El actor, que comenzó a conducir a los 27 años, asegura que hoy el auto se volvió algo indispensable en su vida
Actor es la palabra que define a Darío Barassi, quien desde que llegó de su San Juan natal a Buenos Aires hace casi una década, ha ofrecido con cada texto un anzuelo que saca la risa o la pregunta en los espectadores, televidentes y hasta en sus más de un 1.600.000 seguidores de Twitter (@dariobarassi). Este inquieto personaje –también abogado, conductor y columnista– acerca su historia reciente con los autos.
"El auto es una pasión que arrancó tarde en mi vida y que descubrí muy de grande. Soy sanjuanino y en mi provincia las distancias son muy cortas, por lo que siempre alguien pasa a buscarte. Todos mis amigos tenían auto. Yo era vago y era agradable que me llevaran; además, de adolescente me gustaba tomar, entonces no quería manejar para no exponerme a un peligro", cuenta Barassi. Agrega que al venir a Buenos Aires, tanto la Facultad de Derecho como el lugar donde estudiaba teatro estaban cerca de su casa por lo que "no sentía la necesidad de manejar". Pero aclara: "En un momento terminé con quien era mi novia y hoy es mi mujer (Lucía Gómez Centurión), me fui a vivir solo por primera vez en mi vida a un departamento con cochera; ahí me dije: ‘La voy a usar’. Así, con la primera plata que ahorré con mi trabajo me compré un auto, un Nissan Kicks".
Este vehículo, afirma, "me identificaba; cuando lo compré estaba fascinado pese a que todavía no sabía manejar. Así que un día dije ‘¡basta, tengo que hacerlo, voy manejar!’ y empecé de grande, a los 27. Soy muy del canje y del chivo y en ese momento ya era Barassi (risas), cerré con una escuela de conducción y en una semana aprendí. Soy rápido para aprender, memorioso, pero lo único que me costó un poco fue la mecánica de hacer los rebajes. Al principio me resigné a usar la caja manual, pero después aparecieron los automáticos y ahí me sentí mucho más cómodo. Si no podés manejar un automático estás listo".
Reconoce que necesitaba la independencia que da el manejar, porque cuando estaba con su novia hacían escapadas de fin de semana a la costa y era un placer tener auto: "Ella me ayudaba y cuando cortamos sentí la necesidad de ser autosuficiente con el tema manejo. Así, fue cómo aprendí a manejar", confiesa entre risas.
"¿Sabés? El mismo día que me entregaron el primer auto que compré, un año después volví a ver a mi mujer. Entendí que ella le atribuía mucho significado al hecho de que yo, finalmente, hubiese aprendido a manejar, porque tenía que ver con salir de una zona de confort, con la independencia, con soltar y empezar a contar mi propia historia; era como que iniciaba una nueva etapa en mi vida. Y fue así".
En ese auto se desplazaba hacia el teatro (cerca del Abasto, sobre el pasaje Zelaya) donde es complicado conseguir lugar para estacionar. "Entonces un día me hice amigo del que cuidaba la cuadra y me dejaba dos espacios para poder estacionar. Además, mi familia más cercana, los hermanos de mi mamá y su familia, vivían en Pacheco y esa fue la primera gran experiencia. Luego con mi mujer y por trabajo este último verano fuimos a España. Ella ya estaba embarazada y yo muy nervioso porque soy obsesivo y pensaba que al manejar las vibraciones del auto o algo podrían adelantar el parto. Pero manejé todo el tiempo y viví la mejor experiencia de mi vida. Hicimos todo el sur de España que es alucinante por los paisajes, los pueblitos que conocimos hasta saber que fue el último viaje sin ser padres, otra despedida de una etapa. Definitivamente, el auto te da mucha independencia y permite vivir una aventura que tal vez de otra manera no la podrías vivir".
Considera que tiene un don para manejar y que podría enseñar a otros. Además, acerca de la edad para aprender, comenta: "Te puede nacer la necesidad de chico como expresión de independencia, evolución o madurez, o de grande, como a mí. Hoy el auto es una extensión mía. Saber manejar da libertad, seguridad y resulta muy práctico. En mi auto está mi música, mi agua, mis caramelos de propóleo, bolsas con ropa, mi desodorante y perfume, todo. Salgo a las 7 de casa y regreso a la 1 y con el auto soluciono todo. Así que en la medida en que puedan, animo a las personas a que aprendan lo antes posible a manejar. ¡Está buenísimo!"
En caso de algún desperfecto, Darío es enfático: "Si se rompe algo del auto no hay manera de que le meta mano. Me bajo, voy a una concesionaria y me compro otro (risas) y en el medio que alguien venga a ayudarme. Soy poco hábil, no me gusta ensuciarme y bastante obsesivo con la limpieza; entonces, aunque he cambiado alguna rueda en mi vida porque no había otra alternativa, si levanto la tapa del motor es como ver una dieta, porque no sé de qué se trata y me marea absolutamente".
En la actualidad maneja un Citroën C4 Cactus porque "tiene personalidad, diseño, sistema de sonido bárbaro, es interactivo, te anuncia cuando cambias de carril sin que estés poniendo el guiño o si tenés un auto muy cerca y su sistema de cámaras facilitan el estacionamiento. Es negro, con llantas negras y cubiertas negras, me siento un super héroe cuando lo manejo. Así que estoy chocho".
Afirma que el auto debe responderle ante cualquier situación y brindar seguridad a todos los pasajeros. Como conductor dice que respeta las normas, "pero según mi mujer manejo muy mal, cosa en la que no coincido; acepto que soy un poco despistado, rústico, y que como soy muy avasallante en la vida por mi personalidad, a veces puedo ser así con mi auto en la calle. Ahí mi mujer me dice ‘pará’, y yo me digo ‘tranquilo’".