Alta Fidelidad. El Rey Neón en Buenos Aires: cuentos de la selva eléctrica
En la temporada de invierno las instalaciones lumínicas que se pueden ver ahora en el segundo piso de Fundación Proa corren con desventaja frente a los hits de Instagram: la pileta de Leandro Erlich en Malba y alguno de los prodigios ópticos de Julio Le Parc en el CCK. Sin embargo, en esta sala del edificio de La Boca (consagrado auna muestra de arte conceptual y minimalista norteamericano) inundada por la luz trémula de los tubos fluorescentes hay una experiencia que se acerca mucho a lo místico. Quien aún guarde fe en la modernidad acaso sienta frente a estos dispositivos minimalistas algo similar a la conmoción que provoca en los cristianos el llamado arte sacro. En una pared diagonal la obra "Untitled (to Donna)" ("Sin título (a Donna)") forma un cuadrado de tubos de colores (los colores que fabricaba la industria) que combinados esparcen sobre el ambiente una luminiscencia acaramelada, como de atardecer eléctrico. Dan Flavin (1933-1996), el rey Neón, hace realidad aquello de que en el color hay vibración, energía. Una energía que aquí no es metafórica, que podría medirse en watts. El rey Neón conjura en estas estructuras mínimas de luz el espíritu de la ciudad moderna. Energía y espíritu, no se extrañen de este dato biográfico de Flavin: entre 1947 y 1952 fue seminarista.
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A fines de los años 80, en el Tom Lupo Show que iba los domingos por radio Municipal cualquiera que sublimara las hormonas escribiendo podía llegarse hasta el estudio y conseguir que el poeta y periodista leyera sus textos. Así fue que un domingo me armé de coraje y llevé mi cuaderno con esas poesías que se escriben a los diecinueve, veinte años. Tom Lupo leyó una que se llamaba "Imagen de jazz" con la misma concentración y estilo que le dedicaba a Pessoa o Pizarnik (aunque el texto no lo mereciera, por cierto). Mis versos no tenían nada de especial, Tom hacía lo mismo con todos. A su modo, funcionaba entonces como hoy cualquier plataforma digital a la que se pueden subir textos. Había borrado este episodio de mi memoria hasta que en un embotellamiento en la avenida Corrientes la música de In a Silent Way de Miles Davis y el espectáculo (tan naturalizado que lo perdemos de vista) de las luces de neón de la ciudad se conjugaron en una epifanía. Recordé aquello de "Imagen de jazz", la presencia de Luca Prodan en el estudio, la voz tan particular de Tom. El tiempo del embotellamiento, recién caída la noche porteña, devino meditación a bordo de un ómnibus 124. "Esta ciudad está hecha de luces", pensé, como en la letra de la mecánica "Neon lights" de los alemanes Kraftwerk.
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"Shhh peaceful" (Shhh despacio). Así le pusó Miles Davis a la apertura de "In a silent way" cuando se editó hace, esta semana, cincuenta años exactos. Todo lo que toca su octeto eléctrico aquí parece estar puesto, pues, en función del silencio, de un dinamismo que quiere ser pura quietud. Con In a Silent Way, Miles puso proa a su período de fusión, incorporando métricas, instrumentos y timbres que le habían sido ajenos al jazz. Todo lo que se toca ahí es un espejismo de sonido que abrió la puerta a lo que hoy llamamos "ambient": una música que pasa desapercibida y se acopla a la sonoridad ambiente. En 1966, tres años antes, Susan Sontag había escrito en Contra la interpretación: "Todas las condiciones de la vida moderna—su abundancia material, su exagerado abigarramiento—se conjugan para embotar nuestras facultades sensoriales. Lo que importa ahora es recuperar nuestros sentidos. Debemos aprender a ver más, a oir más, a sentir más. Nuestra misión no consiste en percibir en una obra de arte la mayor cantidad posible de contenido (…) Nuestra misión consiste en reducir el contenido para lograr ver la cosa en sí". Esa idea de Sontag podía aplicarse sobre las obras con neones que Dan Flavin venía produciendo desde 1963 y sobre el Miles Davis eléctrico de In a Silent Way: héroes del arte ambiente. Frente a la avalancha de estímulos: reducción, recogimiento. Frente al automatismo de la selfie, en la jungla de la hiperconectividad, la luz espiritual del Rey Neón.
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