Una vía que no aporta soluciones mágicas
La facilidad y rapidez para interactuar, compartir información o crear contenidos con otras personas es una de las principales razones por las que a lo largo de la última década las redes sociales se han difundido de una manera tan extraordinaria en nuestras sociedades.
En un contexto de apatía y desconfianza hacia las instituciones públicas, las redes sociales pueden contribuir a mejorar la relación entre representantes y representados en la medida en que los ciudadanos encuentran más espacios para expresar y defender mejor sus intereses, volcar sus visiones de la realidad e incluso involucrarse de manera activa en la gestión de los asuntos públicos.
Generalmente se da por sentada la relevancia de las redes sociales, así como también se da por sentado que, por el solo hecho de importar, producirán buenos resultados.
Sin embargo, diversos estudios aportan abundante evidencia empírica que nos invita a desprendernos del fetichismo tecnológico. A partir del enorme potencial de cambio que significa la utilización de redes sociales, muchas veces se le asigna a lo tecnológico, ya sea por conveniencia o por error, una función casi mágica que resolvería todas las demandas de los ciudadanos.
Si bien viralizar un problema, una queja o un reclamo ayuda a darle visibilidad a éste y contribuye a que concite la atención de los gobernantes, esto está lejos de ser un proceso automático y mucho más todavía que la solución se oriente hacia las preferencias de los que generaron esta acción.
Gobernar es una tarea compleja que implica afrontar múltiples y contradictorias demandas. Por más que el ciudadano tenga una preocupación directa en un asunto en que potencialmente podría estar interesado en intervenir, su actividad cotidiana es bien distinta a la del gobernante.
El riesgo de pedirles a las redes sociales lo que ellas no pueden ni pretenden dar consiste en generar falsas expectativas o incitaciones ilusorias que terminen deslegitimando los beneficios reales y potenciales asociados a su utilización.
El autor es profesor del Centro de Estudios de Tecnología y Sociedad en la Univ. San Andrés
Diego Pando