Una nueva campaña electoral ha terminado y, como sucedió en todas ellas, la problemática de la seguridad vial brilló por su ausencia.
Ningún candidato expresó plan, programa o meramente ideas acerca de un flagelo que se lleva más de 5000 vidas por año. Una cifra que probablemente sea bastante mayor, pero imposible de determinar fehacientemente porque muchas jurisdicciones (provincias y municipios) con escasos o nulos controles de las normas de tránsito, falsean sus números entregando valores significativamente menores a las reales. Un ardid político que, en realidad, le hace un flaco favor a sus vecinos, votantes y representados.
Queda además una deuda siempre pendiente en las estadísticas: la cantidad de heridos, qué tipos de lesiones sufren, cuántas personas quedan discapacitadas en los incidentes viales, etcétera. Nada se sabe de todo eso.
En las campañas, todos los candidatos hablan de la educación hasta con gestos grandilocuentes, pero todo queda en un enunciado: nada dicen acerca de qué van a instrumentar para mejorarla y cómo lo harán. La educación vial forma parte también de la general y aquí hay mucho por hacer con los niños y los adolescentes, desde cómo cruzar correctamente una calle hasta la responsabilidad de conducir una bicicleta, una moto y luego un automóvil.
Muchos jóvenes sin terminar el secundario ya pueden sacar un registro de conducir; es decir que todavía están en la etapa formativa de su vida: la mejor para que reciban las enseñanzas correctas que en un futuro puedan mejorar el caótico, agresivo y despiadado tránsito que tenemos en la Argentina y que a gran parte de nuestra dirigencia bien poco parece importarle.
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