El peligro de perder autonomía
Por Silvia Gascón Para LA NACION
Durante el siglo XXI, por primera vez y quizá para siempre, la proporción de personas mayores de 60 años será superior a los menores de 14 años.
Si bien la mayoría de las personas envejecen con altos grados de autonomía, a medida que la edad aumenta, se incrementa la posibilidad de padecer enfermedades crónicas que producen pérdida de autonomía o discapacidades.
La fragilidad que suele acompañar a las personas a partir de los 80 años las pone en peligro de perder aquello que más estiman: su autonomía. Esto implica que hay que estar atentos a estas situaciones para poder intervenir a tiempo.
Sin embargo, son escasas las políticas y los servicios desarrollados para ofrecer a los adultos mayores y sus familias alternativas que les permitan prevenir la cadena de dificultades y limitaciones que las enfermedades crónicas traen aparejadas.
Los mayores recursos que disponen los mayores para enfrentar los problemas de dependencia son los propios y los de sus familias. La principal cuidadora de los adultos mayores es una mujer, en la mayoría de los casos la hija; en otros, las nueras, y frecuentemente otra mujer también mayor, su esposa, compañera o hermana. Poco y nada existe hasta el momento para apoyar a estas cuidadores informales, que según un estudio realizado por la OPS hace unos años en la ciudad de Buenos Aires, en un porcentaje cercano al 70%, dijeron que no podían más.
Es imprescindible establecer cuidados a lo largo de la vida, para prevenir patologías evitables, pero también reconocer un nuevo derecho: a la dependencia. Es decir, a contar sin discriminación alguna de todas las prestaciones que garanticen la atención de la salud y la plena inclusión social a lo largo de la vida.
La autora es directora de la Maestría en Gestión de Servicios de Gerontología de la Universidad Isalud.
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