Insólito viaje a "paso de perro"
Como todos los días, cada vez que voy a tomarme la línea B pienso en qué nueva aventura voy a enfrentar. Últimamente siempre pasa algo y uno, en la hora pico, tiene que tener a mano alguna alternativa por si resulta imposible subirse a los trenes, que además pueden venir con demoras de hasta media hora. A veces miro Twitter, donde la gente ya va haciendo catarsis. Hoy no decían nada. Todo aparentaba estar bien con la línea B.
Llegué al andén de Malabia y noté que no había nadie. Me fui hasta adelante para subir en el primer vagón. Pasaban los minutos y la estación comenzó a llenarse. Eso ya era una pésima señal. Una vez más, imaginé mi destino en los próximos 30 minutos, apretado contra la espalda de alguien mucho más alto que yo sin poder mover ninguna de mis extremidades.
Es increíble cómo uno se acostumbra a casi todo lo que pasa en el subte. Se va volviendo predecible. Durante años vi muchas cosas bajo la tierra, pero lo de esta vez fue, lejos, lo más divertido de todo. Bueno, no sé si divertido. Tal vez, surrealista.
Mientras la gente se asomaba de manera peligrosa para ver si venía el tren, yo chequeaba mi celular sin prestar demasiada atención a lo que pasaba. Hasta que empecé a advertir la sorpresa de varios pasajeros al lado mío. Al mismo tiempo, oía ruido a piedras. Algo se movía en el túnel, evidentemente.
Lo primero que pensé es que se trataba de una rata grande que venía caminado por las vías, pero no. Era un perro que iba al trotecito, derecho por las vías. Detrás venía el subte, como un gigante escolta... al paso del can.
La puerta delantera del primer vagón, donde viaja el motorman , estaba abierta y alguien colgaba de ella; handy en mano, comunicaba segundo a segundo lo que hacía el can. Pasará a la historia la cara del empleado de Metrovías. Denotaba todo su desconcierto. "¿Qué hago con este perro?", pensaba, seguramente, a juzgar por sus gestos.
A los empujones, como siempre, los pasajeros nos metimos en el vagón sin preguntar. Adentro, los que venían de más lejos nos preguntaban a los "nuevos" si el perro seguía en el túnel. La formación venía siguiéndolo desde hacía bastante. Nunca supe bien desde dónde.
Tuve la suerte de "quedar inmovilizado" con gente que se tomó el inolvidable episodio con bastante humor. Incluso hicimos varios chistes. Eso ayudó a tomar con más calma la idea de ir a trabajar en subte, pero "a paso de perro".
Eso sí, a medida que avanzábamos, en cada estación le preguntábamos a los nuevos pasajeros si el perro seguía ahí, firme en su peregrinación. Todos decían que sí, hasta que, finalmente, llegamos a Pasteur. Ahí nos dijeron que el can había cambiado de vía. Por fin, el tren aceleró su marcha y cada uno retomó su rutina. A medida que íbamos bajando, nos saludábamos entre bromas. Ya éramos todos como amigos.
-¡Nos juntamos a tomar mate, eh!
-Sí, dale, ¡Traé al perro!
Gastón De la Llana