Ingeniosa estrategia contra la diabetes
En Salta se inauguró el primer comedor comunitario para personas que padecen este trastorno
Algunos ya han cruzado la frontera de los 70, pero no se pierden ni una de las clases de básquet que los lunes, miércoles y viernes les propone Javier, el profesor de educación física, en la sede social del centro vecinal de San José. Allí funciona el Primer Comedor Comunitario para Diabéticos (susafe@Argentina.com), distinguido con 9000 pesos por la Fundación Ashoka como "una idea innovadora para la movilización de recursos", que intenta cambiar hábitos de alimentación y de vida para mantener a raya la enfermedad.
Es que mucho más que en otras patologías, el buen pronóstico de la diabetes, enfermedad que afecta a cerca del 8% de la población, depende de la alimentación cotidiana y de realizar actividad física: ésas, junto con la medicación y los controles periódicos, son las herramientas que probaron mantener a raya a la glucosa, la sustancia que en los diabéticos se incrementa fácilmente y es capaz de dañar, al cabo de los años y el descuido, las pequeñas y grandes arterias, produciendo problemas renales, oftálmicos, cardíacos, cerebrales, de insensibilidad en pies y manos.
Para evitar las complicaciones la educación de los pacientes y de sus familiares es imprescindible.
"Aquí uno aprende a comer de nuevo -dice del otro lado del teléfono la señora Carmen Alcocer de López, de 60 años-. Todos los alimentos son más balanceados, hasta el postre. Supongamos que el plato principal tiene papa: entonces, el postre tiene que ser una fruta o algo más liviano, como gelatina, y el primer plato todo de hoja verde, así se va compensando."
Carmen menciona que el diabético es su esposo. "Yo empecé a venir para ayudar y para que él mejorara su alimentación -dice-, como otras esposas de diabéticos. Pero al final salí ganando, porque lo que aprendemos a comer es lo que tiene que comer todo el mundo... Así que bajé 20 kilos, hago gimnasia, algo que nunca había hecho en toda mi vida, y ya no me duelen los brazos cuando cuelgo la ropa." Todos los mediodías, unas 40 personas concurren al comedor, que tiene como lema "Por una diabetes saludable". Su factótum es la nutricionista y especialista en Desarrollo Comunitario Susana Fernández, de 46 años, casada y madre de dos chicos de 11 y 9 años. Fernández toma cuatro colectivos y recorre toda la ciudad, de punta a punta, para seguir adelante con el comedor que desde hace más de dos años se lleva buena parte de su energía y empeño.
"Invertí mucho esfuerzo en esta idea -explica-. El proyecto nació el 15 de octubre de 2001, a partir de un grupo de autoayuda para diabéticos que se reunía en el centro de salud del barrio, donde era médico el profesor Benjamín Moreira, también diabético, que luego fue trasladado a Cafayate. Fueron él y un paciente los que tuvieron la idea del comedor. Originalmente yo iba a dar clases y el proyecto iba a tener dos meses. Pero comprendí que era poco tiempo para incorporar nuevos hábitos."
Bróccoli a los 60
Y así, con la creatividad con que a menudo se reemplazan las carencias materiales, la nutricionista fue perfeccionando la idea de un comedor que -ante todo- "no debía ser un lugar donde la gente simplemente se alimentara, porque si bien la mayoría de las personas tenía necesidades básicas insatisfechas también eran diabéticos, entonces no sólo había que darles de comer sino hacer un trabajo más profundo."
La nutricionista dice que si bien la situación ideal es que un médico prescriba un plan de alimentación individual para cada paciente, el diabético difícilmente lo cumple, ya sea porque le faltan recursos económicos o porque no sabe cómo llevarlo adelante: más allá de que se le haga una semana de menúes, la gente no sabe cómo manejarse con alimentos que nunca comió. "Tengo pacientes que probaron el bróccoli a los 60 años", afirma.
Fernández recuerda que, durante los primeros tiempos, el trabajo fue enorme. "Me arremangué más que nadie -dice- hasta que conseguí que todos fueran aprendiendo a trabajar en el comedor: hacer las compras, cocinar, poner la mesa, lavar los utensilios, una tarea que conseguimos que hagan los varones, todo un adelanto si tenemos en cuenta que acá, en el Norte, están muy arraigados los roles tradicionales y es difícil que los hombres entren en la cocina."
Uno de sus sueños, dice la nutricionista, es un espacio propio y más grande, para albergar a más pacientes. La mayoría de los que asisten al comedor son mujeres, que se organizan en turnos de dos veces por semana para realizar las tareas. Los diabéticos suelen ser acompañados por sus esposas, que se transforman así en expertas en nutrición saludable. "Aprenden a cocinar y luego lo hacen en sus casas, a la noche y los fines de semana y feriados, cuando el comedor está cerrado", explica Fernández.
Con el dinero que les asignó la Fundación Ashoka, dice, irán un pasito más allá: si bien el comedor recibe subsidios del Fondo de Participación Social y de la empresa Trasnoa, y cada asistente paga tres pesos semanales, otra fuente de ingresos consiste en el servicio de delivery de comidas sanas, que podrá ampliarse con la compra de un vehículo.
"Las viandas consisten en una entrada, plato principal y postre, y cuestan tres pesos, para diabéticos y para cualquiera que quiera seguir una dieta sana", dice la nutricionista.
La nutrición es el eje convocante del emprendimiento, pero no es el único: además de las clases de educación física y de las charlas informativas, se ofrece la atención médica del diabético, que se realiza mediante controles en el centro de salud barrial. "De nada sirve el tratamiento si el diabético no es protagonista", asegura la nutricionista.
Controles exigentes
"Cada cosa tiene su importancia -afirma el doctor Wilfredo Medrano Sandrana desde el centro de salud número 13 Chartas, de la ciudad de Salta-. El 10% depende de conocer bien la enfermedad: para eso damos charlas que incluyen desde saber las causas de la enfermedad hasta cómo aprender a cortarse las uñas de los pies. El 30% es la gimnasia, el otro 30% es la alimentación, y el 30% restante es la medicación."
El médico admite que, junto con el cariño que dispensa a sus pacientes, se lo conoce también por ser muy exigente. "Acá no aceptamos diabéticos con más de 110 mg de glucosa -asegura-. En el 95% de los casos los análisis llevan mi firma y una leyenda que dice «muy bien 10», pero si no cumplen con el tratamiento... ahí me enojo mucho porque nosotros no queremos tratar complicaciones de la enfermedad, queremos pacientes que se cuiden."
El doctor Medrano indica que en el centro de salud se controlan unos 240 pacientes diabéticos. "Ojalá más personas pudieran concurrir al comedor -reflexiona-. Con eso y gimnasia, andarían todos como un reloj."