Abrazar la vida, a pesar de...
"Caminá mamá" es lo primero que se escucha en la obra Mi hijo sólo camina un poco más lento, de Ivor Martinic, que dirige Guillermo Cacace en la sala Apacheta. En el escenario, todos caminan, ruedan –se escuchará después– como rueda la Tierra. Pero existe (Eliot dixit) "el punto fijo del giratorio mundo", y es en torno de él que todo se organiza; aquí, en la obra todo da vueltas, en torno de quien no camina, del personaje que celebra sus 25 años, un eje de la vida, de la vida de un lisiado sobre una silla de ruedas. Hacia ese centro, ese dolor, se acercan o se alejan los personajes, aceptan o disfrazan ese dolor en carne viva y, a la vez, cada uno llega y se va con el suyo, pequeño o grande, siempre cotidiano, siempre humano, porque nada es blanco o negro, más bien gris, sin que entre demasiado la luz que haga insoslayable la verdad de sus vidas.
La obra transcurre en un día y ese día marca el paso de la negación –"mi hijo sólo camina un poco más lento"– a la aceptación –"mi hijo no camina"– y no es poco. Pero la mera verdad no basta, falta la entrega: hay un momento en que uno tiene que mirar la vida a los ojos y escupirla o abrazarla, abrazarla no por, sino, en general, a pesar de… y la madre duda, y como hija le pregunta al padre, ya cercano a la muerte, si valió la pena: "Esto…, la familia…, el dolor…" El padre calla, generosamente, nos cede la palabra…
El autor es poeta
Hugo Mujica
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