Cuando un fotógrafo tiene que sacar una foto de un auto, no se preocupa tanto por la luz que tiene disponible sino por los elementos que se verán reflejados en él. Pasa que para la lente de una cámara los autos son mayormente un conjunto de rebotes de luz provenientes de superficies de metal pulido. Y algo muy parecido pasa con nuestros ojos. Por eso buena parte de nuestra apreciación de la belleza de un auto pasa por la forma en la que percibimos esos reflejos. Es más, en un contexto en el que las proporciones de todos los modelos de un mismo segmento son muy parecidas entre sí, el trabajo de las superficies es uno de los elementos cruciales para definir la personalidad de cada auto.
Hoy la moda pasa por las superficies muy complejas, con muchos planos separados por pliegues filosos (de mínimos radios de curvatura), y torsiones y estiramientos que eran impensados antes de la era del diseño asistido por computadora. Cuando las superficies están tan intervenidas, los cambios en los pasajes de luz –mientras el auto se mueve o nos movemos alrededor de él–, son abruptos y estridentes. En cambio, las superficies más alabeadas, con suaves transiciones entre convexidades y concavidades ("positivos" y "negativos" en la jerga), son mucho más predecibles. Si le gusta el diseño, tómese el trabajo de seguir esos reflejos y trate de entender las formas. Verá que hay modelos que en determinadas condiciones de luz parecen abollados en algunas partes. Por el contrario, preste atención a laterales como los del VW Scirocco o el Renault Captur, que generan reflejos muy interesantes a medida que se van moviendo.
Las superficies complejas son un claro reflejo (guiño) de nuestra necesidad actual de recibir estímulos visuales cada vez más potentes. Cómo va a evolucionar el gusto con respecto a esto, es algo difícil de predecir. Personalmente creo que un atardecer reflejado en las suaves formas de un Alfa 33 Stradale a la larga va a seguir recibiendo más likes que cualquiera de los filosos autos de esta época.