montar los fósiles de dinosaurios y reptiles prehistóricos en sus bibliotecas o en el living de sus casas, para el disfrute exclusivo de su familia o para pavonearse ante sus amigos, otros los prestan. Así lo hizo el danés Niels Nielsen, quien en 2015 compró el esqueleto de un T. rex descubierto en Montana, Estados Unidos, en 2010. Y luego de bautizarlo “Tristan” como su hijo, terminó donándolo al Museo de Historia Natural de Berlín. Es el único esqueleto original de un T. rex en Europa hasta la fecha. Actualmente, está de visita en Copenhague y regresará a Berlín en 2022.
Cuando le preguntan al inversionista bancario por qué decidió prestar su nuevo juguete, Nielsen responde: “Es demasiado grande para tenerlo en casa. Un museo me pareció el hogar perfecto para Tristan. Al menos por ahora”.
Colonialismo paleontológico
“Compré unos fragmentos de unos huesos enormes, de los que se me aseguró que pertenecieron ¡a gigantes del pasado!”. La adquisición privada de fósiles es un negocio antiguo, como lo atestiguó el propio Charles Darwin en 1832 en su paso por lo que hoy es Argentina.
El naturalista no solo se llevó de regreso estos fósiles, sino también los de un perezoso gigante extinto que recogió en la ciudad de Punta Alta (provincia de Buenos Aires). Esos restos nunca regresaron al país. Hoy, los fósiles del Mylodon darwini –que vivió hace entre 1,8 millones de años y 12.000 años– se exhiben en el Museo de Historia Natural de Londres.
Nadie sabe cuántos fósiles extraídos del suelo argentino se encuentran en el exterior. En el siglo XIX y hasta mediados del XX, regalar fósiles era una práctica cotidiana. En 1841, el médico Francisco Muñiz –considerado el primer paleontólogo argentino– le regaló su colección al gobernador Juan Manuel de Rosas, quien, sin apreciar su valor, a la vez se la obsequió al almirante francés Dupotet, jefe de la Escuadra de Francia en el Plata.
Desde entonces, los fósiles han ganado valor. Y hoy son verdaderos representantes nacionales al nivel de Messi, Maradona o Borges.
Argentina, sin embargo, no es el único país de la región que sufrió históricamente la exfoliación de su patrimonio paleontológico. En 1995, los fósiles de un dinosaurio emplumado de 120 millones de años, hallado en el noreste de Brasil, fueron adquiridos de manera ilegal por el Museo Estatal de Historia Natural Karlsruhe en Alemania. Desde que esta especie, llamada Ubirajara jubatus, fue presentada el 13 de diciembre pasado en la revista Cretaceous Research por investigadores alemanes e ingleses, paleontólogos brasileños están reclamando que el fósil sea devuelto. En redes sociales, lo hacen con el hashtag #UbirajaraBelongstoBR. “Este fósil nunca debería haber salido de Brasil”, señala Flaviana Lima, paleontóloga de la Universidad Regional de Cariri en Crato.
Desde 1942, la ley brasileña establece que los fósiles pertenecen al Estado y prohíbe su venta comercial. Sin embargo, la aplicación irregular permitió que floreciera un mercado negro desde la década de 1970.
Ante la avalancha de críticas, la revista científica terminó removiendo temporalmente el paper. Los fósiles, sin embargo, aún no han vuelto a su hogar.