La urgente necesidad de conectar con lo que nos pasa
Los profesionales que trabajamos con adolescentes comprobamos una y otra vez que prohibir, atemorizar o escandalizarse no funciona para postergar el inicio de la ingesta de alcohol . Notamos que los ayudamos cuando en el comienzo de la adolescencia, incluso antes, hablamos con realismo de la tentación de tomar y de los motivos que podrían llevarlos a probar ahora o más adelante.
Las campañas que han demostrado su eficacia son las que les hablan, como digo en el libro Latentes, de que pueden tener ganas de empezar para sentirse más seguros, grandes o parte de un grupo; para tomar coraje, relajarse o no desentonar; porque creen lo que sus amigos dicen ("no hace mal", por ejemplo); por miedo a ser tildados de cobardes o dejados de lado, entre otros motivos.
Debemos tener claro que como en la adolescencia su cerebro todavía no evalúa bien las consecuencias de sus conductas, pueden dejarse llevar por el beneficio de ser admirados, de ser parte de un grupo o de calmarse, beneficios que superan, y mucho, las posibles desventajas (para ellos) de hacerlo. No saben (y sería bueno que lo sepan ellos y sus padres) que con el alcohol cambia la fisiología normal del cerebro (que sigue desarrollándose durante toda la adolescencia), de allí la importancia de que no tomen.
Y agrego dos temas de gran importancia: por un lado, tampoco el hígado tiene las enzimas que se necesitan para metabolizar el alcohol hasta los 18 años; por el otro, la conciencia moral es soluble en alcohol, es decir que bajo sus efectos pueden hacer cosas que no harían estando sobrios.
¿Sabrán todo esto los padres que habilitan el alcohol a sus hijos antes de esa edad? Me imagino que no, ya que sus argumentos son otros: "yo controlo lo que toman acá", "yo lo hice a su edad y no pasó nada", "mi hijo me dijo que no viene nadie a casa si no ponemos alcohol", "que tomen alcohol bueno en casa y no la porquería que compran ellos". No tienen en cuenta que un adolescente está creciendo, que necesita de adultos que le informen y protejan de los argumentos de sus pares y de una sociedad de consumo que busca vender, y no el beneficio de nuestros hijos.
Estemos atentos también al modelo "adictivo" que mostramos como sociedad, buscando hasta encontrar una sustancia que nos aleje del dolor, del miedo, de la vergüenza, de la falta de confianza, de la preocupación. Solo podremos contrarrestar esta tendencia que tanto daña a padres e hijos si tenemos clara la frecuencia con la que tratamos de no conectar, y de no hablar de lo que nos pasa, sino de apagarlo o ahogarlo con bebidas, compras o jueguitos.
La autora es psicóloga y psicoterapeuta