Alta Fidelidad. Diario del oído urbano
Cuando se entra a la sala de Bellas Artes donde arte y vida se han teñido de verde es imposible permanecer ajeno a una voz que viene, como decía la vieja canción folk, detrás de las paredes. Suponemos que alguien, en un volumen que desafía el susurro característico del museo, comenta alguna de las obras o que incluso discute acerca de ellas con otro. Pero cuando se atraviesa el tabique que separa las obras de esa voz elocuente, veloz, persuasiva, lo que hay es una vieja filmación digitalizada de Nicolás García Uriburu derramando fluoresceína en los canales de Venecia. Y la voz en off de Blanca, su compañera entonces. La mayoría de las veces los videos documentales que acompañan una muestra son un complemento marginal, a veces innecesario. Nadie está dispuesto a pasar veinte minutos mirando una forma menor de la televisión sin posibilidad alguna de zapping. Este no es el caso. El video pasa rápido y el relato es pura aventura, un testimonio atrapante alrededor de una performance legendaria. Blanca narra las peripecias de la coloración del canal en la antesala de la Bienal de Venecia que la ola expansiva del 68 condenó al cierre por "burguesa". Dice que prácticamente la echaron del hotel y que se refugió con Beto, un perro salchicha, en un bar, durante seis horas, en las que escuchó sin parar acerca del "delincuente" que había derramado un extraño polvo verde en el canal. Dice que las lanchas de la policía interceptaron a Nicolás García Uriburu en su góndola y que se lo llevaron preso unas horas.
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Nicolás y Blanca eran una pareja rotundamente pop y llegaron a Venecia desde París donde el 10 de mayo del 68 García Uriburu inauguró la muestra "Prototipos para un jardín artificial" en la galería Iris Clerc. Esa misma noche la ciudad crujió y se levantaron las primeras barricadas de estudiantes y obreros: la hora cero del Mayo Francés. La muestra duró unas pocas horas arrollada por el vendaval de la contestación. Una especie de secta filosófica conocida como Situacionismo aportó parte del combustible influyendo decisivamente en las escuelas de arte. Dos estudiantes ingleses anclados en París terminarían aplicando esas ideas en la moda y la música popular casi diez años después. Jamie Reid (diseñador gráfico) y Malcolm Mc Laren (manager) impulsaron el estilo punk y crearon un grupo de rock que vehiculizara la agresión de la imagen en sonido. Para 1977, la música pop se había vuelto peligrosa. Al punto de que sobre los Sex Pistols pesaba la restricción de tocar sobre el territorio entero de Gran Bretaña. El 7 de junio, dos días antes de que se celebrara un desfile por los 25 años de la coronación de la Reina Isabel, Mc Laren alquiló (con el dinero del hoy billonario Richard Branson) un crucero al que se subieron los Sex Pistols e invitados. Remontaron el Támesis y pasaron frente al Parlamento haciendo tronar la fanfarria sediciosa "Anarchy in UK" (Anarquía en el Reino Unido). Las lanchas de la policía salieron raudas y los alcanzaron para cuando el grupo interpretaba el anti-himno "God Save the Queen" (Dios salve a la reina). Les cortaron la electricidad y los obligaron a volver. Ya en tierra Mc Laren y los músicos terminaron presos. Las escenas guardan cierto parentesco. El arte y la música pop tienen que salir al agua para decir lo que ya no se escucha y mostrar lo que no se ve. El "No future" que los Sex Pistols pronunciaban en clave apocalíptica para el sistema político inglés era la fluoresceína de García Uriburu anticipando el desastre climático con el que llegamos al siglo XXI.
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"God save the queen" es el nombre del himno de Inglaterra y se escucha ahora en la televisión de una pizzería en la inminencia del choque con Colombia. Por prepotencia cultural compite con "La Marsellesa" como uno de los más reconocibles entre tantos cuya raíz romántica común los hace casi indiscernibles. Pero Rusia 2018 ha consagrado un nuevo himno en "Seven Nation Army" del ya disuelto dúo de Detroit White Stripes. Es esa línea de bajo ominosa que se escucha cuando los equipos están pasando del túnel a la cancha, una metáfora bélica del encuentro deportivo. Ya coreada antes por las hinchadas europeas, que hicieron de su riff un abrasivo sonido informe, ahora fue apropiada por la FIFA que la convirtió en una suerte de esperanto: el nuevo himno del fútbol que destronó a la pomposa balada "We are the champions" de Queen. Quince años después de que la canción fuera editada, a White Stripes y su retro rock minimalista le toca consagrarse universalmente en la Rusia de Putin, cuyo estilo de mando parece inspirar a Trump. Son las paradojas de la geopolítica. Cuando aparecieron hacia 2000 Jack y Megan White (guitarra y batería) eran una pareja cuya reinvindicación del primitivismo era menos espontánea de lo que parecía. El segundo álbum del dúo se llamó "De Stilj", como la vanguardia holandesa de los años 20, y en la portada parecían habitar un Mondrian. Sonaban como se veían: líneas rectas y colores planos. Aquel 10 de mayo de 1968, en la inauguración de "Prototipos para un jardín artificial" Nicolás García Uriburu y Blanca quisieron ser una continuación de las obras de acrílico que se exhibían. Encargaron el vestuario a Pierre Cardin. Dicen que Salvador Dalí quedó estupefacto y pidió que le hicieran un traje igual al de ellos.
Blanca, detrás de las paredes, lo estaría contando mejor.