"Estamos sufriendo": los rostros del descontento en las protestas de Ecuador
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Más de 10.000 indígenas de Ecuador dejaron sus territorios y llevaron su descontento hasta Quito. En diez días de protestas le reclaman al gobierno del presidente Guillermo Lasso, un exbanquero de derecha, por el alto costo de la vida.
Convocados por la poderosa Confederación de Nacionalidades Indígenas (Conaie), los manifestantes exigen la reducción del precio del combustible, suspender concesiones mineras en territorios nativos y el control del precio de los productos agrícolas.
Cuatro manifestantes le contaron a la AFP sus razones para protestar en la capital:
- En "guerra" -
Margarita Malaver, de 35 años, recorrió unos 270 km en camión desde la capital amazónica de Puyo hasta Quito porque la vida "está dura".
Es una indígena kichwa-sarayaku, oriunda de la aldea selvática de Sarayaku, provincia de Pastaza (sureste), una región que dejó hace 15 años en busca de trabajo. Ahora lava ropa de otros para sobrevivir juntos a sus tres hijos en Puyo.
Quiero "que bajen los precios, que no sea muy cara la vida", dice la mujer que trae el rostro pintado con figuras negras como símbolo de "guerra", según cuenta.
Al mes recibe un bono estatal de 50 dólares destinado a los más pobres que "alcanza para la comida". Con el dinero de su trabajo junta para los útiles escolares y el arriendo de vivienda, por la que paga 80 dólares.
La canasta básica en Ecuador, para un hogar de cuatro miembros, es de 735 dólares. Hace un año era de 710 dólares.
En Sarayaku "no hay trabajo", dice Malaver.
Como ella, miles claman por mayor empleo y presupuesto para salud y educación.
- Sin cuadernos -
La inseguridad obligó a Carlos Nazareno, de 31 años, a abandonar su natal provincia costera de Esmeraldas (norte) para buscar mejores días en Pastaza. Ahí se unió a la guardia indígena, con quienes protesta en Quito, lanza en mano y cara pintada.
El afroecuatoriano fabrica y vende muebles de bambú. Cuando le va bien gana unos 300 dólares, menos que el salario básico (425 dólares).
Alcanza "apenas para comer, no alcanza para la lista de útiles de mis hijos (...) van apenas con dos cuadernos" a la escuela, relata Nazareno, padre de cuatro.
Y a veces en "una semana entera no se vende" nada.
"Los hijos piden y yo no tengo cómo, mi moto (está) parada porque no tengo para combustible ni para ir a buscar comida en otro lado", sentencia.
En casi un año, el diésel subió un 90% (a 1,90 dólares) y la gasolina corriente un 46% (a 2,55). La Conaie exige reducir los precios a 1,50 y 2,10 dólares, respectivamente.
- hambre -
La indígena kichwa Nele Cuchipe, de 52 años, cuida a dos nietos desde que murió el mayor de sus siete hijos. Su misión, dice, es darles educación en medio de la situación precaria que vive la aldea de Insiliví, en la andina Cotopaxi (sur), sumida en la pobreza.
El resto de sus hijos no tiene empleo.
Y aunque tiene cultivos de papa, un tipo de grano llamado chocho y cebada, apenas le permiten subsistir por el aumento de precios de productos como el aceite, la manteca y el abono para la tierra.
Ahora reniega del voto que le dio a Lasso en las elecciones de 2021.
Pensamos que "como es banquero, es empresario, ha de ser conveniente y nosotros hemos apoyado con voto, pero llegado el caso nos va a matar de hambre", lamenta.
La mujer se queja porque el gobierno no atiende el pliego de diez demandas que ha planteado la Conaie para dialogar.
"Estamos sufriendo por este gobierno que no quiere entender, que no reacciona nada. Hace sufrir a todos los indígenas que estamos luchando", afirma.
- Sin ahorros -
El trabajo como albañil no es suficiente para vivir, cuenta Rubén Chaluisa, de 30 años, habitante de la localidad de Zumbahua, en Cotopaxi. Los diez dólares diarios que le pagan se hacen agua el mismo día que los cobra.
Con su producción de papa, haba y un tubérculo conocido como melloco apaña el hambre de su esposa y dos hijos.
"No se alcanza a tener ahorros como las demás personas", se queja Chaluisa, que se protege del frío de la andina Quito con un poncho rojo.
Le preocupa que sus hijos repitan su historia de penurias. Chaluisa empezó a trabajar a los 12 años y apenas pudo terminó la escuela primaria.
Deseo "que no sufran como nosotros, que sean un poquito más avanzados (preparados) que nosotros para no estar sufriendo", sostiene.
pld/lv/sp/atm
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