Alta fidelidad. Un remolino mezcla los besos y la ausencia
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La imagen que ilustra esta columna pertenece a una obra estrenada en 1966 el Instituto Di Tella que se llamó La Fiesta Hoy. Fue tomada por Leone Sonnino, entonces y todavía pareja de la bailarina Ana Kamien quien diseñó el espectáculo dividido en varios sketches influídos por la cultura pop junto a su socia Marilú Marini. Lo que se ve es la foto del gabinete de uno de los osciladores del Laboratorio de Música Electrónica proyectada en tamaño gigante contra la pared de la sala que dirigía Roberto Villanueva. Esta imagen, en el momento en que el fotógrafo disparó el click, tenía sonido. Se trataba de un collage de música concreta compuesto por Miguel Angel Rondano que se ha perdido entre los fantasmas del lugar cerrado hacia junio de 1970. Ese sonido no está más en el mundo, no se lo puede reproducir, forma parte del silencio que todo lo envuelve. La escena de amor influída por la estética de la carrera espacial se quedó muda para siempre.
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El primer día del año mi vecino más inmediato dejó la puerta de su departamento abierta y lo convirtió en una radio o una playlist. Nada escandaloso, el volumen era soportable, pero no podía evitar distraerme escuchando sus selecciones. En un silencio quedó flotando un piano que me impulsó a salir al pasillo. Salí un segundo y capturé una melodía de pocas notas seguida de una voz de textura radiofónica superpuesta. Mi memoria registró la melodía pero en el momento no pude relacionarla con nada conocido. Esa noche me costó dormirme perturbado por el olvido: no había shazam (la aplicación que reconoce músicas) posible para mí. Desperté murmurando la melodía, escuchando la voz que parloteaba en inglés sobre el piano, pero sin saber dónde buscarla entre 3000 mil cedés, 250 vinilos o las plataformas de streaming. Por la mañana crucé a mi vecino y le pregunté por esa música. Señalé un horario para ayudarlo a recordar su pasada del día anterior pero no sirvió de mucho. Me dijo que probara con una pieza del jazzista Art Blakey pero fue inútil. Se convirtió en una tortura: no poder identificar una música que estoy seguro haber escuchado y, peor aún, que creo tener entre mis objetos sonoros. No, no hay google ni motor de búsqueda que pueda rescatarme. Antes, escuchaba por años canciones en la radio que podía cantar sin saber de que artista eran. Pero fueron cayendo de a una. La última gran conquista fue “Sister Golden Hair” del dúo América que siempre sonaba de súbito (en un taxi, en un bar) después del anuncio del locutor. Hasta que una noche, como una extraña mariposa tropical, pude al fin atraparla. Esto es lo contrario: una música conocida que se me perdió, como el unicornio aquel del trovador cubano. Amnesia musical.
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Casi al mismo tiempo, reencontré la canción “You and I” del grupo estadounidense Wilco. Fue mientras miraba la serie Love, una comedia romántica de Judd Appatow. La tengo entre mis cosas desde 2009, cuando se editó el álbum que la contiene, pero nunca había resultado tan oportuna como en esta primera semana de 2021. Su melodía sencilla y apabullante se instaló como una urgencia (de veras necesito escucharla una y otra vez) y su letra como una oración en medio de un duelo amoroso. Nunca le había prestado atención y ahora recito de memoria alguna de sus estrofas. Es curioso, donde debería intentar olvidar (aquello de “procuro olvidarte”) la preciosa canción que cantan Jeff Tweddy y Feist no hace más que recordarme todo lo que se perdió en una noche (ella). En tanto, mi mente revuelve, googlea, sin ningún resultado. Al momento de escribir estas líneas sigo sin saber donde poder escuchar ese fragmento de piano con una voz de textura radiofónica intercalada. De seguir todo así pasará, al menos para mí, a formar parte del mismo silencio donde fue a parar la música de La Fiesta Hoy. En tanto la música que puedo escuchar y la que no conviven en la paradoja de querer olvidar y recordar todo el tiempo y lo mismo al contrario. Es eso, aquello, imborrable: un remolino mezcla los besos y la ausencia, imágenes paganas se desnudan en sueños.
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(Ahora es mi vecino el que quiere saber cuál es esa música que me intriga tanto. Me pidió que cuando la recuerde, la recupere, le deje un papel por debajo de la puerta con nombre, autor e intérprete).