En la mayoría de los países del mundo las rotondas son una excelente solución para que el tránsito resulte más fluido y pueda distribuirse con mayor rapidez. Pero esto no sucede en la Argentina. Por el contrario, aquí las rotondas son un foco de conflicto permanente (al punto que en muchos municipios debieron ¡poner semáforos! para evitar los choques) entre los conductores. ¿La razón? Porque la mayoría no respeta la prioridad de paso que existe en una rotonda y que le corresponde al que está circulando por de ella y no al que ingresa, que por estas tierras simplemente entra sin siquiera molestarse en disminuir la velocidad.
Entonces suceden situaciones como las que derivaron hace pocos días en la muerte del taxista Jorge Gómez, ferozmente agredido por otro conductor que lo golpeó dejándolo mal herido. Los autos ni siquiera se habían rozado, todo no pasó aparentemente de una discusión verbal que derivó en la agresión física.
Lamentablemente, nada nuevo bajo el sol. Dejaremos para los filósofos y los psicólogos dilucidar si el manejo de un vehículo da rienda suelta a frustraciones contenidas, circunstancias de vida difíciles que se descarga en el manejo o si da la posibilidad de desafiar las reglas y leyes sin mayores sanciones. Lo cierto es que lo mejor es evitar estas estériles discusiones callejeras (aunque tengamos razón), porque nunca se sabe que tan violenta puede ser la respuesta.
Una vez más, la seguridad vial nace de una postura individual. De tener conciencia en la calle, lo que significa respetar las leyes de tránsito y los derechos de los otros conductores: ceder el lugar cuando corresponde, observar las prioridades de paso. Llegar un minuto antes o estar apurado no justifica la violencia.
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