Escapar de la violencia: “Llegó a gatillarme un arma en la cabeza”
En la cocina, hay olor a grasa frita: sobre la mesada están los bizcochitos todavía calientes y una pastafrola que rebalsa de membrillo. Distribuidas en cuatro largas mesas con bancos de madera, un grupo de mujeres toman mate. Son las 16.30 de un martes y Abril eligió quedarse adentro. Como excepción, sus hijas no fueron al jardín. En la calle, el invierno golpea Buenos Aires y la calefacción se siente como un bálsamo.
Aunque la expresión de Abril –su nombre fue cambiado para resguardar su identidad– va cambiando cuando recuerda lo que vivió, esos años donde la violencia se volvió tan cotidiana como respirar, prefiere hablar: callar fue lo peor.
Hace poco más de un año llegó a ese hogar protegido para víctimas de violencia que cogestionan el Obispado de San Isidro y la Dirección de Políticas de Género de Tigre. Tiene 32 años, anteojos con marco violeta y cara de nena. Se levantó a las 8.30, desayunó y se dedicó a lavar ropa y ordenar la habitación, mientras las chicas jugaban.
"Estaba viviendo en lo de mi hermana, pero ya no era seguro porque él sabía dónde estaba. Hacía nueve meses que lo había dejado", recuerda. "Él" es su exmarido, el papá de sus dos hijas más chiquitas, a quien nunca menciona por el nombre. "Me trajeron con mis nenas en un patrullero.Estaba nerviosa y asustada, no sabía ni a dónde iba.Me imaginaba que este lugar iba a ser algo parecido a una cárcel", agrega.
Abril hoy se siente distinta, pero los recuerdos de su expareja todavía son un fantasma que la mortifica. Aunque sabe que ahí está protegida el miedo nunca desaparece. Fueron siete años de soportar "de todo". Un perverso que disfrutaba gatillarle un arma descargada en la cabeza; que más de una vez la cortó con un cuchillo y la ahorcó con lo que tuviese a mano –desde un trapo al cable de un plancha– hasta dejarla desvanecida en el suelo; que le hizo perder un embarazo a las patadas; que le pegaba si la comida no tenía sal, si la ropa no estaba como a él le gustaba, si se le caía el mate, si decía lo que pensaba o marcaba con sus dedos una mesa de vidrio que tenía que estar siempre impecable.
Me ahorcaba con el cable de una plancha, un trapo, o cualquier cosa hasta dejarme inconsciente; varias veces me desperté en el piso
Son cientos las mujeres que cada año llegan a los refugios, casas de medio camino y hogares de protección integral que hay en el país. Según números oficiales, son más de 100 dispositivos (el 85% estatales, el resto de la sociedad civil) distribuidos de forma desigual a lo largo del mapa y con un promedio de 15 plazas cada uno. Las cifras del Instituto Nacional de las Mujeres (INAM) los agrupan por regiones y muestran cómo Buenos Aires concentra la mayoría (47), mientras que en el noreste, por ejemplo, hay solo dos.
El hogar donde vive Abril es de puertas abiertas: una casa de medio camino. Esa tarde, las mujeres entran y salen; la mayoría vuelve de buscar a sus hijos e hijas de la escuela. Algunas llegaron allí después de haber pasado por refugios para situaciones de alto riesgo, con domicilio reservado y reglas muy estrictas de seguridad: no se puede salir a la calle ni usar celular y los chicos tienen clases dentro de la institución.
Para Fabiana Túnez, directora ejecutiva del INAM, la tendencia es hacia un cambio de paradigma que implica el paso del concepto de refugio al de hogar de protección integral, donde a la mujer se la protege, se la alberga, se la potencia y se la capacita; y tienen libertades que en el refugio no. "El concepto de hogar de protección integral se contrapone a decir estamos culpabilizando a la víctima", sostiene.
Abril se acomoda en la silla. Hace una pausa. Con una mueca que se parece a una sonrisa pero triste, dice que en los primeros tres meses de relación él no era así. Era otro. Un príncipe azul que la buscaba por el trabajo con chocolates, que la esperaba con champagne y le hacía regalos. A los tres meses, empezaron los golpes. "Mirá –dice, señalando una cicatriz en el lado derecho de su cara–, esta es de cuando me partió el labio de una trompada. Acá –agrega apoyando la yema de su índice sobre un punto entre su espeso pelo castaño– me hizo un corte con un cuchillo de carnicero: había un charco de sangre".
En 2018, hubo 48.820 llamados nuevos a la línea 144. En 6 de cada 10 casos atendidos, las víctimas tenían entre 19 y 40 años. El 40% se encontraba en situación de violencia por un período que iba entre uno y cinco años, y en más de 8 de cada 10 casos, el agresor era la pareja o expareja. El 90% de las mujeres que llamaron no tenían medidas de protección vigentes en ese momento.
Durante todos los años que pasó con su ex, a Abril ni se le cruzó por la cabeza pedir ayuda. "Me amenazaba diciéndome que sabía a qué colegio iba mi hijo más grande, que vivía con su papá, o dónde trabajaban mis hermanos. O me decía que si quería me fuera, pero que a mis hijas no me las iba a poder llevar", cuenta. Aguantó por miedo y por creer en lo que le decía: que nadie la iba a ayudar, que no iba a poder sola. El día que dijo basta fue cuando él la amenazó con empezar a descargar su odio con las nenas. "Hoy me siento diferente: desde cómo pienso hasta cómo hablo", dice.
La coordinadora del hogar se acerca para ofrecer un mate que Abril rechaza con un suave: "Muchas gracias, ya merendé". No falta mucho para la cena. Se empieza a preparar a eso de las 18.30 y a las 20 están todas comiendo. Esa noche hay arroz con lentejas. A Abril le encanta el arroz. Cuenta que en el hogar subió algunos kilos.
Se acuerda que el día que llegó llevaba encima dos bolsas con una muda para ella y sus hijas, que hoy tienen 4 y 5 años. La instalaron en la habitación número 2 y se sentó en la cama sin saber bien qué hacer. "Tenía un 'remiedo'. Al principio, hacía siempre lo que las otras mujeres me decían, hasta que un día una me ordenó: ‘Levantate y poneme la pava’. Ahí me cansé. Le dije: ‘Andá y calentala vos’. No me gusta hablar así, pero ya había sufrido bastante, haciendo siempre lo que me decían". Fue como plantar la bandera de su independencia. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió una mujer libre.
Volver a empezar
Aunque los refugios son indispensables para albergar en un primer momento a las mujeres que toman la decisión desesperada de huir de sus casas, no son suficientes, sino apenas el primer eslabón de una cadena de recursos que necesitan para empezar a reconstruirse.
Las mujeres que llegan a esos dispositivos son las que no tienen ningún tipo de red de contención o recursos económicos. Están muy solas. Lo primero que se busca es contener la angustia, empoderarlas, decirles que ellas pueden y conectarlas con lo que les gusta. Muchas nunca se hicieron esa pregunta.
Llevan años –incluso, décadas– sufriendo el maltrato de sus agresores y escapan, además de con sus hijos e hijas, solo con lo puesto. Aunque cada caso es distinto, el desafío para que puedan volver a empezar y proyectar un futuro libre de violencia es enorme: desde que terminen la escuela, aprendan un oficio y consigan un trabajo, hasta que puedan encontrar un lugar estable donde vivir al momento del egreso.
Abril cuenta que en su casa no podía ver televisión, escuchar música, ni salir a la calle. Si no se hacía todo como su exmarido quería venían los golpes. Todo ese círculo de violencia y vulneraciones, la alejó de su familia, de sus amistades y tuvo que dejar su trabajo de años en un supermercado donde era una empleada modelo: la que no faltaba nunca, la buena compañera, la que siempre estaba contenta. Hoy, aunque llena de incertidumbres, siente que gracias al hogar –donde le saca el jugo a los espacios de terapia individual y grupal– puede proyectar una vida nueva.
No podía ver televisión, escuchar música ni salir a la calle. Sino se hacía todo como él decía, venían los golpes
"Cuando llegan, las mujeres dicen que lo único que traen de valor son sus hijos e hijas, y muchas veces es por ellos que logran dar el paso de irse de su casa. Algunas no pueden ni siquiera retirar los documentos. Llegan muy quebradas", dice Paulina Oviedo, coordinadora del Hogar Nuestra Señora del Milagro, de Florencio Varela. "Es impactante ver cómo en poco tiempo, su rostro y postura corporal cambia totalmente", agrega.
Alguien que las escuche. Eso es una de las cosas que las mujeres más valoran. Oviedo, subraya: "Hay que escucharlas siempre con respeto, sin escandalizarnos, por ejemplo, cuando nos cuentan que a pesar de lo que vivieron y de los golpes que están marcados en su cuerpo, a veces extrañan a ese hombre violento –sostiene– No es tan sencillo para ellas romper ese vínculo de años de violencia y ese es el trabajo más grande y personal que hay que hacer. Exige ponerle mucho el cuerpo".
Mabel Bianco, presidenta de la Fundación para el Estudio e Investigación de la Mujer (FEIM), destaca los malabares que hacen muchos hogares que dependen de la sociedad civil para llevar adelante su tarea. "Los refugios en general no son suficientes, sobre todo en algunas provincias donde las mujeres no cuentan con ningún apoyo. Las ONG que están en este trabajo suelen hacerlo a pulmón y muy bien", subraya.
El hogar de Tigre –que tiene capacidad para 13 mujeres y sus hijos– resultó ser muy diferente a esa imagen que atemorizaba a Abril antes de llegar: encontró contención; una casa limpia, amplia y cuidada donde volvió a sentirse segura y pudo pensar en ella misma. Incluso hizo cursos de organización de eventos, protocolo y ceremonial.
Se acostumbró a la rutina: a los horarios para desayunar, merendar y cenar. En una pared, señala el cronograma que muestra las actividades que le toca a cada una esa semana. Ella va a limpiar los baños: son dos, una para las mujeres y sus hijas, otro para los hijos varones. Además de repartirse las tareas domésticas, se ayudan con el cuidado de los chicos y van formando ellas mismas la red que nunca tuvieron.
En el hogar, Abril hizo una amiga. Con ella y los hijos de las dos, comparten la habitación. Todas dan al patio y Abril abre la puerta de la suya. La muestra sin entrar: "Está mi compañera, no quiero molestar", explica. Ella y sus nenas duermen en dos camas de una plaza que están pegadas: tienen acolchados rosas y las paredes están cubiertas de fotos y dibujos.
Vuelve a cruzar el patio con su hija más chiquita en brazos. Es una nena grandota, que parece más grande que su hermana mayor. Antes de despedirse, confiesa que desde hace unos días, está inquieta: "Mi ex está preso desde hace un año porque una novia que tuvo después de mí lo denunció también por violencia. Aparentemente, ahora va a salir libre".
Abril tuvo que declarar en el juicio y contar cómo era su ex, con la mirada de él clavada en la nuca. Ella fue acompañada por uno de los psicólogos del hogar y no se dio vuelta. No lo quiso ver.
Tiene miedo, pero eso no le impide soñar: "Quiero quedarme a vivir por la zona del hogar, porque me gustó. Además me gustaría alquilar un lugar junto con mis cuatro hijos, terminar el secundario y volver a conseguir un trabajo en un supermercado en atención al cliente", concluye cuando ya cayó la tarde y mientras prepara a las chicas para una ducha caliente antes de la cena.
Los desafíos y la respuesta del Estado
Cómo colaborar
Hogar Nuestra Señora del Milagro
Este hogar recibe a mujer, sobre todo, de Florencio Varela, Quilmes y Berazategui. Se sustenta de donaciones que aportan órdenes religiosas y particulares. Necesitan recursos para poder tener más actividades con las mujeres, talleristas y una terapista ocupacional. Se puede colaborar realizando una transferencia bancaria a la cuenta Nº Sucursal Berazategui 5032 50468/7 - CBU: 01400816 01503205046877. unamanoqueayuda@yahoo.com.ar
Parroquia San Marcelo
Cogestiona un hogar para víctimas de violencia de género en Tigre. Necesitan productos de higiene personal y limpieza; materiales de construcción y pintura; y recursos para hacer frente a los diferentes gastos del hogar. Todas las personas que quieran colaborar, pueden escribir a aaescolares@gmail.com
Dónde pedir ayuda
- Línea 144: Es la línea gratuita de atención para mujeres en situación de violencia. Atiende las 24 horas, de manera gratuita y en todo el país
- Oficina de Violencia Doméstica: Atiende todos los días, las 24 horas. Queda en Lavalle 1250 PB, CABA. Se puede llamar al (011) 4123- 4510 (al 4514)