Buenos Aires tiene su monarquía
Los reyes de la molleja, las pantuflas, el cepillo y los botones son algunos de los que conviven en la ciudad
No son como Melchor, Gaspar y Baltasar. Tampoco lucen corona ni poseen castillos. Los reyes de Buenos Aires tienen sus reinos en la ciudad y aseguran que su nombre se debe a que nadie los puede igualar.
Ellos dicen que ofrecen desde las mejores mollejas para los asados del domingo hasta los más variados cepillos para el cuerpo, la ropa y el hogar. Entre sus joyas, poseen botones para todos los gustos, medias a prueba de inviernos, pantuflas soñadas, ensaimadas principescas y sahumerios que recuperan el amor perdido. "Y si a alguno le quedan dudas, que pase y vea", desafían.
Con delantal blanco y boina al tono, Carlos Príncipe –"Nucho" para los amigos– hace valer su fama de rey de la molleja mientras atiende a sus clientes en el Mercado del Progreso, en Caballito.
Autoproclamado monarca absoluto, explica que su reinado se debe a que su mayor interés siempre fue "vender las mejores mollejas para cocinarlas de distintas maneras". ¿Y qué recomienda el rey? "Las mollejas de corazón, maceradas en Cinzano con finas hierbas, para hacer a la parrilla, y las más flacas, de garganta, al verdeo o al champagne".
Mi reino por un cepillo
La vidriera de Marcelo T. de Alvear al 800 invita a curiosear. El Rey del Cepillo sorprende por su amplia variedad –hay para zapatos, dientes, sillas y sillones, parrilla, pisos y el cuerpo– y, sobre todo, porque el monarca jamás existió.
Detrás del mostrador aparece Alicia Aranovich. "Este reino siempre fue cosa de reinas", dice entre risas. Su madre, Elena, influenciada por su padre, un polaco que desde chico se dedicó a armar pinceles de cerda, comenzó con el negocio en 1980 y por consejo de un publicista decidió llamarlo así.
Aranovich asegura que el título se debe a que en la ciudad son los únicos que ofrecen cepillos artesanales, hechos de cola de caballo y cosidos a mano, de esos que ya no quedan.
Como tampoco quedan medias de las que vende Francis Benítez, el rey de todo lo que los porteños se calzan en el pie. Benítez formó su imperio en 1964, cuando, según él, "las mujeres salían de la peluquería e iban derechito a comprar medias".
En el barrio de Villa Urquiza, rodeado de medias cortas, largas y hasta la rodilla, explica que pertenece a la aristocracia porque en un momento llegó a vender 24 marcas "y de las muy buenas".
El rey que atrae dinero
En Balvanera tiene su corona el rey del sahumerio, Roberto Labal, que ofrece desde hace 16 años más de 200 variedades de sahumerios nacionales y 100 importados de la India. Labal asegura que los suyos son los mejores y cuenta que el más buscado es el sándalo, el que sirve para atraer el dinero.
Con idéntica certeza, digna de un auténtico monarca, Fernando Amado, heredero del trono de la confitería El Rey de la Ensaimada, dice que sus ensaimadas "hacen la diferencia". Fue José Rafael, su padre, quien en 1930 abrió el negocio y trajo un pastelero mallorquín para que, con dedicación y paciencia, cocinara las ensaimadas, características del Mediterráneo, que, aún hoy, atraen a muchos clientes en Parque Chacabuco.
Pero si hay uno de estos locales que merecen llamarse "reino", ése es El Rey de los Botones, en Rivadavia al 6200. Estanterías completas desde el piso hasta el techo con cajitas decoradas con botones de nácar, metal, cristal, plástico, carey, galalí y azabache delatan que Eduardo Ibarra tiene sangre azul. En 1933, su padre, Eugenio, comenzó a vender botones y, años más tarde, Eduardo y su hermano empezaron a fabricarlos.
El rey confiesa que, cuando se interna en el tallercito detrás de su local, puede hacer hasta trescientos botones en una jornada. Y que lo único que necesita para trabajar es que los clientes lleven sus prendas.
Pero ser rey en Buenos Aires no es fácil, y es por eso que algunos cambian de reino según la estación. Es el caso de Cristian Vergara, quien en invierno es el rey de las pantuflas y durante el verano, el de las ojotas. En su local de Bartolomé Mitre al 2600, repleto de pantuflas, cuenta que no hay nada que supere los $ 50. Y que son los mejores porque se dedican exclusivamente a eso.
Y la lista continúa. En la ciudad también conviven el rey de las empanadas, del pantalón, del paragolpe y el del juguete, entre tantos otros. Curiosas monarquías en las que no todos los títulos se heredan y en las que aun sin castillo ni corona también se puede reinar.