"Ahora tenemos ducha": cómo es tener su primer baño para una adolescente en el norte
Hasta hace unos meses, cada vez que Camila Romero quería ir al baño durante la noche, tenía que agarrar una linterna para hacer frente a la oscuridad absoluta del monte, y entre sueños no tropezarse hasta encontrar un lugar en los arbustos para hacer pis.
"Vamos al baño tras las ramas", decía esta chica que hoy tiene 14 años y vive en Piruaj Bajo, un paraje santiagueño ubicado en la zona del Salado Norte. En su casa, Camila tampoco tenía luz, ni agua, ni gas. Ni siquiera una letrina. Eso la exponía a ella – y a su familia – a enormes riesgos en su salud y limitaba gravemente su calidad de vida.
Camila fue una de las protagonistas de Hambre de Futuro, un proyecto de LA NACION que durante 2018 puso en agenda la problemática de la pobreza infantil y mostró, en primera persona, cómo son las infancias de los chicos en los lugares más vulnerables del país.
Gracias a que su falta de acceso a derechos básicos se vio reflejada en varias notas, su realidad mejoró notablemente. Fueron muchas las personas, de diferentes partes del mundo, que aportaron dinero para que Cami pudiera tener un baño completo instalado, una ducha con agua caliente, un panel solar, una cisterna de agua y una beca educativa para terminar el secundario.
"Nos cambió mucho la vida", confiesa Cami en una frase corta que encierra muchos sentimientos. "Agradezco a todas las personas que han ayudado. Fue emocionante verme en el diario y en la tele", agrega.
Hoy Cami aprieta una tecla y tiene luz en su casa, camina unos pasos y cuenta con un inodoro, abre la canilla y se puede dar una ducha caliente. El baño es espacioso, de material, con techo de chapa y tiene piso y paredes de azulejos grises.
"Ahora es más mejor con el baño porque uno no tiene que ir para el monte y nos podemos bañar en la ducha cuando hace frío", dice Ubaldina, su mamá.
LA NACION volvió a Piruaj Bajo después de un año, para corroborar cuál fue el impacto conrecto que tuvo la visibilización del aislamiento y el abandono que sufría esta comunidad. Pero también para ver cuáles son las urgencias que todavía siguen vigentes y duelen.
"Siento que el impacto más importante es haber mostrado esta realidad no desde el estigma, el horror o la tragedia sino desde la vida bella que existe en el monte. Una de las cosas que más me gustó fue el modo en el que se visibilizó la vida de los hijos del monte. Se vieron un montón de chicos con necesidades y derechos que no están cumplidos, pero que a la vez son felices con su entorno, con su vida, que tienen grandes valores. Y eso tuvo un efecto muy fuerte", reflexiona Rodrigo Castells, un hermano jesuita que trabaja incansablemente en la zona del Salado Norte santiagueño, desde la Parroquia de San José de Boquerón.
Es de mañana, y en la casa de los Romero la radio siempre está prendida, colgada de la rama de un árbol. Cami, sus padres Ubaldina y "Patón", sus primos, tías y abuela, están sentados bajo algún árbol en el fondo de la casa. Toman mate, comen tortilla y ya empiezan a discutir cuál va a ser el almuerzo del día.
Cami, con calzas fucsias y remera azul, uñas pintadas, agarra la manguera, abre la canilla y se pone a regar el patio para combatir el polvo que se sedimenta en todas las gargantas. El año pasado, ella era la encargada de ir una vez por día en "zorra" (un carro tirado por un burro) a buscar agua al canal más cercano que ellos llaman "surgente".
"Ahora tenemos el agua en el patio, cerquita y al burro solo lo usamos para traer leña. Gracias a eso Cami tiene menos tareas y más tiempo para estudiar. Por suerte a ella le va bien en el colegio. Hasta julio solo tiene 9 y 10 en las materias", dice Ubaldina.
Otra de las cosas que la familia necesitaba y pidió en las notas, fue una silla de ruedas para doña Lucía, la bisabuela de Cami. Cilsa se enteró de esa necesidad y a los pocos días envió una unidad al monte.
"Nosotros no sabíamos que íbamos a tener tanta ayuda. Fue una sorpresa. Una señora de Australia le regaló la bicicleta, puso plata para el baño y le compró a Cami un set de maquillaje. Un señor de Córdoba la vino a visitar a Cami y le trajo ropa, mercadería, agua y nafta para la motosierra. Dijo que vio la nota y que la quiso conocer. También consiguió una madrina que le manda una beca a ella y a Oscar, el hermano mayor, todos los meses", detalla Ubaldina.
"Hoy está más fresco pero ayer ha hecho un montón de calor. Esos días sacamos las camas y dormimos directamente afuera", dice Camila mientras le da el desayuno a su abuela - mate cocido con trozos de pan – de a cucharadas en la boca.
Ya se cepilló los dientes, se peinó y preparó el mate. Su próxima tarea es darle de comer a las gallinas. Agarra unos granos de maíz y los hace volar por el aire hasta que la tierra se llena de plumas y picos hambrientos.
"En un rato ayudo con la comida a mi mamá, al mediodía voy al colegio, a las 3 tengo recreo y después clases hasta las 5. Después vuelvo a casa y les doy de comer a los cuchis. Estudio un rato, ceno y me voy a dormir", cuenta sobre su día.
Los "cuchis" son los chanchos que Cami cría con muchos cariño. Hace unas semanas veinte de ellos se enfermaron y como no existen profesionales en la zona, finalmente murieron.
-¿Pensás que si vos ya estuvieses recibida de veterinaria los podrías haber salvado?
-Capaz que sí – contesta Cami mientras alimenta a los sobrevivientes.
La familia se mantiene con la Asignación Universal por Hijo que cobra Ubaldina por sus tres hijos, una tarjeta social de $2300 que les permite comprar mercadería todos los meses y la pensión de la bisabuela de Cami. "Patón" hace changas y trabaja haciendo postes de quebracho, pero dejó de viajar a las cosechas para poder cuidar a su abuela que va a cumplir 92 años en diciembre.
"Aquí en la zona no hay mucho trabajo. Está muy difícil con la inflación pero uno lo hace alcanzar. Por lo menos para la harina que todos los días sube. Lo que más se usa en el campo es la harina para la tortilla y el pan", señala Ubaldina.
Con 13 años, Cami no tiene celular. Si bien en Piruaj Bajo no hay señal de teléfono ni wifi, la escuela sí tiene antena. Algunos días, su papá le presta el suya para que pueda "bajar las tareas y trabajos prácticos de Internet".
-¿Te gustaría tener uno?
-Sí, para poder escuchar música pero principalmente para que me ayude con la escuela.
Su meta sigue siendo clara: aprobar 2do año en la escuela de la comunidad, mudarse el año que viene a San José de Boquerón a la pieza que está usando su hermano Oscar para terminar la secundaria (en Piruaj Bajo solo se puede cursar hasta 2do año) y después estudiar veterinaria.
"Estoy muy bien con la escuela. El trimestre pasado no me llevé ninguna materia. Tengo muchas ganas de seguir estudiando y después veterinaria", dice mostrando los dientes.
El antes y el después no se sintió solo en la familia de Cami. Castells funcionó como nexo entre las personas que quisieron ayudar y las familias. "Lo primero que hicimos fue asegurar la energía solar, el baño, las bicis y las becas educativas para los tres protagonistas de las notas que fueron Cami, Nilo y Pochi y cumplir sus sueños. Y después fueron apareciendo otras personas que quedaron en contacto y yo les hablaba de otras necesidades, que confiaban en el trabajo que estábamos haciendo, y pudimos hacer otras cisternas en Piruaj Bajo y en otras comunidades", explica Castells.
No recuerda la cifra exacta pero estima que recibió cerca de 300 llamados y consultas que logró fidelizar para ayudar a toda la comunidad. "En un día quizás me explotaba el teléfono con 90 mensajes de WA. Yo planteé tres grandes temas que fueron educación, comunicación y agua. También se donaron muchas bicicletas para que los chicos pudieran ir a la escuela", agrega.
Más allá de las mejoras en Piruaj Bajo – la mayoría de las casas tienen cisterna de agua potable y se instaló una red de agua no segura - todavía existen muchas deudas pendientes con las comunidades del Salado Norte. La gran mayoría de las viviendas no tienen luz, no existe la señal de celular ni de Wifi y los caminos por momentos se tornan intransitables.
"Más que nada para las urgencias de salud. En la posta sanitaria tenemos una sola enfermera y que cada dos meses está de vacaciones. No hay señal de teléfono, Internet solo en la escuela y lo usan para emergencias. Para mandarse mensajes hay que irse a Boquerón", señala Ubaldina.
"Patón" se pone a cocinar un cordero en una olla sobre brasas de madera para agasajar a los invitados. "La mayoría de las familias ya tienen agua en la casa pero les está faltando la luz. Algunos tienen motor pero no es lo mismo que las pantallas. La vida en el monte es muy linda y complicada a la vez. A veces el problema es a la noche, cuando llueve o no hay luz. Y también falta arreglar los caminos. Hay pasadas en las que está fiero", explica.
Para Castells, el que se haya visibilizado la realidad de Piruaj Bajo también permitió dinamizar procesos que ya estaban en funcionamiento. Por ejemplo, el trabajo que los jesuitas venían haciendo con el INTA, con Cáritas Nacional y diocesana, con el Plan de Protección Social del Ministerio de Desarrollo Social o los programas de la Universidad Nacional de Córdoba con el agua. "Fue algo que funcionaba pero que tomó más velocidad y fuerza porque empezaron a aparecer muchos otros actores", concluye.
Las personas que quieran seguir colaborando con Cami y la comunidad de Piruaj Bajo pueden comunicarse con el sacerdote jesuita Santiago García Pintos al +549-351-743-4064.