El calor de la ciudad potencia las lluvias
Desde siempre, las calles de Buenos Aires se inundan en cada tormenta. En la década del 50, por ejemplo, era frecuente ver la avenida Juan B. Justo, que cruza la ciudad sobre el eje del arroyo Maldonado, anegada después de una intensa lluvia.
Sin embargo, las tormentas se volvieron cada vez más frecuentes y, también, más severas. De hecho, hasta se cobraron varias vidas. Algo que en el pasado no ocurría.
La principal causa de este problema se origina directamente en la propia ciudad y el conurbano metropolitano que la rodea. El crecimiento demográfico y edilicio hizo que la cobertura vegetal fuera reemplazada por cemento. Además, hay una mayor emisión de energía por el incremento de la actividad industrial, por el enorme crecimiento del parque automotor y, en verano, por la multiplicación de los equipos de refrigeración.
Esto genera una "isla de calor urbana", que incrementa las lluvias. En otras palabras, cuando los frentes de tormenta pasan sobre Buenos Aires, el calor que le provee la propia ciudad potencia su efecto. Así, cobra una gran intensidad, muy superior a la que se da sobre las áreas rurales, donde la población es más escasa y no hay tantas construcciones.
En la ciudad, por un lado, cae más agua; y, por otro, esa lluvia no tiene cómo infiltrarse en el suelo, porque Buenos Aires está cada vez más impermeabilizada por la cantidad de edificios. Entonces, de la parte alta de Buenos Aires bajan cataratas de lluvia hacia los bajos, que se anegan.
Cabe destacar, sin embargo, otras causas que empeoran este escenario. Hay un cambio en la circulación atmosférica en América del Sur, que está afectando todo el continente, y consiste en un calentamiento del océano Atlántico y un incremento de la actividad del Polo Sur.
Así, se producen tormentas sobre la desembocadura del Río de la Plata y todo el litoral atlántico. Además, genera que las ciudades ribereñas incrementen la frecuencia de tormentas severas, desde San Pablo, en Brasil, hasta Bahía Blanca, en la provincia de Buenos Aires.
Por otra parte, contrario a lo que se cree, hay una mayor actividad del Polo Sur. En septiembre pasado, se registraron 20 millones de kilómetros cuadrados de barrera de hielo, un récord histórico.
Por estas dos últimas causas, la circulación atmosférica se intensificó. Entonces, se alternan períodos largos en que el aire llega a la ciudad desde el Norte, con altas temperaturas y humedad, lo que provoca períodos de mucho calor. Algo que se quiebra cuando irrumpe el aire polar desde el Sur, como sucedió en la última tormenta.
Este mecanismo provoca tormentas muy fuertes, que son seguidas por fuertes descensos térmicos, como se prevé que ocurrirá el próximo fin de semana.
El autor es agroclimatólogo, profesor en la UBA e investigador del Conicet
Eduardo Sierra