11 de septiembre de 2001
El hecho resultó tan estremecedor que son mayoría los que recuerdan qué estaban haciendo esa mañana en que dos aviones de pasajeros fueron secuestrados y estrellados contra las Torres Gemelas, en Nueva York, mientras otro impactaba contra el Pentágono. "Las Torres se desmoronaron después de que dos aeronaves –un Boeing 767 de American Airlines y un Boeing 767 de United Airlines– se estrellaron contra las estructuras de 110 pisos. En las Torres Gemelas, desesperados por el ataque, muchos saltaron de los edificios en llamas, antes de que ambas colapsaran", dice la crónica. Ante la magnitud del hecho, en el que murieron casi 3000 personas, LA NACION sacó una edición especial vespertina ese mismo día.
Otra vez, los porteños jugaron con nieve
9 de Julio de 2007
A media tarde, aquel día patrio dejaba de ser uno más para convertirse en una jornada memorable. Del cielo caían copos de nieve sobre Buenos Aires y el conurbano. Todos, chicos y grandes, salieron a las calles para enfrascarse en inofensivas guerras blancas,levantar muñecos o simplemente apreciar la maravilla. No ocurría algo así desde el sábado 22 de junio de 1918.
La trágica decisión de quien fue un ejemplo
29 de julio de 2000
Una honda conmoción provocó en el país el suicidio del doctor René Favaloro, quien, abatido por los problemas financieros que tenía su fundación y por la indiferencia del Estado, se disparó un tiro en el corazón.
Una pluma brillante indaga en los encantos de Buenos Aires
20 de noviembre de 2005
HISTORIAS DE DOS CIUDADES
por Bartolomé De Vedia
Crítico de cine, agudo editorialista, Bartolome De Vedia prestigió las páginas del diario durante varias décadas.
Salgo a caminar por las calles de mi barrio y me pregunto por cuál de las dos ciudades me dejaré envolver: ¿por esa Buenos Aires concreta que me impone su ritmo puntual y urgente (mi dentista, mi librería preferida, mi gimnasio, la empresa en que trabajo desde hace varias décadas y el colegio al que concurren mis hijos) o por esa otra Buenos Aires ritual y genérica, que me presta su marco referencial y hasta su prestancia literaria, diseminada en cien canciones e imágenes entrañables?Como tantas otras veces, mis obsesiones personales empiezan a competir, en mi fuero íntimo, con las voces fantasmales de Alfredo Lepera, de Baldomero Fernández Moreno o de Raúl Scalabrini Ortiz. Y me siento compelido a elegir: o vuelo y me considero un habitante mitológico de la ciudad que perdura en crónicas y poemas de imborrable memoria o me dejo encerrar en mi agenda personal de trámites, horarios y lugares, indispensable para que pueda afrontar sin sobresaltos lo que resta del día o para asegurarme un margen razonable de tranquilidad en lo que queda de la semana o del mes.Llego al banco y me introduzco en la minúscula celda del cajero electrónico. Experimento un gran remordimiento: le he asestado un duro golpe al espectro de Borges o de Lepera. Mi tarjeta de débito ha sido más fuerte, por esta vez, que esa otra tarjeta invisible que acredita mi identidad como hijo y protagonista de ese Buenos Aires lírico y funambulesco en el que todavía es posible "soñar con el mar desde el río" o "morirse de amor en el parque Lezama", según los versos del vals bellísimo e insoslayable de María Elena Walsh.Me pregunto si la opción que me plantean estas dos ciudades –la que privilegia mis estrictas necesidades personales y la que acoge esa otra necesidad mía de expandirme y multiplicarme en el espacio y en el tiempo– tiene alguna relación con la vieja distinción entre las categorías de lo público y de lo privado, que heredamos de la Roma sabia y eterna y que sigue gobernando, aunque cada vez menos, nuestra fatigada existencia de ciudadanos.Recuerdo que hubo un tiempo en que había fronteras infranqueables entre un mundo y el otro. El ámbito de lo privado estaba reservado a la estricta intimidad de cada persona y de cada familia. El periodismo, por ejemplo, se asomaba fundamentalmente al ámbito de lo público: las páginas de los diarios y las revistas centraban su curiosidad en los temas de interés general y respetaban el bastión infranqueable de las vidas privadas.¿Se modificó esa realidad con la llegada de la televisión y de los otros medios informativos que fueron naciendo al compás del avance científico y tecnológico de las comunicaciones? En parte, sí. En el ámbito cultural e informativo, las fronteras entre lo público y lo privado tienden hoy a diluirse, tal vez a borrarse. En el campo de lo institucional y lo legal, en cambio, los límites que separan las dos categorías se siguen manteniendo. Y está bien que sea así: esa separación sigue siendo funcional a las estructuras que garantizan el respeto a los derechos individuales frente a la voracidad del Estado y de los instrumentos que pueden significar una amenaza para el santuario de las libertades individuales y para la salvaguarda de la dignidad esencial de la persona humana. (...)
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