Una década de la AUH: ¿es efectiva para combatir la pobreza?
Un nuevo estudio de la UCA analiza la evolución de esta asignación a lo largo de una década; cuáles son los impactos en materia económica, educativa y de salud
En el barrio de Tatiana Iroz –el Santa Teresita, ubicado en Berisso– la pobreza está a simple vista: calles de tierra, descampados y construcciones precarias. La de ella es una de las 32 familias que habitan este asentamiento nacido hace seis años en la periferia de La Plata. Allí vive con su hija Maia, de 7 años, y su pareja.
La mujer de 29 años, estudiante de enfermería, afirma que la asignación universal por hijo que percibe desde que nació su hija es un aporte importante para la economía familiar. Al margen de este beneficio, la entrada económica que ingresa como producto de su trabajo y del de su pareja –ambos hacen changas–, apenas cruza el umbral de los 40.000 pesos mensuales, cuando la canasta básica total para una familia de tres integrantes superaba los 60.000 pesos a fines del año último. “Actualmente, por la nena cobro 5400 pesos más 6000 del Programa Alimentar”, puntualiza.
El destino de ese dinero, que “alcanza cada vez menos”, reconoce, ha ido variando a lo largo de estos siete años. Si cuando Maia era una beba se destinaba a la compra de pañales, hoy lo utiliza para la compra de comestibles y lo más urgente en materia de ropa o calzado de la niña. Aunque esta parte, la de las necesidades materiales, se le está haciendo cuesta arriba.
“Cuando ves lo que sale un kilo de pan o un litro de leche, y ni hablar de un kilo de carne, siendo que los chicos necesitan comer carne, se hace difícil que la plata rinda y quede para otras cosas. Por suerte, con las vecinas somos un grupo unido y nos vamos pasando la ropa en buen estado que tenemos. Si no, también busco en el roperito de la iglesia”, explica.
A partir de los datos de la Evaluación de impacto de la Asignación Universal por Hijo (AUH) en la infancia a diez años de su implementación, realizada por el Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA, podríamos decir que lo que expresa Tatiana resume algunas de las conclusiones del trabajo: que se trata de una prestación efectiva a la hora de morigerar los efectos de la pobreza en niñas, niños y adolescentes. Pero que, en un contexto inflacionario como el actual, ese efecto va reduciendo su impacto positivo.
El programa, vigente desde 2009 en forma ininterrumpida, ha ido extendiendo su cobertura en el período 2010-2020, hasta alcanzar, en la actualidad, a más de un tercio de los niños, niñas y adolescentes del país. Según el nuevo relevamiento, en diciembre de 2020 había 2.468.209 titulares de la AUH en todo el país por 4.359.317 niños y niñas que recibían el beneficio.
En la década que se analiza en el trabajo –de 2010 a 2020–, la pobreza por ingresos entre niños, niñas y adolescentes pasó de 39,8% entre 2010 y 2013 a un promedio de 56,2% en el trienio 2018-2020. En tanto, la indigencia exhibe su menor nivel de incidencia en el período 2010/2013 y se incrementó en los dos períodos posteriores: alcanzó a 9,8% de la infancia en 2014-2017 y a 12,2% en 2018-2020. “Pese a existir una extensa red de protección social, la indigencia entre niños y niñas destinatarios de la AUH alcanzó niveles particularmente altos en el período 2018/2020, hasta alcanzar casi a 1 de cada 5″, señala el estudio, que se presentó en el día de hoy.
De acuerdo con esta investigación, la AUH exhibe un impacto positivo y sostenido en el tiempo sobre el ingreso per cápita familiar y la situación de seguridad alimentaria de esta población. Cuando se comparó a los destinatarios del beneficio con población que está en similares condiciones pero que no lo percibe, los investigadores encontraron que la población destinataria ha tenido un ingreso per cápita casi 40% superior durante el período 2010-2017. Este efecto declinó entre 2018 y 2020 por un empeoramiento económico general.
“Es una política de protección social, y en ese sentido es una buena política. Pero la existencia de la AUH es también el reconocimiento de que hay casi un 50% de trabajadores en economía informal, convalida que eso es así. Lo que hay que discutir es cómo se hace para generar trabajo de calidad para que estas familias puedan cambiar la AUH por la asignación familiar”, considera Santiago Poy, uno de los autores del trabajo.
La AUH se ubica entre las transferencias condicionadas, ya que demandan una contraprestación de quien la recibe. En este caso, las titulares de este beneficio deben acreditar periódicamente la escolaridad de los chicos, así como consultas médicas y odontológicas.
En este sentido, en el caso concreto de Tatiana, el hecho de que Maia asista a una escuela pública de doble jornada, le deja margen para trabajar cuando le surge la oportunidad. “Si algún día se me complica retirarla, armamos una red con las otras mamás del barrio, así que nos organizamos para ayudarnos entre nosotras y para que los chicos no queden en la calle si los papás trabajan”, relata.
Iroz es consciente de que su realidad no es la de todos los padres, que quizás deben conciliar jornadas extensas fuera de la casa (entre el trabajo y el tiempo de viaje) con jornadas escolares que, en el caso de una escuela de jornada simple, apenas superan las cuatro horas. Pero añade, en este punto, que la clave es armar redes. Y en su barrio, por ejemplo, las iniciativas son variadas.
“Hay vecinos que se unen para hacer una canchita u organizar alguna actividad física para los chicos después de la escuela. O algunas vecinas organizan merenderos en donde los chicos hacen la tarea. Las redes se pueden construir, pero hay que buscarlas para que los chicos no estén en la calle ni dejen la escuela porque los papás tienen que trabajar y no pueden llevarlos, o buscarlos”, agrega Iroz, quien es asesora a nivel nacional de la organización Techo y se desempeña como referenta en su barrio.
A pesar de los esfuerzos que ve en su barrio, la mujer no desconoce los prejuicios que existen con respecto a este beneficio y a quienes lo perciben. “Muchos piensan que la gente manda a los chicos a la escuela o los vacuna para cobrar la asignación. Y no es así. Hay mayor conciencia entre las familias de los barrios de lo importante que es la educación y la salud, más allá de este incentivo”, sostiene.
Según su experiencia, en los últimos años, el sistema de salud fue virando de un modelo centralizado a otro descentralizado, con mayor presencia en los barrios. Y este cambio hizo que la salud se convirtiera en un derecho más accesible. “No es posible que sea necesario ir a un hospital para una vacuna o una consulta puntual. Por suerte, se ven cada vez más las postas sanitarias en los barrios que permiten hacer esos y otros trámites”, puntualiza Iroz.
Pero las cifras, en este sentido, son categóricas. De acuerdo con el estudio de la UCA, el principal impacto de la AUH es el que se mide en términos económicos. “Si se compara a la población destinataria del beneficio con la que no lo recibe, no hay diferencias significativas con respecto a los niveles de vacunación y de asistencia a la escuela. No hay suficiente evidencia que permita aseverar que la gente vacuna por la AUH, se percibe más bien que hay algo cultural”, explica Poy.
“En términos generales, este es un país con asistencia escolar plena, sobre todo en primaria –continúa el especialista–. En adolescentes, en cambio, sí hay margen para producir efecto y se ve el impacto (N. de R.: por ejemplo, entre 2014 y 2017 los destinatarios de AUH que no iban a la escuela rondaban el 4,7% mientras que, entre los chicos que vivían en condiciones similares pero no la cobraban, el porcentaje era de 13,6%). Al haber un ingreso mayor en el hogar, eso hace que los chicos tengan más chances de estudiar y de no tener que trabajar. En cualquier caso, que tengan niveles de asistencia escolar similares, no dice nada sobre la calidad educativa, pero esa es otra discusión.”
Si bien el experto destaca que, en un país donde abundan las políticas de corto plazo, la AUH haya sido revalidada por las sucesivas gestiones de gobierno, no pierde de vista que el programa no erradica la pobreza. Apenas la alivia. “Los chicos no van a salir de la trampa intergeneracional de la pobreza por contar con mayor educación o una salud más controlada. Para que dejen de ser pobres se necesitan más entornos socioeconómicos con oportunidades reales de progreso”, concluye.