Las claves son cultivar los afectos y evitar problemas
Gracias a los estudios que pueden obtener imágenes del cerebro en funcionamiento, los investigadores hoy pueden echar luz sobre cuáles son los caminos neuronales de las emociones y formular hipótesis que complementan y profundizan los conocimientos obtenidos a partir de la introspección sobre cuáles son las raíces de la felicidad.
“Con estudios de tomografía por emisión de positrones hemos demostrado cómo la parte cortical del lóbulo frontal está involucrada en la percepción de objetos que son agradables, mientras que zonas del cerebro subcortical, como la amígdala, están conectadas con la percepción de objetos que son feos, malos. Esa observación me hizo pensar que es más importante filogenéticamente, para la supervivencia, reconocer los peligros y las cosas feas, y por eso éstas están conectadas con el cerebro más antiguo”, comenta el doctor Sergio Paradiso, de la Universidad de Iowa, Estados Unidos.
“Cuando nos hicimos humanos, con el desarrollo de la corteza frontal, tuvimos más posibilidades de ponernos en contacto con aspectos más hedónicos de la vida y del ambiente. De modo que para disfrutar situaciones como comer o copular, tenemos el lóbulo frontal, y el cerebro subcortical, más antiguo, se conecta más con la satisfacción primaria.”
Según Paradiso, el ser humano parece ser el único capaz de sentir felicidad. “Seguramente hay emociones positivas en los monos o en los perros, pero esas condiciones se distinguen de la felicidad porque se relacionan con un bienestar sensorial, corpóreo –reflexiona–. Es muy posible que la felicidad humana haya evolucionado en cierto modo de los sentimientos más básicos de los animales. Pero creo que los humanos somos los que tenemos emociones más desarrolladas. A mi modo de ver, la felicidad es un sentimiento hedónico de apreciación estética, que está conectado íntimamente con la especie humana.”
En cambio, para Mariano Sigman, profesor de la carrera de Física de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, “se sabe muy poco sobre las emociones de los animales, pero los animales se ríen o parecen reírse, y frente a situaciones parecidas a las que nos hacen reír a nosotros. Lo que sí es cierto es que la emoción positiva, la alegría o la risa son cognitivamente más complejas que emociones negativas como la tristeza o el enojo. De hecho, un bebe llora antes de reír”.
Según Sigman, todas estas emociones están relacionadas con el aprendizaje, nos sirven para corroborar qué camino seguir: si algo nos duele, cambiamos de ruta. La tristeza y las emociones negativas serían más primitivas, porque nos ayudan a sobrevivir. “La alegría es una especie de horizonte –afirma–, el lugar hacia donde ir.”
Estados intermedios
Sin embargo, agrega el investigador, cuando uno quiere categorizar las emociones, se encuentra con que hay estados que no están bien definidos. “Por ejemplo, hay momentos en que estamos un poco alegres y un poco tristes, o en que la risa se transforma en llanto –explica–. A pesar de que se identificaron áreas específicas relacionadas con cada emoción, parece haber otras que son comunes a todas.”
Y finaliza: “Para mí, la risa, tal como el humor o la metáfora, es un juego, algo así como la evocación de un sentimiento”.
Una frase hecha asegura que de evitar problemas se compone la felicidad. Paradiso coincide: “Seguramente, la alegría depende de nuestra capacidad para conectarnos con nuestros hijos, con nuestros padres, con los amigos, de modo que nuestra posibilidad de ser felices está relacionada con nuestra capacidad social, de tener placer y de resolver conflictos. Cuanto más uno sepa solucionar problemas, tanto más feliz será”.
¿Seremos más felices en el futuro, cuando se desentrañen los vericuetos neuronales que lo hacen posible? ¿Podrá estimularse una felicidad mayor en individuos sanos? Y si así fuera, teniendo en cuenta la enorme producción filosófica y estética surgida de seres angustiados, ¿seremos mejores?
“Hay estudios que muestran en mujeres que, cuando sienten alegría, disminuye la actividad en el área frontal del cerebro, que interviene en la toma de decisiones –cuenta el doctor Facundo Manes, director del Instituto de Neurología Cognitiva–. Se podría decir que cuando uno está alegre se pone un poco «tonto». La alegría frena la planificación.”
Pero Fernando Savater, en su prólogo a una obra de Bertrand Russell, se muestra escéptico: “No sé si en el siglo XX la gente ha sido más o menos feliz que en otras épocas. No hay estadísticas fiables de la dicha (por ejemplo, ¿nos hace más felices la televisión o el fax?)”, escribe. Y más adelante agrega, mordaz: “En cuanto a conquistar la felicidad, la felicidad propiamente dicha... sobre eso no me haría yo demasiadas ilusiones”.
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