Dónde vivo, cómo me muevo y qué como
Tuve huerta, hice compost, volví a mi casa a mitad de camino para evitar usar una bolsa plástica. Hice esas cosas con la convicción de que eran relevantes y me sentí bien haciéndolas. Sin embargo, ninguna tuvo un impacto directo en mi vida (salvo, quizás, el entender el esfuerzo que requiere que una planta crezca, que me forzó a no desperdiciar comida).
Hoy entiendo que la vida sustentable tiene más que ver con grandes decisiones que con pequeños gestos. En particular, con tres aspectos de mi día a día: dónde vivo, cómo me muevo y qué como.
Vivir en un espacio modesto genera menor gasto de recursos, y la falta de espacio impone el consumo responsable. A su vez, vivir cerca del trabajo disminuye el transporte motorizado y sus emisiones (y ahorra colapsos nerviosos durante los viajes).
Punto dos: uno puede pasar un año sin tocar una bolsa de plástico, pero si conduce un auto al trabajo una hora por día, el detalle es irrelevante. Bicicleta, transporte público, autos compartidos: cualquiera es mejor que un coche con una persona adentro.
El tercer tema es tan complejo que resumirlo en una o dos oraciones es imposible. Pero se puede empezar por tener una alimentación balanceada (menos carne y más verduras, cereales, frutas). Se puede seguir por adquirir alimentos lo menos procesados posibles (y cocinar); por elegir producción local, cooperativa, agroecológica, o las tres, y si se quiere pagar por certificaciones, por comprar orgánico.
Parece contradictorio que alguien que trabaja con estos temas lo diga, pero creo que ninguna persona adopta un hábito exclusivamente porque es sostenible. Además de sostenible tiene que ser relativamente fácil, no tiene que presentar grandes costos adicionales y, sobre todo, debe ser placentero.
Creo en estas tres decisiones porque cumplen con todas esas premisas.
Vivir en un espacio chico es necesitar menos dinero para mantener lo que uno tiene y, como consecuencia, trabajar menos y tener más tiempo para uno. Andar en bicicleta es disfrutar de los viajes en lugar de padecerlos, y conectarse con la ciudad en que se vive. Comer bien toma trabajo, pero transforma la realidad más inmediata de la existencia: el cuerpo.
Se puede hacer más: participar en ONG, votar la (inexistente) acción política ambiental. Pero asegurar esta estructura, en mi experiencia, es lo que da mejores resultados.