Este concepto de diseño vaticina el auto del futuro basado en soluciones de movilidad y servicios, como la Internet de las Cosas (IoT), la realidad aumentada, la interconexión y hasta la propiedad compartida
Con tanta disrupción tecnológica en ciernes, hoy nadie está en condiciones de dar muchas certezas acerca de cuál será el futuro de la industria automotriz. Pero una cosa es segura: va a haber muchos cambios. Ya sabemos que nuestro modo de uso de las cosas ha cambiado sustancialmente desde la aparición de los teléfonos inteligentes (smartphones), que se han convertido en los grandes organizadores de la vida moderna. Hace algunos años –no más de 15, incluso cuando ya circulaban los primeros celulares–, pensar que íbamos a tener todo el tiempo en nuestro bolsillo una poderosísima computadora conectada al mundo hubiese sonado aventurado. Pero sucedió. Manteniendo la analogía, se puede decir que hoy la industria automotriz está en un momento equivalente a cuando aparecieron las primeras palms (o hasta el primer iPhone): todo parece seguir más o menos igual, pero se vislumbra que algo revolucionario está en camino.
Para tener un anticipo de hacia dónde se dirige el diseño de los autos del futuro, tenemos a los concept cars. Hay algo que está claro: son casi todos eléctricos, tienen capacidades de manejo autónomo y poco a poco van desplegando un nuevo concepto que está copando el mundo del diseño: la experiencia de uso. Ya no se trata solo de que el auto tenga una apariencia atractiva o que brinde intensas sensaciones de manejo, sino de que la experiencia completa –incluida su relación con la vida del usuario, aun cuando no está a bordo– sea lo más agradable y satisfactoria posible. Pero, al igual que con las formas, las buenas experiencias en relación al uso no suceden solas: necesitan ser diseñadas. Por eso, un diseñador de experiencias se ocupa de todas las interacciones –antes, durante, después del propio viaje– y se imagina y predice dónde pueden estar los potenciales problemas.
Hay marcas que ya están trabajando en esa dirección. El concept car Peugeot Instinct –que tuvimos la oportunidad de ver en vivo y en directo en el Salón de Buenos Aires– es un buen ejemplo. Además de las omnipresentes capacidades de manejo autónomo, también incorpora el concepto de Internet de las Cosas (IoT), que le permite al auto comunicarse con otros objetos inteligentes del usuario. Así, el Instinct se puede conectar con el smartwatch del usuario para estar al tanto de –por ejemplo– la cantidad de calorías que quemó durante el día, y eventualmente recomendarle dejarlo a unas cuadras de su casa para que camine un poco. Suena cada vez más parecido al Auto Fantástico, ¿no? Pero no está lejos de ser una realidad.
Algunas propuestas no son tan sofisticadas, pero no por eso menos interesantes. Genesis (la marca premium del Grupo Hyundai), ya ofrece un manual del usuario digital que se descarga en el smartphone o la tablet del usuario y que recurre a la Realidad Aumentada (AR, por sus siglas en inglés) para hacer más fácil y rica la experiencia de uso. Simplemente hay que apuntar la cámara del dispositivo hacia cualquier parte del auto y aparecerá en la pantalla más información contextualizada. Por ejemplo, si se enfoca el motor, indicará si requiere un cambio de aceite, o si se apunta a algún comando del tablero, mostrará para qué sirve y cómo se opera.
Lynk & Co, la nueva marca del gigante chino Geely (también propietario de Volvo), le apunta directamente al canal de venta y propone eliminar las concesionarias, ya que la compra será exclusivamente por Internet, con precios fijos y entrega puerta a puerta.
En definitiva, desde autos conectados a relojes, manuales virtuales hasta delivery de autos, lo cierto es que hay mucho diseño puesto en mejorar la experiencia de los usuarios, más allá de las tradicionales formas de los autos.
Del producto al servicio
Pero eso no es todo. Los cambios que se avecinan parecen ir aún más allá de los volantes retráctiles y la Realidad Aumentada. Muchos expertos anticipan que el paso a la movilidad autónoma será precedido por un cambio aún más drástico en el modo en el que nos relacionamos con los autos, que tiene que ver con el concepto de propiedad en sí mismo. Se dice que, poco a poco, iremos migrando a modelos de propiedad compartida (car sharing) o directamente al uso por demanda, en los que ya no compraremos un auto sino una determinada cantidad de kilómetros a recorrer. En otras palabras, sería algo similar a lo que ocurre en la industria musical: ya prácticamente no compramos un soporte físico, sino la posibilidad de escuchar nuestros temas favoritos durante cierto tiempo.
Servicios como Uber, BlaBlaCar, Lyft, Car2Go y DriveNow son la punta de lanza de este proceso, y han ido tomado una enorme importancia en las principales ciudades del primer mundo. Estos servicios brindan una idea clara de lo que implica esta nueva realidad de abandonar la propiedad del auto –con la consecuente carga del costo y el mantenimiento–, reemplazándola por una experiencia de uso en función de las necesidades ocasionales.
Algunos fabricantes ya recogieron el guante de este nuevo escenario posible y están ofreciendo soluciones de movilidad, complementariamente con sus productos tradicionales. General Motors, por ejemplo, desarrolló Maven (por ahora, en 19 ciudades de Estados Unidos), que se presenta como un servicio que –aplicación mediante– permite optar entre varios modelos de cuatro de sus marcas para su uso por hora. Una especie de tiempo compartido de autos, pero de acceso inmediato. Así, en lugar de poseer un Chevrolet o un Cadillac en particular, un usuario va seleccionar un vehículo de acuerdo a sus necesidades del momento: para ir de una escapada al banco un Chevy Volt; para ir llevar a los chicos al soccer una Equinox; y un Cadillac ATS para impresionar a los colegas en la reunión anual del trabajo.
Desafíos para el diseño
Parece algo bastante simple, pero desde el punto de vista del diseño, estas nuevas modalidades de uso plantean enormes desafíos y todavía no se han visto respuestas (o propuestas) muy concretas para este posible escenario. Casi todos los concept cars que se vienen presentando –si bien son eléctricos, autónomos y conectadísimos– siguen estando basados en el paradigma de su uso exclusivo por una única unidad familiar (y esto incluye a las familias unipersonales).
Cómo podrían ser esos vehículos específicamente diseñados para un uso tan flexible y compartido, aún es una incógnita. Pero lo cierto es que la experiencia de uso del servicio punta a punta será clave en el índice de satisfacción de los consumidores y su aprecio por las marcas. Desde el diseño y la usabilidad de la aplicación en el celular hasta la facilidad de acceso y devolución, estos nuevos tipos de consumo de movilidad –que en principio serán nichos de mercado–, descansarán más en una experiencia holística (integral) que en las características del auto en sí.
El diseño de experiencias es una realidad. Ahora –y volviendo a las dudas del principio–, hasta qué punto la experiencia se tornará más importante que el objeto para los diseñadores, es difícil de predecir. Hay que tener en cuenta que para que estas racionales modalidades de uso compartido se conviertan en el paradigma dominante, tendría que cambiar drásticamente el lugar que hoy le damos al auto como uno de los mayores símbolos de libertad individual, estatus y éxito personal. Y eso no parece que vaya a cambiar tan rápidamente.
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