Alta Fidelidad. Piazzolla y Robert Johnson: teoría de los dos demonios
Uno de los momentos más enigmáticos del documental Los años del tiburón (de asistencia o-bli-ga-to-ria en el cine de Malba hasta fin de este mes) es cuando Daniel, el hijo de Astor y narrador del filme, relata una escena insólita en el pasillo del sanatorio donde Piazzolla estaba internado. Cuenta Daniel, la expresión de asombro intacta tantos años después, que de la nada salió de la habitación de su padre un desconocido a quien cruzó en el pasillo. Este le dijo entonces, palabras más palabras menos, que Piazzolla había hecho, antes, joven, un pacto con el diablo. "A cambio le fue dado el talento para revolucionar la música; ahora el diablo se está cobrando su parte". Daniel Piazzolla se quedó sin palabras viendo como el desconocido se perdía en el pasillo mientras, en la habitación, Astor luchaba por recuperarse de un infarto cerebral que lo había dejado postrado. Dice Daniel, en el documental de Daniel Rosenfeld, que nunca más supo ni volvió a ver a esa persona.
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Con apenas dos fotos, Brian Oakes se las arregla para reponer en la era del streaming la leyenda del mito fundador del blues moderno. "Remastered: la encrucijada del diablo" (Netflix) intenta, con dificultad, armar el rompecabezas de Robert Johnson, aquel del que se ha dicho y escrito que veramente hizo un pacto con el diablo en una encrucijada rural del sur profundo de Estados Unidos a cambio de obtener un talento extraordinario para tocar la guitarra y cantar los blues. De Johnson desconocemos fecha real de nacimiento (su hermanastra Carrie sugirió que fue el 8 de mayo de 1911) y si bien su muerte está fechada el 16 de agosto de 1938 su presunto cuerpo está repartido en tres tumbas distintas en Greenwood, Misisipi. Para complejizar aún más su retrato se cree que Johnson no descansa en ninguna de ellas sino que lo enterraron bajo un árbol al lado del cruce entre las carreteras 61 y 49. Su muerte se registró con 27 años y desde entonces ese número selló la tragedia pop: Brian Jones, Jim Morrison, Jimi Hendrix, Janis Joplin, Kurt Cobain, Amy Winehouse.
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Para los bluesman, Robert Johnson es como Gardel. El (más) morocho del Delta se asemeja al del Abasto en esa foto donde lo vemos engalanado de traje y sombrero. Pero mientras Gardel afianzaba su proyecto de visibilidad internacional desde la moderna New York, Johnson, en la América rural, desaparecía de la vista de todos para volver convertido en el mejor guitarrista de blues que hubiera pisado Misisipi. El bluesman sobrevivió un par de años al accidente de Medellín donde se terminó el cantante Gardel y empezó el mito Gardel y entre 1936 y 1937 dejó un puñado de blues grabados, cuyos inspirados versos abonaron la teoría diabólica. "Entierren mi cuerpo junto a la carretera, para que mi viejo y malvado espíritu pueda subirse a autobús de la Greyhound y viajar", decía en "Me and the devil blues". Después de su muerte, durante un festival en el Carnegie Hall de New York, Johnson se consagró de la forma más extraña, en ausencia. Los organizadores del evento lo incluyeron en el programa entre números vivos y a la hora de la presentación ubicaron en el centro del escenario una vitrola iluminada por un haz de luz. Johnson, grabado, cantó para un público extasiado y terminó por hacer cierto aquello de que la fonografía había nacido como una forma de atrapar la voz de los fantasmas. El diablo ya se había cobrado el pacto y Johnson, como Gardel, empezaba a cantar (cada día) mejor una vez muerto.
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Concierto de tango en el Philarmonic Hall se llama el disco donde Astor Piazzolla incluyó su trepidante serie del diablo. Tres astortangos en línea: "Tango diablo", "Romance del diablo" y "Vayamos al diablo". Fechado en 1965, es el primer disco del Quinteto de Piazzolla que contiene material propio en su totalidad pero, ay, es falso. Ni la serie diabólica ni el resto de los astortangos fueron tocados en un concierto ni tampoco ese concierto sucedió en el Philarmonic Hall de New York sino que se grabó en el colegio Pestalozzi de Buenos Aires. Parece la escena invertida del concierto pos mortem de Robert Johnson en el Carnegie Hall, también de New York. Eso que llaman el diablo, entonces, pareciera consagrar sus pactos en la ciudad de los rascacielos donde el muy joven Piazzolla conoció a Gardel (¿no es un momento mágico del siglo XX argentino?) en el mismo momento en el que Johson intentaba hacer pie en los bares de Greenwood, Misisipi. Hasta que según la leyenda se lo tragó la tierra y volvió hecho un demonio del blues. De Piazzolla, en cambio, sabemos casi todo. Excepto la identidad del mensajero que aseguró en el pasillo de un sanatorio el pacto por el cual el tango se transformó en otra cosa: el sonido que mejor expresa el infierno de la ciudad porteña.