Desde Los Piletones, una apuesta al progreso y a la vida
Margarita Barrientos llegó hace 22 años a ese rincón de Villa Soldati cuando allí sólo había montañas de basura, autos abandonados y ratas
Vivo en Los Piletones desde hace 22 años. Cuando vinimos, el lugar era un basural, un bajo impresionante con montañas de piedra enormes. En el patio de nuestra casa teníamos un cementerio de coches lleno de ratas. Sin embargo, vinimos por necesidad, ya que esta era una villita que recién estaba comenzando a crecer.
Antes vivíamos en la manzana 19, casa 11, de la villa de Lugano, hasta que un día mi esposo Isidro me dijo: "Magui, nos vamos a mudar, porque acá no tenemos futuro".
Hoy en Los Piletones viven más de 10.000 personas y hay construcciones de ladrillo de hasta 3 pisos, pero en aquel momento éramos muy poquitos.
El 80 por ciento de la gente se dedicaba al cirujeo y los ranchitos eran todos hechos de chapa o bolsas. No había calles abiertas, ni luz eléctrica, y el agua había que ir a buscarla en baldes a dos o tres cuadras, a la esquina de Barros Pazos y Lacarra.
Entre los primeros vecinos estaba Rosita, que tenía ocho chicos -cuatro pares de mellizos- . Ella y sus hijos vivían dentro de un colectivo abandonado. También estaba Claudia, que vivía en lo que hoy son los talleres de carpintería. Ella dormía arriba de su carro con dos yeguas. Sara, otra de las primeras en llegar aquí, vivía debajo de un árbol con ocho "gurises", las nueras y toda la familia. Años después se fue a vivir a un barrio en provincia y Rosita, con lo que cobró de una pensión por tener más de siete hijos, se fue para Glew.
Con el correr de los años, el barrio se amplió, mucha gente se fue y no volvió más, pero mi familia y yo nos fuimos quedando.
Por la necesidad que había, no nos dimos el lujo de irnos. De pronto todo fue tomando otra dimensión: primero el comedor, después trajimos médicos para hacer vacunar a los chicos y empezamos a hablar con las mujeres embarazadas...
Cuando vine a este lugar jamás pensé que llegaríamos a tener un centro de salud, un hogar para abuelos, dos jardines infantiles, una panadería que produce 150 kilos de pan por día para repartir, una biblioteca para apostar al futuro, un taller de costura, una carpintería, y tantos otros proyectos.
Hoy hasta tenemos una orquesta de cuerdas con 60 niños que estudian música, 21 violines, tres violoncellos, un órgano, un contrabajo y profesores del Teatro Colón que vienen a dar las clases.
El comedor, al que todos los días vienen más de 2100 personas con su ollita a buscar una ración de comida, cumplió 18 años el 7 de octubre.
De hecho, el nombre del barrio surgió cuando fuimos a inscribir el comedor al Ministerio de Desarrollo Social de la Nación. Ahí nos preguntaron cómo se llamaba, y yo les dije "Los Piletones" por los piletones de cemento del lago Soldati, que en ese momento estaban acá abandonados, y desde entonces le quedó ese nombre.
Desde entonces, muchas cosas mejoraron en el barrio, como las cloacas, que hoy se están instalando gracias al trabajo de las cooperativas del barrio y del Gobierno de la Ciudad, aunque todavía falta una escuela dentro de la villa, ya que muchas familias no consiguen vacantes para sus hijos.
Hoy las cooperativas del barrio (La Unión y La Esperanza) hacen trabajos muy bonitos como enseñar a los chicos a recolectar la basura: van con un carro grande y recogen las bolsas a domicilio.
Esos eran chicos de la calle que antes consumían droga y se peleaban, y ahora son señores porque se les da un motivo y una esperanza.
Otros jóvenes de 17 y 18 años trabajan como cuidadores del playón del polideportivo, un espacio con canchas de fútbol y juegos para chicos que se hizo a nuevo, con mucho esfuerzo; o pavimentando las calles. Muchos de esos chicos hoy no vienen al comedor porque ya tienen familia y se mantienen con su sueldo de la cooperativa. Como persona ajena a los planes, eso me parece maravilloso: yo quiero que la gente trabaje.
Lo mejor de este lugar es la gente y ver, después de tantos años, el progreso que se está dando.
Mi sueño es ver el día en que deje de ser una villa y se convierta en un barrio: que cada familia tenga su título de propiedad y cada persona, el derecho a pagar sus servicios -eso es, el derecho a pagar los servicios que usamos, y que no tenga que ser regalado.
Ese día, Margarita Barrientos va a subirse a una camioneta y se va ir de Los Piletones. ¿A dónde? A donde más la necesiten.
Margarita Barrientos