Carnaval en Notting Hill: la trágica historia que derivó en festejo caribeño en un barrio de película
Año tras año, este hito cultural nacido contra la violencia racial celebra el encuentro entre culturas, la danza y la fiesta colectiva
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Era una noche de mayo de 1959 cuando Kelso Cochrane, carpintero de treinta y dos años, fue atacado por un grupo de jóvenes blancos mientras caminaba a su casa de Notting Hill, en Londres. Lo agarraron a puñetazos y uno de los atacantes lo apuñaló en el corazón y lo mató. Kelso Cochrane había nacido en la isla caribeña de Antigua, que pertenecía al Imperio británico, en 1926, y había emigrado al Reino Unido en 1954. La violencia racial contra Cochrane no fue un episodio aislado, sino que fue emblemático de un clima de hostigamiento que sufría la comunidad afrocaribeña durante 1958 y 1959 en el Reino Unido, cuando se escribieron algunas de las páginas más oscuras de la historia del racismo en Gran Bretaña, como lo narra el autor Mark Olden en su libro Asesinato en Notting Hill.
Cientos de jóvenes blancos que militaban en el partido de extrema derecha Unión (Union Party), encabezado por Oswald Mosley, salían a la calle e incendiaban y tiraban bombas contra las casas de los residentes negros, que habían comenzado a llegar en oleadas a partir de 1948. Ciudadanos que vinieron desde las colonias británicas del Caribe centroamericano, como Jamaica, Belice, Guyana, Santa Lucía, Barbados, Trinidad, entre otros, y formaron parte de la “generación Windrush”, nombre del barco que los trajo desde el Caribe hasta Essex, el Empire Windrush.
"Hoy es impensable conectar la palabra “pobreza” con “Notting Hill”, en parte gracias al icónico carnaval que hizo florecer la zona, a la película que lleva el nombre del barrio, y por la gentrificación durante los años de Margaret Thatcher"
El carpintero asesinado, Kelso Cochrane, fue parte de esa generación que llegó para reconstruir al Reino Unido, que estaba en apuros después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el país necesitaba desesperadamente cubrir la escasez de mano de obra para reconstruir la economía (y no porque los ciudadanos del Caribe quisieran pasar once meses de frío, como lo describe detalladamente el autor Andrew Marr en La historia de la Gran Bretaña moderna).
Se calcula que en esos años llegaron a Gran Bretaña alrededor de trescientos mil ciudadanos de países del Caribe, entre ellos el cantante de Trinidad, Aldwin Roberts, más conocido como Lord Kitchener, quien, mientras cantaba “Londres es el lugar para mí” –como lo retrata el escritor Samuel Selvon en su novela Los londinenses solitarios–, con su música se contraponía al racismo que vivían sus compatriotas que se vieron obligados a vivir en las peores zonas de la capital inglesa, como era Notting Hill en la década de 1950.
Hoy es impensable conectar la palabra “pobreza” con “Notting Hill”, en parte gracias al icónico carnaval que hizo florecer la zona, a la película que lleva el nombre del barrio, protagonizada por Julia Roberts y Hugh Grant, y también como fruto de la gentrificación durante los años de Margaret Thatcher.
Como reacción a la nueva población afrocaribeña, grupos de hombres blancos que cargaban cuchillos de carnicero, palos de hierro y cinturones de cuero con puntas filosas, y que se creían absolutamente superiores por el color de su piel, marcaron las casas en mal estado de los ciudadanos negros, arrojaron con precisión bombas molotov y escribieron con pintura en numerosas paredes Keep Britain White (mantengan blanca a Gran Bretaña).
El acontecimiento más tormentoso fue el asesinato del carpintero, cuando lo atacaron bandas de jóvenes fascistas. Hubo más de mil personas en el funeral de Cochrane, en el oeste de Londres, y el Daily Worker publicó que parecía más la despedida de “un estadista renombrado” que el de un carpintero desconocido.
Entre los presentes en el entierro se encontraba la militante y periodista Claudia Jones, un ícono de la lucha contra el racismo en el Reino Unido, nacida en Trinidad, y fundadora del primer periódico negro de Gran Bretaña, el West Indian Gazette. Ella tuvo un papel central en la organización del Carnaval de Notting Hill después de los disturbios raciales en 1958 y del asesinato racista de Cochrane en 1959. Jones entendió que la respuesta más indestructible, poderosa y oportuna a la agresión racial debía ser en forma de arte y de un hito cultural que hoy marca el calendario de feriados del Reino Unido: el Carnaval de Notting Hill.
Claudia Jones organizó una muestra de talento afrocaribeño en la comuna de St. Pancras que fue televisada por la BBC en 1959 como un intento para unificar a la comunidad afrocaribeña y una demostración de resistencia cultural al hostigamiento racial. Lo que comenzó como una celebración discreta evolucionó con el tiempo en el Carnaval de Notting Hill que conocemos hoy.
Desde entonces, Jones es nombrada como “la madre del carnaval de Notting Hill”, un evento que se repite anualmente a fines de agosto en el oeste de Londres. LA NACION fue testigo de un fin de semana de la alegría con raíces dolorosas, huellas de la resistencia negra por un país multiétnico, un símbolo de identidad cultural y de libertad.
Son tres días: sábado, domingo y lunes de fines de agosto; hay más de un millón de asistentes, cuarenta mil trabajadores, y genera trescientos millones de libras gracias a turistas como Gaetan, quien le cuenta a la nacion que nació en Guayana Francesa, pero que hoy vive en París y que vino exclusivamente a Londres con su esposa para celebrar el carnaval, o como es el caso de Patricia y Sophie, que son de Missouri, Estados Unidos.
En la estación de subte de Paddington se escucha a una multitud cantar “¡El carnaval ha llegado!” y, después de caminar diez minutos, en la avenida Westbourne Grove se ve lo que importa: caderas que se mueven al ritmo de la música de las carrozas, camiones con sistemas de sonido poderoso que pasan música de distintos géneros –calipso, dub y reggae–, mujeres y hombres con disfraces extravagantes, con máscaras, con coronas, con plumas, con risas contagiosas. Bailan coreografías que prepararon todo el año, como si lograran, por un rato, no pensar en los dolores del alma, en las deudas, en las preocupaciones por lo que va mal.
"Bailan coreografías que prepararon todo el año, como si lograran, por un rato, no pensar en los dolores del alma, en las deudas, en las preocupaciones por lo que va mal"
“Desde 1989 que con mi mujer no nos perdemos ningún carnaval de Notting Hill. Tenemos un food truck de comida caribeña, Jakki’s Kitchen. Pueden buscarlo en Facebook; somos el único foodtruck de comida de Belice en toda Europa. Además, soy DJ de reggae”, cuenta Chris Jocelyn a la nacion.
—¿Usted nació en Inglaterra? —Sí, yo nací en Inglaterra, pero mi esposa, Jakki, nació en Belice.
—¿Dónde se conocieron?
—Una tarde de junio de 1989 fui a tomar unas cervezas con mi amigo Graham en Belice. Yo estaba en el Caribe porque trabajaba para la Fuerza Aérea del Reino Unido (Royal Air Force). Esa noche conocí a esta belleza beliceña que cambió mi vida. Como me enamoré y me casé con una mujer negra, me echaron de la Fuerza Aérea. Mi mujer y yo sentimos la discriminación de cerca, y hoy celebramos para bailar en la cara de quienes nos hostigaron. Ellos jamás van a sentir cuando Jakki pone la mano sobre mi cuello y me dice “Te amo” una vez más.
Personas que toman cerveza con las banderas de sus países atadas a sus espaldas, niños en los hombros de sus padres, de sus madres, distintas generaciones de una misma familia. “Soy de familia caribeña y es muy importante tener un día cultural como este carnaval para celebrar a los pequeños países del Caribe que formaron parte de la generación Windrush. Países como Santa Lucía y San Vicente y las Granadinas tienen su propia música, y disfruto de que nos reunamos para celebrarla. Cuando el parlamento británico declaró el fin de la esclavitud en 1834, ciudadanos que habían sido esclavos celebraban su libertad con carnavales parecidos al de Notting Hill. Sé que se da mucha publicidad a Jamaica, pero es también importante reconocer a los países caribeños más pequeños”, dice Gabriella Domínguez (@G_dominguez1), odontóloga de 24 años. Su madre es de Jamaica, pero ella nació en Londres y hoy trabaja en Escocia.
Hay olor a pollo frito que se vende a quince libras el plato, propietarios que alquilan sus baños para los transeúntes, balcones que se transforman en palcos privilegiados para vecinos y amigos de vecinos que quieren unirse a la celebración con algo de distancia, gafas de todos los colores, mujeres en bikini y con el pelo suelto, glitter, brillantina y hombres en cuero.
“Todo me gusta del carnaval: los disfraces, la música, el baile, el ambiente y la comida. Nací y crecí en Santa Lucía, pero hoy llevo tres años en el Reino Unido. Mi hogar en Santa Lucía siempre va a ser mejor, allá están mis padres, hermanos, primos, tías, y este carnaval me hace sentir más cerca de ellos, en casa. Hoy Notting Hill es mi lugar en el mundo”, cuenta Joffa.
Asimismo, hay lugar para Robin, que tiene 90 años, nació en Londres, se apoya en un bastón tipo Churchill, es abuelo de nietos y bisnietos y cuenta que hace 56 años que vive en la misma casa de Notting Hill, y que al menos hace 50 que viene al carnaval porque le encanta “la música en vivo. Hace unos años había más bandas en vivo, hoy hay mucha música grabada, pero igual me pone muy contento ver a tanta gente disfrutar. El año pasado estuve internado y no pude venir, así que esta vez no me lo iba a perder. Es agradable estar acá, todavía no vi a nadie borracho”.
Sofía Negri, socióloga argentina que hizo la maestría en Métodos de Investigación Social en la London School of Economics y que actualmente está terminando su doctorado en Geografía Social en la Queen Mary University of London, comparte su mirada del carnaval con la nacion: “Hace tres años que vivo en Londres y este es el segundo carnaval al que voy. Es una fiesta hermosa que reivindica esa diversidad cultural que caracteriza a Londres. El hecho de que sea en Notting Hill tiene un impacto simbólico importante ya que, para quienes no conocíamos tan bien su historia, Notting Hill está representada en nuestra cabeza como esa Inglaterra blanca de Hugh Grant. Y Notting Hill, Londres y el Reino Unido son más que eso. Esa Londres blanca es una construcción anclada en la invisibilización de otras etnicidades que forman parte de su historia y de su presente”.
Y agrega: “El racismo y la discriminación siguen siendo parte de la experiencia cotidiana de muchos acá. El carnaval en ese sentido no es solo una fiesta popular, sino también un acto político, uno de esos eventos donde la alegría está al frente. Y se expresa transformando ese espacio que hoy en día es tan turístico y comercial como Notting Hill (un poco acartonado incluso) en un espacio público que recupera la comunidad afrocaribeña para recordar su historia y celebrar su cultura. Es especial ver el carnaval en una ciudad como Londres, donde la ocupación del espacio público para demostraciones populares es acotada y extremadamente regulada. El carnaval entonces es una fiesta, sí, es sobre el baile y la música y la cultura, pero también es una forma de decir ‘acá estamos’”.
“Me encanta la cultura caribeña. Tengo muchos amigos del Caribe y crecí rodeado de caribeños como Joshua, que es de Jamaica; también con Anthony, que es de Nigeria. Me gusta que hoy no solo celebramos la cultura del Caribe, sino que también festejamos la cultura negra británica con todos sus matices”, cuenta Nicholas, que nació en el Reino Unido y que no pasa por alto la dimensión histórica del evento porque dice que es una “liberación ganada con esfuerzo y lucha”. Cuenta que ellos son los descendientes de los esclavos de un país multiétnico en el que la diversidad no solo es parte de su realidad, sino una de sus mayores fortalezas.
Si bien el carnaval de Notting Hill es el lugar perfecto para que las personas, la felicidad y la historia se encuentren, y LA NACION no fue testigo de disturbios en los tres días que presenció el carnaval, el evento también tiene problemas sobre los que los organizadores y las autoridades públicas deben seguir trabajando.
“Elegimos hacer cosas, no porque sean fáciles, sino porque son difíciles”, dijo el expresidente estadounidense John F. Kennedy, y cuidar de más de un millón de personas no es una tarea sencilla. Según la policía metropolitana, hubo 349 personas detenidas y 61 incidentes entre oficiales y algunos presentes; asimismo, hubo dos muertes trágicas relacionadas con el carnaval más grande de Europa este año. Una víctima fue una mujer de 32 años, que fue apuñalada cuando intentó intervenir en una pelea; la otra fue un hombre de 41 años, que fue encontrado inconsciente, herido en la cabeza, cuando salía de un restaurante cerca de la zona de Notting Hill, después de que el carnaval ya había terminado oficialmente y fuera de la ruta. Desde 1987, se han producido ocho muertes relacionadas con la violencia en el carnaval; este año es la primera vez, desde 2000, que dos personas mueren el mismo año.
“Con un mejor enfoque de la vigilancia, podría ser considerablemente más pacífico”, asegura en The Guardian el exsuperintendente de la policía metropolitana de Londres, Leroy Logan. Un análisis del diario Huffington Post concluyó que las tasas de personas detenidas son casi idénticas a las del festival de música de Glastonbury, un evento que no suele ser criticado por su considerable número de delitos.
A su vez, en el festival de música Creamfields hubo una tasa de arrestos de 23 cada 10.000 presentes, mientras que en el carnaval de Notting Hill hay 3,76 arrestos cada 10.000 personas. Los organizadores del carnaval escriben en The Mirror que los delitos cometidos con cuchillos “son un problema que afecta a todo el Reino Unido. Cada día y medio muere alguien por un cuchillo o por un objeto afilado en Gran Bretaña”. Por lo tanto, entienden que tragedias como las que sucedieron en el carnaval no son representativas del evento, sino del país en general.
Si a principios de 1800 los esclavos de las plantaciones de azúcar de las colonias británicas en las “Indias Occidentales” miraban la fiesta de sus amos desde afuera, con la nariz apretada contra el vidrio, fiesta que los terratenientes organizaban en febrero con máscaras durante la cuaresma, hoy los descendientes de aquellos esclavos son los que copan las calles de Londres.
Festejan la libertad y la igualdad del multiculturalismo británico, y transforman la ciudad en un lugar más vital, potente y diverso, con música a todo volumen, con euforia, energía y sudor; son más felices que nadie, y lo saben, y quieren hacerle un sitio a lo eterno para que al carnaval más grande de Europa tenga veranos infinitos por delante.
“Vos sos la puta de los negros”, le gritó un grupo de supremacistas británicos blancos, los Teddy Boys, a Majbritt Morrison, mujer sueca, rubia, soñadora, que estaba casada con un hombre negro de Jamaica, Raymond Morrison. El episodio ocurrió durante los disturbios raciales de fines de agosto de 1958, cuando jóvenes blancos atacaban a personas negras en el barrio de Notting Hill.
La escena está contada en el libro de no ficción de Majbritt Morrison, Jungle West 11, y evocada por testimonios de la época, como en el diario Daily News: “Vamos a matar a todos los negros malnacidos. ¿Por qué no los mandan de vuelta a sus casas?”, escuchó cantar a los gritos el policía Richard Bedford. “No a los negros, no a los perros, no a los irlandeses”, escuchó vociferar el agente Ian McQueen.
Hoy, esas mismas calles que fueron escenario de odio y violencia, son ocupadas por más de un millón de personas que celebran el Carnaval de Notting Hill. La música, el baile y la alegría de la comunidad afrocaribeña –la misma que fue víctima de ataques racistas– se han convertido en un símbolo de resistencia.
La diversidad que intentaron extinguir en 1958 ahora es el alma de una fiesta que reivindica, cada año, el poder de la cultura para darle vida a las palabras de la fundadora del carnaval, Claudia Jones: “El arte de un pueblo es la génesis de su libertad”.
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