Solidaridad: de todos para todos
La solidaridad considerada como un valor ha sido reconocida como una respuesta a los problemas que plantea la desigualdad. Economistas y sociólogos a lo largo del siglo XX aportaron conocimientos sobre diferentes tipos de desigualdad. Ya iniciado el siglo XXI, los estudios realizados por el Observatorio de la Deuda Social de la UCA constituyeron un nuevo aporte. Sus análisis se enfocaron sobre las capacidades humanas, las que incluyen no sólo aspectos socioeconómicos, sino también emocionales. Al consultar a la población acerca de la posibilidad de contar con amigos, recibir ayuda o tener con quien compartir los propios problemas, se observó que las personas de menores recursos económicos y educativos presentan mayor déficit de apoyo social, y esta condición también se advierte en las personas de mayor edad.En general, los estudios muestran las distancias entre distintos sectores sociales por los cuales se deduce que las personas más favorecidas son las que deben responder a las necesidades de las otras, lo cual supone una solidaridad vertical basada en la asimetría socioeconómica o generacional.Esta formulación, sin embargo, podría admitir otros enfoques. En un estudio piloto efectuado en la zona sur del Gran Buenos Aires, se pudo constatar que las personas que realizaban actividades solidarias, así fueran de sectores favorecidos o no, presentaban mayor capacidad para enfrentar las dificultades. Ello implica que la solidaridad produciría resultados positivos a nivel personal, aunque se viva en condiciones desfavorables y el ejercicio de la solidaridad no correspondería sólo a los sectores pudientes.Si así fuera, este enfoque nos liberaría del paternalismo, el clientelismo o el determinismo de las estructuras sociales, pues valoriza las condiciones personales que cada uno va desarrollando en relación con los otros. Así pensada, la solidaridad sería una acción posible de todos los grupos humanos. Ello facilitaría la cohesión social por su aporte para la búsqueda del bien común y además tendría un sentido democrático por la participación de todos.Para ello, lo necesario no son los bienes materiales, sino los emocionales que permitan diálogo y cooperación intersectorial e intergeneracional.
Beatriz Bailán