Asuntos familiares
Un cincuentón chileno, salido de su tercer divorcio, viaja a París para visitar a su hijo del primer matrimonio, veinteañero radicado allí, y conocer a su reciente y sorpresiva nuera, bella paquistaní educada en San Francisco. La acción se ubica a fines de 1995, cuando está por comenzar en Francia una huelga amplia y prolongada, que despertará asociaciones con hechos acaecidos allí mismo en mayo del 68. El hijo, que trabaja para la televisión, prepara un documental sobre Bulteau, dirigente comunista que en 1968 se opuso a las revueltas por considerarlas más libertinas que libertarias. Al padre, a su vez, los hechos le traerán sus propias resonancias, las del Chile en que él era un estudiante e intelectual, antes de convertirse en empresario inmobiliario.
Salvo por una nota final del hijo, la narración, mezcla de diario y relato de viaje, está en boca del padre, que incorpora cada tanto al relato transcripciones de escenas ya filmadas del documental, que él mira a escondidas. El eje central del conflicto son las relaciones padre-hijo, pero éstas toman diversas caras. Por un lado, la del arrebato erótico que el empresario experimenta desde que ve por primera vez a su nuera, sin saber aún quién es ella (saberlo sólo avivará la llama). Por el otro, la de su reencuentro con el hijo y con viejos amigos, así como la confrontación con hechos políticos que, aunque nuevos, no cesan de reverberar hacia el pasado. En ambos aspectos, que se yuxtaponen, alienta sin cesar el cotejo entre juventud y madurez, entre proyectos de llegar a ser y realidades que han sido y son, entre reconocimiento e hipocresía escapista.
Dos potenciales problemas están resueltos con astucia: el del tipo de castellano empleado y el de la transcripción en castellano de diálogos que se suponen hablados en francés. El hombre, su primera esposa y el hijo niño han convivido un tiempo en España con una pareja de argentinos; la superposición de lugares de residencia e intercambios amistosos y eróticos han dejado, en padre e hijo, un castellano cuyas características, según aquél mismo manifiesta (y la escritura muestra), nadie atina a identificar con un sitio determinado. Por lo demás, los diálogos con viejos amigos residentes en París, dos chilenos y una argentina, abren la puerta a modismos de ambas procedencias. En cuanto a la versión castellana de los diálogos en francés, breves frases o palabras sueltas en el idioma original y dificultades prácticas de comprensión permiten aquí y allá la emergencia de la cuestión como problema. La cuestión está más claramente zanjada no lejos del inicio, cuando el padre asiste a una filmación del hijo y relata lo que logra entender y lo que no.
Gonzalo Garcés (Buenos Aires, 1974) estudió en esta ciudad y luego en París, donde vive actualmente. Ya había dado a conocer dos novelas: Diciembre (1997) y Los impacientes , premio Biblioteca Breve Seix Barral 2000. Pese a que su edad lo aproxima mucho más al hijo que al padre de El futuro , no sólo es el segundo quien tiene a cargo la narración, y muy convincentemente, sino que el muchacho permanece a lo largo de todo el relato para su progenitor -y también para el lector- como un enigma algo desdibujado, incluso cuando estalla la crisis entre ellos. Por su parte el narrador, más maduro en años que en conducta, se expresa casi siempre con una inteligencia desastrada, nada exhibicionista, rebosante de carisma. Apenas cabría objetarle que, puesto a escribir, abuse un poco de las bastardillas enfáticas.
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