Alta Fidelidad: Ojos de video tape y cara de Instagram
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Un dialogo de Historia de un matrimonio (Netflix), la sobrevalorada versión 2.0 de Kramer vs Kramer, resume en una ráfaga el estado corriente de la cultura pop. Ante la inminencia de Halloween, los recién separados Charlie (Adam Driver) y Nicole (Scarlet Johansson) se cruzan en la puerta del departamento de él.
–¿Station to Station?—pregunta Charlie, el director de teatro.
–Nah, ¡Let’s Dance!—le contesta Nicole, la actriz, con cierto fastidio.
Para entender el chiste hay que tener clara la incesante metamorfosis de David Bowie, así como un devoto cristiano entiende sobre las estaciones del vía crucis. Station to Station es un disco de Bowie de 1976 y lo que Charlie creyó ver en Nicole era el "Thin White Duke" (el Duque Blanco), alter ego del performer inglés en ese álbum. Pero no. Nicole se había disfrazado de Let’s Dance, que es otro álbum de Bowie de 1983. Uno que le dio su primer hit masivo en los Estados Unidos con un look de yuppie en las antípodas del marciano alienígena que cautivó a Londres en los 70. Moraleja: como la consabida calabaza o los esperpentos góticos, las etapas de Bowie (antes manifiestos estéticos) pueden intercambiarse ahora para salir a preguntar "¿Dulce o truco?" en la noche de brujas. Disfraces de padres (en otra escena toda la familia viste de Beatles circa Sargeant Pepper) pos generación X para hijos de la generación Z (centennials).
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Con pocos meses de diferencia al Let’s Dance de Bowie, Charly García grabó en New York una balada llamada "Ojos de video tape" para un disco bisagra de su carrera solista: Clics Modernos. Al piano, la voz casi susurrada, ese García que enterraba al largirucho folk cantaba: "No tengo agua caliente en el calefón, no tengo que escribir canciones de amor/No ves que espero resucitar mientras miras esos ojos de video tape". García, agudo, entendía que una tecnología como la del VHS o el Beta Cam cambiaban la forma de mirar, como antes lo habían hecho el cine o la televisión. Al Bowie yuppie de Let’s Dance (con ese video extraño filmado en Carinda, un pueblo aislado en el desierto australiano) lo veíamos en video tape y aquella imagen está impregnada por el grano de esa tecnología. Ahora está en el cuerpo de una mujer bellísima a la que podemos ver en streaming, cada vez que nos venga en gana. ¿Tenemos ojos de Netflix, Charly?
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"Herramientas potentes para un aspecto alucinante" promete la app FaceTune apenas se la instala en el celular. Parte de la declinación de lo que conocimos como cultura pop está en su exasperante desfile de aniversarios, reediciones y una memorabilia hecha a medida de un mercado del pasado perfecto (de eso habla también la citada escena de Historia de un matrimonio). Sin embargo casi nadie repara en que Instagram, la red social más influyente en nuestra cultura visual, cumplió diez años en octubre, marcando la segunda década del siglo XXI. Al punto que hace pocos días la revista The New Yorker definió en un artículo de Jia Tolentino que esta época, hoy, es la "Era de la cara de Instagram". Apps como FaceTune, explica la autora, la propia mecánica de la red social y una explotación casi cotidiana del botox y formas popularizadas de cirugía plástica están poniendo frente al espejo un rostro homogéneo y cyborg. Así como las estrellas de cine y de rock (Marilyn, Elvis, Bowie) imponían un look, hoy, tecnología digital mediante, hay una cara promedio como la de Kim Kardashian West o la modelo Bella Hadid. El New Yorker señala que a través de aplicaciones como FaceTune se está adelantando en Instagram una cara (norte)americana promedio del año 2050. Distintivamente blanca pero de una etnicidad ambigua: "Estamos hablando de un tono de piel excesivamente bronceado; una influencia del sudeste asiático en las cejas y la forma de los ojos; una influencia afroamericana en los labios; caucásica en la nariz y una estructura en las mejillas que puede relacionarse con nativos americanos y de medio oriente". Cualquier usuario de Instagram deviene en su propio cirujano plástico perfeccionando los ángulos de su rostro a la medida de otro, que pareciera estar siendo determinado por un algoritmo. Con ojos de video tape corríamos a vestirnos y peinarnos como las estrellas (¡Qué linda es Scarlet vestida de Bowie!); con esta cara de Instagram soñamos despiertos una pesadilla de lo que alguna vez llamamos ciencia ficción. En el futuro todos seremos casi iguales durante quince minutos.