Rescatan uno de los primeros caseríos del norte argentino
A 52 kilómetros al norte de Fiambalá, en Catamarca, se localiza el pueblo de Palo Blanco. En una zona desértica de sus inmediaciones, se esconden restos de una aldea agro-pastoril de 1700 años, que arqueólogos y físicos de la Universidad de Buenos Aires (UBA) lograron rescatar tras siglos de olvido con una disciplina que combina el conocimiento tradicional con la tecnología moderna: la arqueogeofísica.
"El aporte de las técnicas y los métodos geofísicos permitió obtener un plano virtual a modo de tomografía arquitectónica del pasado, que posibilitó y facilitó la excavación dirigida de viviendas", subrayan las doctoras Ana Osella, de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales (FCEN), y Norma Ratto, del Museo Etnográfico de la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL), ambas de la UBA.
La tarea conjunta de físicos y arqueólogos logró echar luz sobre nuevos restos de nuestros antepasados en el noroeste del país. "Descubrimos un nuevo núcleo habitacional de aproximadamente 750 m² totalmente enterrado y cubierto por sedimentos de origen eólico. Excavamos un área, de aproximadamente 20 m², donde se detectaron los muros de tapia tal como lo predecía «el mapa virtual» generado por los métodos y técnicas geofísicas. El piso de ocupación se encuentra a 1,20 metros de profundidad y lo interpretamos como un área de depósito, ya que encontramos cuatro hoyos donde se empotraban las tinajas, posiblemente destinadas al almacenamiento de distintos tipos de productos, como granos, harinas, líquidos, entre otros", explica la doctora Ratto, al tiempo que detalla características de este poblado de unos 1700 años de edad: "Se trata de una aldea de las sociedades agropastoriles que vivieron entre el año 1 y el 500 de la era cristiana, y que fue afectada por un aluvión. Sin dudas, este evento catastrófico impactó fuertemente en la comunidad, pero aún no sabemos si fue la causa de su abandono", agrega.
En busca del tiempo perdido
En 2004, se retomó en el sitio arqueológico de Palo Blanco la tarea exploratoria pionera realizada en la década del 60 por la doctora Carlota Sempé, pero esta vez con la ayuda de la geofísica. "La doctora Ratto nos sugirió estudiar un área de 100 por 100 metros porque presumía por sus conocimientos que habría restos arqueológicos. Allí fuimos con nuestros equipos para recorrer la zona con un georradar que permite obtener una tomografía del terreno. Asimismo, efectuamos una localización muy precisa con el Sistema de Posicionamiento Global [GPS, según sus siglas en inglés]. Con la información recolectada, obtuvimos un mapa para guiar la excavación", precisa Osella, directora del Grupo de Geofísica Aplicada y Ambiental del departamento de Física de la FCEN e investigadora del Conicet.
Los físicos y arqueólogos comparten todas las vicisitudes de los días de campaña que comienzan bien temprano por la mañana y no concluyen hasta el anochecer con temperaturas que pueden pasar de los -7º a los 30º en pocas horas. "Los datos que arrojan los equipos de medición no permiten una inmediata visualización, sino que deben procesarse hasta obtener una imagen razonablemente interpretable, lo más parecido a una foto", explica el físico Néstor Bonomo, integrante del equipo junto con Matías de la Vega, y Victoria Bongiovanni.
Paso a paso, físicos y arqueólogos comentan cada uno de los indicios que se vislumbran en el trabajo de campaña. "Cuando se descubren evidencias de un ángulo de 90 grados, sabemos -indica la doctora Ratto- que es propio de la acción humana porque la naturaleza no genera ángulos rectos. Entonces ahondamos allí."
Al minucioso rastreo de los físicos, le sigue la paciente excavación de los arqueólogos. Pero la tarea no termina ahí, pues todo deberá ser tapado al concluir la campaña. "Los sedimentos extraídos en el proceso de excavación se colocan en bolsas y al terminar la expedición tenemos que volver a depositarla en el lugar para cubrir el sitio de modo que no lo destruyan en nuestra ausencia", indica. Justamente, para evitar estos hechos, el equipo realizó actividades de transferencia en Palo Blanco, un poblado de 1000 habitantes, ubicado a un kilómetro de la localidad arqueológica. "Hemos dado charlas en la escuela, organizamos visitas guiadas para que la gente vea el trabajo que realizamos y tratamos de concientizar sobre el valor de nuestro pasado con el fin de transmitir la importancia de su preservación, ya que sólo se protege lo que se valora", concluyen.