La plaza Serrano revive con los proyectos de un psicólogo
¿Quién es el emprendedor más activo de la plaza Cortázar, la popularmente conocida como "placita Serrano"? A sus 34 años, Santiago Olivera compite por ese título empresarial. Fotógrafo, coleccionista de motos antiguas, amante de los viajes y psicólogo de profesión, todos sus intereses convergen en sus emprendimientos, con los que le está cambiando el ánimo -y la cara- al tradicional enclave de Palermo
Junto con su socio, Marcelo Pirogovsky, y un grupo de inversores distinto en cada local, Olivera es el dueño de la flamante pizzería Querido González, de Sans Bar, del concurrido Club Serrano y del local de cócteles Santa Eva, que promete abrir por estos días (con la reconocida bartender Inés de los Santos detrás de la barra). También es parte de un proyecto que busca transformar la tradicional Papelera Palermo en un restaurante con hotel, en Cabrera al 5200.
Marcelo era dueño del bar de la Facultad de Psicología de la UBA cuando Santiago estudiaba. "La fantasía de poner un bar al lado de la facultad tomó forma de a poco", cuenta. A Cómo te extraño Clara, en la sede de Hipólito Yrigoyen, le siguió Volviste Clara, en la de la avenida Independencia. ¿Existe Clara? El secreto es parte de su mística.
Tras el éxito entre las huestes de Lacan, abrieron un par de bares en la Facultad de Medicina. Y hace cuatro años llegaron a Palermo con Cómo te extraño Clara. "Nos complementamos bien -explica Santiago-. El tiene el conocimiento gastronómico y yo aporto lo conceptual."
Hasta fines del año pasado, Santiago trabajaba en el hospital Borda con la intención de devolver algo de lo que la UBA le había dado. Hoy piensa en un proyecto para cubrir las necesidades alimentarias de la gente en situación de calle. "Tenemos la estructura y conocemos proveedores que pueden donar. Es sólo cuestión de tiempo", asegura.
Club Serrano apuesta a la música electrónica y al ambiente nocturno. Por su parte, tanto Sans Bar como Querido González nacieron con una pesada carga: reinventar los espacios donde habían funcionado los míticos bares El Taller y Malas Artes, respectivamente, en Serrano y Honduras. "Tocar bares con tanta mística genera amores y odios", reconoce Santiago.
Pero su filosofía es clara. "No existe un bar sin identidad. Sin descuidar lo comercial, es importante ofrecer propuestas nuevas", opina. Según cuenta, el impulso de sus locales empezó a contagiar a otros comerciantes de la plaza, que comenzaron a ofrecer tragos en sus cartas y a pintar fachadas. "Los cambios nos benefician a todos", dice.
Se ríe cuando le comentan que lo llaman "el Da Vinci de plaza Serrano". Aunque no se atreve a compararse con nadie, Santiago sabe que, como Leonardo, para la ciudad hoy no hay bien más relevante que el impulso innovador.