Di-vagando entre adoquines, una experiencia performática por San Telmo
Es una forma de conocer distintos rincones de este barrio porteño como si se participara de una obra teatral
La historia se inicia a la vera del río, en el dique 1 de Puerto Madero, debajo de una de esas grúas del siglo XIX que se usaban para cargar y descargar contenedores cuando la Argentina era “el granero del mundo”. A través de auriculares llega el sonido de agua, se oyen pájaros, la bocina de algún tren de carga o de pasajeros, quizá el bullicio de los inmigrantes allá a lo lejos. La dramaturga y actriz Dolores Pérez Demaría, co-autora de “Di-vagando entre adoquines”, esta propuesta performática que invita a recorrer el barrio porteño de San Telmo durante una hora, también tiene sus auriculares encendidos: se limitará a guiar con sus pasos y alguna seña al pequeño grupo de espectadores, protagonistas, caminantes.
La bocina de un barco a vapor vuelve a sonar y en segundos la ciudad ya no es común a todos. Es hora de que cada uno se disponga a vagabundear con los sentidos expectantes transportados en otro tiempo, en un escenario conocido por muchos, pero en algún punto enigmático e inaccesible hasta ahora. Los caminantes avanzan desde aquel puerto a San Telmo: se oyen ruidos de autos, bocinazos, alguna frenada. No es sencillo distinguir si provienen de la realidad o si son ficticios; tiene poca importancia la disquisición para quien camina, avanza, cruza la ruta y ya se interna en los primeros empedrados de este barrio del sur, antes conocido como "barrio del puerto".
La 9 de Julio es para allá, ¿no? No, para el otro lado. El fragmento de un diálogo se mezcla con los ruidos de la calle, la urgencia de una sirena, una manifestación, bombos y redoblantes que acompañan discursos enfervorizados que hablan de Patria, república, jubilados, pueblo. Luego, un sonido grave, envolvente, persiste como una sombra hasta la esquina de Carlos Calvo y Paseo Colón. “Lola”, como se conoce a la actriz que guía la escena, pide una pausa. Luego, una voz amable y ronca -la del actor Alfredo Martín- se apropia de un fragmento de la aguafuerte de Roberto Arlt El placer de vagabundear y narra: “Comienzo por declarar que creo que para vagabundear se necesitan excepcionales condiciones de soñador. Ya lo dijo el ilustre Macedonio Fernández: ‘No toda es vigilia la de los ojos abiertos’”.
La caminata se reinicia con este texto que también habla de despojarse de prejuicios, volverse algo escépticos, soñadores irónicos. De pronto, irrumpe la voz de una muchacha que se despide de su madre y baja presurosa los escalones de una antigua casona rosada, en Balcarce 1016. Afuera una placa anuncia Casa de Castagnino, ya que allí vivió el pintor en la década del 60. Nunca se la ve, pero es tan vívida su voz que ella parece sumarse al recorrido, que encontrará murales tristes como el de la mujer “carita de carbón”, u otros con motivos tangueros hechos con venecitas, y también balcones frágiles, aterradores y húmedos y anticuarios de película.
Vuelve el sonido de los pájaros, del agua. La gente mira al grupo que vagabundea. Quizá resulta raro que alguien se detenga unos segundos a mirar una ventana antigua. Los automovilistas apurados, casi nunca ceden el paso y miran como si no entendieran por qué en esta parte de la ciudad, un día laborable, pleno miércoles por la tarde, hay gente que anda lento, como habitando la ciudad.
No se oye el afuera pero alguien ve la cara de una señora que, de mal modo, pide que despejen la vereda. Vuelven los Aguafuertes de Arlt: “¡Cuántos dramas escondidos en las siniestras casas de departamentos! ¡Cuántas historias crueles en los semblantes de ciertas mujeres que pasan! ¡Cuánta canallada en otras caras! Porque hay semblantes que son como el mapa del infierno humano. Ojos que parecen pozos”.
Ahora, en la esquina de Café Rivas, tan elegante con sus letras doradas. Al frente, el bar Sur. “Sur... paredón y después/Sur, una luz de almacén/Ya nunca me verás como me vieras/recostado en la vidriera/y esperándote (…)”. El tango llena el ambiente y luego se va apagando y alguien silba por la calle y de adentro de alguno de los bares parece salir un bullicio como de mitad de noche.
Alto ahí, dice una voz. Observen esos balcones, ordena. La voz es de nuevo la de Alfredo Martín, que ya resulta familiar. Suena imperativa y amable a la vez. En realidad está haciendo un favor al pedirles a los caminantes que miren. Plantas carnívoras parecen salir desde adentro de la casa y adueñarse del frente antiquísimo. La escena bien podría inspirar un cuento de Silvina Ocampo. Y luego adentro, una galería de antigüedades. Pasen, recorran parece decir “Lola”, la artífice de todo. De fondo acompaña el sonido de vidrios que se acarician en el aire, como llamadores de ángeles, que en realidad podría surgir de las majestuosas lámparas antiguas que cuelgan en todo el salón.
Afuera vuelve a aparecer la voz de la muchacha, está apurada por entregar una carta antes de retornar a su casa. La lleva apretujada en sus manos por miedo a perderla. Con excusa de acompañarla los caminantes conocen otros rincones de este San Telmo de ensueño. La voz del narrador anima a los visitantes en este afán de callejear. En palabras de Arlt: “… he llegado a la conclusión de que aquel que no encuentra todo el universo encerrado en las calles de su ciudad, no encontrará una calle original en ninguna de las ciudades del mundo”.
Este andar misterioso y algo azaroso, que entremezcla la ficción con la realidad, con algo de experiencia teatral y radioteatro, llega a su fin al cabo de una hora. En la esquina de Chile y Defensa, donde está la escultura homenaje a Mafalda, todos entregan sus auriculares: es la despedida. “Hago esto porque tengo el teatro adentro mío y en la calle veo escenas en todas partes”, cuenta la actriz y guía. “A la calle, cuando la vivís, cuando la habitás, es pura coreografía”. Atardece y llega el olor a puchero desde un bar turístico de la zona. Un señor de barba cana y mugrienta se acerca y extiende la mano, ofrece estampitas: tome, ¿no la quiere? Se la doy igual. Alguien le da un billete. El grupo se dispersa hacia la noche fría.
Para agendar
Di-vagando entre adoquines, una experiencia urbana; Autoras: Dolores Pérez Demaría (Lola) y Belén Pérez Chada; Días: Miércoles y sábados a las 17; Dónde: Humberto Primo y el dique, bajo la grúa; Duración: 1 hora; Idioma: castellano e inglés (opcional); Cupo por grupo: hasta 8 personas por cada salida; Reservas: www.ba.tours o www.facebook.com/divagandoentreadoquines/