A 85 años del soplo creador de Clásica y Moderna
A 85 años de la llegada del español Emilio Poblet a Buenos Aires, la librería Clásica y Moderna se mantiene como punto de encuentro para nostálgicos, lectores ávidos y simples gustadores de aquellos sitios de proyección cultural en que se mezclan lo tradicional con lo contemporáneo.
Si bien la librería -instalada hoy en Callao 892- tomó su actual nombre en 1938, fue la labor precursora e infatigable del citado librero español, enviado en 1916 por la Editorial Calleja, de Madrid, la que le dio continuidad a un emprendimiento que rápidamente se identificó con las inquietudes culturales de los porteños.
En junio de 1916, Poblet inauguró la Librería Académica en Callao 713. Que el ilustre librero español se había entusiasmado definitivamente con esa avenida lo demuestra el hecho de que sus sucesivos locales estuvieron siempre en Callao, en los números 479, 650 y 675.
A uno de sus hijos, Francisco, le correspondió introducir las primeras modificaciones: en 1938 cambió el nombre del local por el de Clásica y Moderna y lo reinstaló en Callao 892, a sólo una cuadra del emplazamiento original.
Pero, además, impuso una innovación más sustancial, al ampliar la oferta de la Académica, que había sido mayoritariamente científica y técnica: incorporó textos de humanidades, en especial filosofía, historia y literatura.
Esto resultó decisivo en cuanto a los frecuentadores que desde entonces ha tenido la librería. Se hicieron obstinadamente fuertes allí figuras de la talla de Manuel Gálvez, Alfonsina Storni, Leopoldo Lugones, Eduardo Mallea y un joven llamado Manuel Mujica Lainez.
Decano de los libreros de Buenos Aires, Francisco Poblet murió en 1980. Tomaron la conducción de Clásica y Moderna sus hijos Natu -que con ese objetivo abandonó la profesión de arquitecta- y Paco, fallecido en noviembre de 1999. También los acompañaron sus sobrinos Mariana y Fernando.
Libros con café
Los Poblet fueron pioneros, en 1988, de la habilitación de un bar anexo a una librería. El único antecedente hispanohablante era la renombrada Gandhi, de México. Ricardo Plant diseñó el nuevo espacio, de 120 metros cuadrados, de los cuales 45 quedaron destinados a las estanterías, con títulos mayoritarios de novela, cuento y poesía.
Para ese año, la concurrencia ya se había renovado por completo. Ahora aparecían por Clásica y Moderna, a tomar un café, hojear novedades y mantener largas tertulias Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Ernesto Sabato, Alejandra Pizarnik y Ramiro de Casasbellas (que no tenía que caminar mucho, porque vivía arriba de la librería), a los que siguieron luego Abelardo Castillo, Liliana Hecker, Juan José Sebreli, Juan José Hernández y Alberto Girri, entre otros.
Girri fue quien le recomendó a Natu que fuera nutriendo un álbum de visitantes, con alguna breve reflexión de cada uno. Ella se arrepiente de no haber seguido el consejo del poeta.
"Una colección como ésa tendría ahora un enorme valor afectivo y económico", reconoce, sobre todo cuando agrega a la lista local los nombres de extranjeros ilustres que pasaron por allí: Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Juan Goytisolo, Rosa Montero, José Donoso, Antonio Muñoz Molina y, entre gente del espectáculo, Liza Minelli, José Sacristán, Joaquín Sabina, Susana Rinaldi y Ariel Ramírez.
Convertido en reducto cultural, el establecimiento derivó rápidamente en actos de ese carácter, como presentaciones de libros o conferencias y, durante dos años, fue sede de la entrega del premio Alfaguara de novela.
En noviembre de 1998, el tradicional local fue declarado sitio de interés cultural por la Legislatura porteña, distinción que extendió también a Gandhi, Liberarte y Opera Prima.
Pero ahora -apunta Natu-, "se ha vuelto muy común que alguien se pasee entre los libros con una copa en la mano".