Tecnología local para un reactor brasileño
Brasil y la Argentina construirán dos aparatos similares, una versión mejorada y potenciada del OPAL, que Invap le vendió a Australia en 2001
Como acaban de refrendar la flamante mandataria Dilma Roussef y las cancillerías de Brasil y la Argentina, ambos países construirán dos reactores nucleares similares. Según la Comisión Nacional de Energía Atómica de la Argentina (CNEA), la obra del RA-10 (el equipo local) comenzaría en 2012 y estaría operativa en 2016. Las cosas en Brasil irán también "por la vía exprés", y el apuro de ambos países se explica por una breve ventana de oportunidad para "arrinconar" el mercado mundial de radioisótopos médicos, que empezará a cerrarse alrededor de 2020.
Ambas plantas, la local y la brasileña, serán versiones mejoradas y potenciadas del OPAL, que la empresa barilochense Invap le vendió a Australia en 2001.
Este notable reactor montado en Sydney, con sus 20 megavatios de potencia, le permitió a Australia capturar el 5% del mercado mundial de tecnecio 99, el más usado de los radioisótopos de diagnóstico médico. Con mayores instalaciones radioquímicas anexas, el OPAL podría abastecer el 50% de un consumo global de 2500 millones de dólares por año, con un único aparato. Y es argentino.
La falta mundial de tecnecio progresó de grave a gravísima desde los años 90. Ahora Brasil y la Argentina sumarán 60 megavatios de potencia (30 cada uno) y una tecnología de fabricación que Australia certifica, Holanda desea y Canadá querría desesperadamente. Ultimamente el OPAL se puso de moda.
¿Y por qué Brasil quiere un OPAL? Según el doctor Herman Blaumann, que dirige el proyecto RA-10 de la CNEA, por lo mismo que otros países: el aparato argentino es una coexistencia casi perfecta de laboratorio y planta, y por rendimiento se ha mostrado robusto como una mula.
Desde 2006 hasta la fecha, la demanda de tecnecio pica en rampa y la oferta se derrumba, tragedia médica que en el hemisferio norte se expresa en pérdida de vidas y de dinero.
En carne propia
Miles de lectores de esta nota -amén de quien la firma- conocen el tecnecio "en carne propia", sea por estudios de perfusión cardíaca (las conocidas "cámaras gama") o decenas de otros de exámenes de huesos, tiroides, pulmones, vesícula, riñones y cerebro. Sumando todos, 35 millones de humanos consumimos tecnecio cada año, a veces sin saber siquiera de su existencia. Barato, efectivo e inocuo, detecta enfermedades a tiempo.
Por eso, las buenas noticias del acuerdo argentino-brasileño son muchas. La primera es que en esta parte del Cono Sur no falta tecnecio porque lo provee la CNEA con su ya viejo reactor RA-3 de Ezeiza. El RA-3 abastece a la Argentina y Brasil, y al 5% del mercado global.
El OPAL es algo mucho más avanzado y el RA-10 -todavía en diseño-, la generación siguiente. Brasil tiene materia gris como para desarrollar un símil por su cuenta, pero -como descubrió tras un fallido romance nuclear con Francia- nuestro país es más confiable para cortar camino.
Con el RA-10 en línea, la Argentina podría capturar sin ayuda de nadie hasta el 20% de la demanda mundial (lo que significaría ganar 500 millones de dólares por año con un aparato que tal vez cueste 300, sumando todo). Con la versión brasileña en funciones, Brasil, aun con su fuerte demanda interna, se volverá también un exportador fuerte. Más interesante aún, cada país podría darle back-up al otro cuando un reactor entra en parada por mantenimiento. Y aunque todavía no se hable de eso, son posibles asociaciones más imbricadas.
El desabastecimiento mundial de tecnecio se debe a que los grandes abastecedores no invirtieron en plantas nuevas durante décadas, y las que todavía siguen en batalla ya están decrépitas. Así, en 1989 "se jubiló" el Cintichem estadounidense; en 1992, el NRX canadiense; en 1997, el Siloe francés, y en 2006, el FRJ alemán. Ya en 2008, el desabastecimiento de tecnecio resultante en los países del G-7 fue tal que la OCDE creó el llamado Grupo de Alto Nivel en Radioisótopos Médicos, donde se codean Alemania, la Argentina, Australia, Bélgica, Canadá, Corea, la Unión Europea, Estados Unidos, Francia, Holanda, Italia, Rusia y Sudáfrica.
Ventana de oportunidad
Pero la crisis ya era imparable. En agosto de 2009 el colosal y venerable reactor NRU de Chalk River, Ontario, Canadá (que fabricaba nada menos que un tercio del consumo global), cerró por averías a repetición. Fue un desastre médico global, porque un año antes, con problemas de corrosión, había salido de servicio un gigante equiparable, el reactor holandés HFR de Petten. Entonces, durante los meses en que solaparon ambos cierres, quedó colgado el 60% de la demanda mundial. Dicho de un modo más personal: el 40% de los cardíacos que necesitaban una "cámara gama" la tuvieron y el resto, no.
El hecho es que hoy apenas cinco reactores concentran el 95% de la producción mundial y tienen entre 43 y 53 años de antigüedad. En un mundo mejor (aunque más caro) deberían haber sido decomisionados y reemplazados por unidades nuevitas y brillantes. Pero licitar un reactor toma casi tres años, y construirlo, no menos cinco, con lo que las proyecciones de la OCDE en materia de tecnecio para la década que se viene son renegridas.
Suena poco elegante, pero para el país que diseñó la mejor fábrica de radioisótopos (es decir, la Argentina) esta crisis -que no remitirá hasta 2020- es una tremenda oportunidad para vender alta tecnología y sus subproductos.