LA NACION LINE publica la entrevista completa con José Saramago. "Antes el burócrata típico era un pobre diablo, hoy registra todo"
El escritor portugués dijo que Kafka y Orwell se quedaron cortos con sus profecías
Llegó antes de lo previsto. A solas con su alma y con su suerte. Ni sus editores locales lo esperaban tan temprano. El domingo a la tarde, el Premio Nobel de Literatura 1998, José Saramago, desembarcó en Ezeiza, procedente de Brasil. Ajeno al acoso de taxistas y remisseros, se las ingenió para llegar a su hotel. El reconocido escritor portugués, de 78 años, residente en la isla de Lanzarote, llegó para presentar su reciente novela, "La caverna", un alegato conmovedor sobre la deshumanización de la sociedad de fin de milenio.
Saramago cierra así una "trilogía involuntaria" que comenzó con una obra maestra, "Ensayo sobre la ceguera", y se prolongó en "Todos los nombres". Hoy firmará ejemplares de su obra en Librerías Fausto, de Galerías Pacífico.
Desde 1998, Alfaguara vendió 170.000 ejemplares de sus libros. "Todos los nombres" tuvo ocho ediciones y "El Evangelio según Jesucristo", nueve.
"La idea de la caverna -dijo ayer el escritor que se proclama comunista y ateo- nació en septiembre de 1997, cuando iba a Lisboa. Vi un cartel que anunciaba la apertura de un gran centro comercial. Tuve la intuición de algo al imaginar una excavación enorme. Al día siguiente, me di cuenta que tenía que ver con el mito de la caverna de Platón (República, Libro VII)."
La caverna es la representación de un mundo simbolizado en un centro comercial, "un sitio público, sin ventanas, con música, movimiento y colores, donde la gente puede encontrarse con seguridad", que acaba "con otro mundo en extinción" encarnado en una familia de alfareros.
Con lucidez y pasión, Saramago ila palabras, enlaza ideas, deleita con su dialéctica, desasosiega con su mirada aguda, conquista con su didáctica, y aborda una vasta gama de asuntos.
Desde los peligros de la globalización, su visita a los presos de La Tablada, sus razones para escribir hasta la necesidad de América latina de ser nuevamente liberada. Más tarde, el autor lusitano matiza la entrevista con La Nacion con sus reflexiones irónicas y críticas.
Donde nacen las palabras
-El centro comercial de su novela me recordó al Gran Hermano de George Orwell. ¿Se cumplieron sus profecías?
-(Sonríe) Las profecías de Orwell, incluso, se quedaron cortas. Igual le pasó a Kafka con su denuncia sobre la burocracia. Ahora estamos en la era de la burocracia total. Antes, el burócrata típico era un pobre diablo. Hoy, está detrás de una computadora que lo registra todo, que coordina todo. Y no podemos dar un paso sin que alguien sepa dónde estamos y qué estamos haciendo. Orwell y Kafka nos avisaron, pero se quedaron cortísimos. Hay algo de esquizofrénico en la forma en que estamos viviendo.
-En "Ensayo sobre la ceguera" usted advertía sobre la necesidad de ver cuando otros dejan de hacerlo...
-(Se anticipa) Ese ver no significa más que comprender y sacar las conclusiones ciertas. Pero estamos entrando en un modo de vivir en que nada cambia. Sí lo hace la tecnología, la actividad científica. Pero todo esto se hace a una velocidad increíble sobre la inoperancia, la inacción, la incapacidad y la insensiblidad de masas humanas extensas. A diario nos dicen: "No pienses, no vale la pena". Todo es una carrera loca hacia el éxito personal a toda costa. No propongo un mundo de angelitos, sino encontrar un modo razonable de vivir juntos. Claro que se puede esperar algo mejor, pero no será para los 6000 millones que vivimos en el mundo. El 46% de la riqueza mundial está concentrada en poco más de 220 corporaciones multinacionales y cada día aparecen nuevas fusiones.
-Usted dice que cuanto más viejo, más libre y más radical. ¿Con quién se identifica?
-Con nadie. Es una postura personal. No puedo evitar ser cada día más viejo. Pero como compensación me siento cada día más libre y más radical. Y espero llegar a los 90, sin Alzheimer y con esta rebelión. Hay en los cementerios unas lápidas donde la gente inscribe: "Aquí yace Fulano...". Yo quiero que en mi mármol diga: "Aquí yace, indignado, José Saramago". Y estaré indignado por dos motivos. Primero, por no estar vivo. Y luego por haber venido a un mundo tan malo y que en lo esencial no ha cambiado. La pregunta que todos deberíamos hacernos es: ¿Qué he hecho yo si nada ha cambiado? Deberíamos vivir más en el desasosiego. El mañana no ocurrirá si no cambiamos el hoy. Como se cuenta en "La caverna", todo lo que llevamos a cuestas en la vida son vísperas y todas esas vísperas, incuyendo la desesperanza y la desilusión, son las que influyen en el mañana. Hay que hacer el trabajo todos los días con las manos, la cabeza, la sensibilidad, con todo.
-¿Por qué leemos?
-Tengo claro que leer no es obligatorio. Es como decir: a todo el mundo tiene que gustarle la música. Si yo le dijera a un chico que bucea, que tiene que leer, él podría contestarme: ¿Sabe usted lo que se ha perdido por no bucear? Y me haría un discurso sobre las maravillas del fondo del mar igual al discurso que yo le haría sobre las maravillas de la literatura. Yo no tuve bibliotecas cuando niño. Venía de una familia de analfabetos. Compré mi primer libro a los 19 años. No se nace lector. Los lectores siempre han sido una minoría y leen porque necesitan hacerlo sencillamente. Se perdió lo de la lectura en voz alta y el vocabulario se reduce cada vez más. La gente hoy se comunica con 500 palabra. El mundo está lleno de analfabetos funcionales que no saben organizar sus razonamientos.
-Usted ha dicho que su abuelo fue el hombre más sabio que conoció. ¿Es la sabiduría una condición del espíritu?
-En primer lugar es el cuerpo una condición del espíritu. No sé qué es el espíritu. En qué momento entró el espíritu en el cuerpo, eso yo no lo sé. La sabiduría no sólo viene de la experiencia o con los conocimientos que uno acumula.Tiene que ver con una armonía, que no es pasividad. Es pertenecer al mundo, tener la conciencia de pertenecer a la vida y de ser parte del Universo. Y, en el fondo, intentar ser bueno. Le contaré algo personal: yo hablo de mis abuelos y así siguen vivos. En mi relación con la vida, ellos están. A mis 78 años, sigo siendo el nieto de mis abuelos.
-Según usted en el corazón de cada lector vive un Quijote. ¿Puede explicarlo?
-Que el Quijote ha sido una representación premonitoria del hombre moderno se está terminando. Ya no hay más Quijote. Se acabó. Hay una revolución tecnológica y científica que lo está cambiando todo, comenzando por la mentalidad, que es el cambio más drástico. En el futuro tendremos una cabeza, dos brazos, dos piernas, pero el cambio será dentro de la cabeza. Esto es: qué sentido tendrá para nosotros el otro, qué sentido tendrá la vida, a qué llamaremos sociedad humana cuando ya somos 6000 millones de personas. ¿Podrá existir una solidaridad que nos acerque los unos a los otros? Yo sigo diciendo que la globalización económica, aunque no lo parezca, es una nueva forma de totalitarismo y que el poder económico, el poder real, no es democrático.
-Umberto Eco habla sobre el poder inmaterial de la literatura. ¿Cree que, en su caso, ha servido para que el mundo sepa cómo piensa Saramago?
-No estoy de acuerdo con eso del poder inmaterial de la literatura, porque si no se transmite a través del libro no llega a ninguna parte. Si existiera, no podría ser diferente al de la pintura o la música. Por otra parte, las tiradas de un libro de poesía o de teatro en relación con el país donde se publican son de mil ejemplares. Eso significa que hay un grupo de personas reunidos en una pequeña tribu alrededor del libro. Eso influye en algo, pero ¿es duradero? ¿entra para quedarse? En el fondo es un encuentro sentimental. En resumen, el poder inmaterial de la literatura no ha servido para cambiar el mundo.
-¿Por qué no accedió nunca a que se filmara una película sobre alguno de sus libros?
-Porque seguramente harían algo muy distinto. Y además tengo algo muy claro: no quiero ver las caras de mis personajes.
-Plantea usted la insurrección ética. ¿Cómo se llega?
-No lo sé. El mundo necesita una forma distinta de entender las relaciones humanas y eso es lo que llamo la insurrección ética. Uno tiene que plantearse: ¿Qué estoy haciendo yo en este mundo? La idea del respeto al otro como parte de la propia conciencia, podría cambiar algo en el mundo.
-Usted ha dicho que "vivimos para decir quiénes somos". ¿Quién es usted?
-(Sonríe con picardía) En el fondo, esa es una de las frases que los escritores producimos y cuando nos piden explicaciones no sabemos cómo salir. Vivimos para intentar decir quiénes somos. Recuerdo la frase de Albert Camus: "Si quieres ser reconocido, no tienes más que decir quién eres". Creo que no sabemos quienes somos. Lo que uno hace, en el fondo, es mucho más importante que lo que uno sabe sobre sí mismo.
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