Nuevos tratamientos. Cáncer: terapias a medida de los pacientes
Por Gabriela Navarra Enviada especial
NUEVA ORLEANS, Estados Unidos.- Si el programa de temas del 40° Congreso de la Sociedad Americana de Oncología Clínica (ASCO, según sus siglas en inglés), que se realiza en el Ernest N. Morial Convention Center, es prácticamente imposible de abarcar, la especialidad que sin duda más captura el interés de los oncólogos es la "farmacogenómica", que consiste en individualizar los tratamientos de acuerdo con el mapa genético de cada paciente para mejorar los efectos benéficos de las terapias y minimizar los adversos.
"Hasta 1998 -dijo el doctor Harry Bleiber, director del Instituto Jules Bordet, de Bruselas, Bélgica-, la elección de un tratamiento se basaba en ensayos randomizados. A partir de ese año, los tratamientos se fueron adecuando a la genética del tumor. Ahora los blancos son cada vez más específicos. El objetivo es que el nivel de respuesta terapéutica supere el 90% y la toxicidad descienda cada vez más."
La dificultad, sin embargo, radica en que estas alternativas todavía no están suficientemente experimentadas como para el diseño masivo de tests genéticos que permitan individualizar a cada paciente antes de su tratamiento, una meta que todos los especialistas coincidieron en desear para los próximos años.
Uno de los estudios, que fue elegido para integrar la sesión plenaria del congreso (donde se presentan los seis trabajos más destacados) como expresión de la búsqueda de una mejor calidad de vida para los enfermos de cáncer, resume la labor con 494 pacientes con cáncer colorrectal metastásico, a quienes el tratamiento usualmente indicado produce fatiga, diarrea, náuseas, vómitos, descenso de los glóbulos blancos, deshidratación y edema en manos y pies.
La pregunta de los investigadores dirigidos por el doctor Jeff A. Sloan, de la Mayo Clinic de Rochester, Minnesota, fue si todos reaccionarían del mismo modo frente a la quimioterapia. Y, por cierto, no ocurrió así.
Tres genes
La atención de los científicos se centró sobre tres genes, identificados con las siglas DPYD, Mthfr y TYMS, vinculados con la reparación del daño celular. Los investigadores hallaron que los pacientes que tenían dos variantes del DPYD experimentaron menos fatiga que aquellos con el mismo gen no alterado. Pacientes con un marcador cerca del gen TYMS, en cambio, habían experimentado más fatiga, distress y otros síntomas negativos que aquellos con la forma normal del gen.
Otro estudio realizado por Dennis Sgroi, de la Harvard Medical School, halló evidencias de que la sobreexpresión de dos genes (que responden a los complicados nombres de HOXB13 y ILI7BR) aumentaban el riesgo de que mujeres con cáncer de mama tratadas con tamoxifeno (el antiestrógeno más utilizado en cánceres hormonodependientes) desarrollaran metástasis en los primeros cinco años posteriores al diagnóstico.
"Hasta ahora, no había posibilidades de predecir qué pacientes con receptores estrógeno-positivos no responderían al tratamiento. Es importante poder identificarlas y ofrecerles otras alternativas como, por ejemplo, los inhibidores de la aromatasa", dijo el médico ante los periodistas. Su estudio se realizó en tan sólo 60 pacientes, pero es esperanzador.
También respecto del tamoxifeno (una droga que tan sólo en Estados Unidos toman medio millón de mujeres), fue presentado un estudio de Vered Stearns, de la Johns Hopkins School of Medicine de Baltimore, quien halló que el polimorfismo o variación en un gen puede interferir en la manera en que el tamoxifeno es metabolizado por el organismo.
Además, la investigadora también halló un dato sorprendente: algunos antidepresivos que se indican para tratar los flashes de calor que el 80% de las pacientes experimentan con el tamoxifeno como efecto adverso tienen su contracara: también pueden inhibir una enzima que naturalmente ayuda a metabolizar la droga para controlar el cáncer. Stearns agregó que el tema seguramente dará nuevos frutos, ya que "los efectos genéticos del tamoxifeno han sido poco estudiados hasta ahora".
También en cáncer de mama, investigadores del Instituto Catala de Oncología en Girona, España, hallaron que un polimorfismo genético en algunas mujeres posmenopáusicas con cáncer mamario estrógeno-dependiente estuvo asociado con una mayor respuesta al tratamiento con el letrozole, una nueva droga para tratar este tipo de cáncer de mama, que es un inhibidor de la aromatasa (una enzima). El doctor Ramón Colomer, que presentó el estudio ante los periodistas, dijo que la enfermedad había progresado 525 días después del inicio del tratamiento con letrozole entre las mujeres con el polimorfismo, en tanto que aquellas pacientes sin la alteración habían tenido signos de la enfermedad 196 días después de comenzar el mismo tratamiento.
En cáncer de pulmón de células no pequeñas (el más frecuente de este tipo de cánceres) se presentaron varios trabajos que señalan una relación importante entre la presencia de determinados indicadores genéticos y una mayor predisposición tanto a mejores tratamientos como a mayores efectos adversos. La doctora Rebecca Suk, de la Harvard University de Boston, centró su atención en un gen llamado ERCC1, que dirige la producción de enzimas que reparan el ADN dañado removiendo las partes afectadas antes de que ocurra la división celular.
De los 147 pacientes tratados con quimioterapia y radioterapia, 31 de ellos mostraron severos efectos adversos: eran aquellos con la variante del gen en cuestión.
Dar en el blanco
Otros trabajos vinculados con el cáncer de pulmón exploran la relación entre mutaciones de los receptores del factor de crecimiento epidérmico (EGFR, por sus siglas en inglés), un target muy explorado a la hora de explicar los mecanismos de crecimiento descontrolado de las células y la respuesta individual a los tratamientos oncológicos.
El doctor Thomas Lynch, del Massachusetts General Hospital, y su colega Pasi A. Janne, del Dana Farber Cancer Institute, probaron en sendos estudios publicados recientemente en The New England Journal of Medicine y Science que los pacientes con alteraciones en el receptor del factor de crecimiento (EGFR) eran hasta 10 veces más sensibles al tratamiento con gefitinib que aquellos que no tenían la variación.
Esta alteración es la que explicaría por qué los pacientes japoneses tuvieron mejor respuesta terapéutica que los norteamericanos al mismo tratamiento, que se evidenció tanto con la administración de gefitinib (Iressa) como con paclitaxel (taxol). Posiblemente, los japoneses presenten más a menudo esa variante en el receptor del factor de crecimiento, que los hace mejores "respondedores" (aunque también con más efectos adversos) a los tratamientos.
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