Un espacio para recuperar la mente
Aunque existen servicios comprarables en otras instituciones, es el primero que funciona en el ámbito público
"¿Sabés cómo estaba yo? Como muerta. No podía leer ni escribir. No hablaba, no respondía a los estímulos. El doctor me fue guiando y aprendí todo otra vez. Te diría que volví a nacer."
Adriana parece un torbellino. Hay que rogarle que deje de hablar, explicarle que ese doctor, su médico, nos está esperando para comenzar la entrevista. Accede: "Te resumo la idea. En recuperación, el Rivadavia es hermoso", dice, empleando un adjetivo que ningún manual de estilo recomendaría incluir en una nota. Sucede que ella no conoce esas reglas; sólo le interesa expresar espontáneamente su agradecimiento. Estuvo en coma por un accidente y llegó aquí en silla de ruedas. Ahora está de pie frente a la vida, pensando en el futuro de su hija.
La escena transcurre en el Hospital de Día del Servicio de Neurología del hospital Rivadavia, dedicado al diagnóstico y tratamiento de personas con alteraciones cognitivas causadas por lesiones cerebrales de distinto origen, como las demencias leves y las lesiones focales provocadas por accidentes cerebrovasculares, traumatismos y secuelas de operaciones.
Buscando nuevas rutas
Por sus características, es el primer y único centro del país que funciona en una institución pública. Atiende a unas 150 personas por mes y está integrado por apenas ocho profesionales, en cuya formación conviven la neurología, la neuropsicología, la kinesiología, la laborterapia y el psicoanálisis. Apunta a la rehabilitación y la reinserción social de sus pacientes.
En una de sus áreas trabaja para mejorar la atención, el razonamiento y la memoria. Sin embargo, paradójicamente, vive peleando contra el olvido: aunque comenzó a gestarse hace siete años, será inaugurado el próximo miércoles.
La señora Elba sirve el café. Un médico da los turnos; no hay secretaria. Son las nueve de la mañana. Adriana dibuja junto a un grupo de compañeros, con la ayuda de los neuropsicólogos Mariel Gil, Gustavo Stein y Silvia Bleuzet. En otra habitación, los pacientes bailan y juegan con pañuelos de colores, guiados por la kinesióloga Liliana Tijman, que trabaja "en la prevención de caídas y la autogestión".
Muy cerca, en una pequeña oficina, el doctor José Garber, jefe del Servicio de Neurología, relata: "Tomamos casos leves o moderados, sumando la estimulación a los medicamentos. La idea es estabilizar o mejorar estos cuadros -aunque no siempre se puede- para evitar las internaciones y permitir que los enfermos permanezcan junto a su familia".
El cerebro contiene miles de neuronas, circuitos y conexiones de los que normalmente apenas se utiliza un diez por ciento. Cuando estos mecanismos se alteran, hay que acudir a nuevas vías -las no utilizadas- para intentar la recuperación. El doctor Garber da un ejemplo ilustrativo: "Si se rompe la ruta Panamericana, tomamos la colectora. Es decir: si un área se pierde, estimulamos otros circuitos que estaban inactivos para lograr nuevas vías de conexión".
El camino cotidiano es arduo, los tratamientos son largos y los recursos, escasos. Pero a pesar de los baches, la tarea que comenzó hace siete años no se interrumpe.
Los diagnósticos están a cargo del neurólogo Spasoje Yankovich. Una vez en el Hospital de Día, y según los requerimientos de cada caso, se implementan las tareas de estimulación neuropsicológica, kinesiológica, de terapia ocupacional y de psicoterapia. También hay actividades recreativas, que se podrán ampliar en el futuro si se consiguen recursos para concretar un viejo proyecto: la construcción de una cancha de bochas, un espacio para jugar al tejo y un taller de jardinería que ya cuenta con el apoyo de la escuela del Jardín Botánico de Buenos Aires.
Todo a pulmón
En este lugar donde conviven psicólogos freudianos y neuropsicólogos -"en los ateneos se pelean un poco", bromea el jefe- también la psicoterapia cumple su rol.
Según la doctora en Psicología Irma Rebour, "hacemos terapia con los pacientes. Trabajamos en grupos y, además, tenemos reuniones con los familiares y cuidadores, que también necesitan apoyo".
El equipo se completa con la laborterapista Gabriela Kiwowicz. Y la colaboración de personas anónimas -generalmente familiares de pacientes-que donan su tiempo y algún elemento de trabajo.
La entrevista se interrumpe con la llegada de Antonio, que desde hace veinte años trabaja como personal de mantenimiento de la institución. Viene a colocar unos matafuegos y a recordar que "cualquier cosa que necesiten, llamen".
Es increíble: este hospital de día gasta sólo 70 mil pesos por año. Sin embargo, del total de profesionales, seis están contratados (con contratos que vencen en septiembre) y falta personal. Hace poco recibieron ayuda de algunos diputados y funcionarios de la ciudad, pero todavía hay mucho por hacer.
El miércoles será la inauguración oficial, la concreción de un proyecto que -en palabras del director del hospital Rivadavia, Jorge Villahoz- "se hizo a pulmón. Y ahora no lo para nadie".
Ese día, seguramente, el catering correrá por cuenta de familiares y amigos. Quizá los pacientes canten o bailen, como lo hizo Aldo en la fiesta de fin de año: entonó un tango y se olvidó una estrofa, pero Rosa le sopló la letra y ambos disfrutaron de la ovación final.
Cuando termina la nota, la mujer que parece un torbellino insiste: "¿Vos sos periodista, no? ¿Vas a escribir que en rehabilitación el Rivadavia es hermoso?" No sabe nada de manuales de estilo. Está pidiendo que esto no quede en el olvido.