Bajo una mirada mordaz
EL GRAN SI... Por Mark Costello-(Seix Barral)-Trad.: Damián Alou-488 páginas-($ 39,90)
Hace aproximadamente una década, Raymond Carver se había erigido en el espejo en que todo joven escritor americano ansiaba reflejarse; hoy, ese lugar totémico lo ocupa sin discusión Don DeLillo. Como Jonathan Franzen o David Foster Wallace, Mark Costello (Winchester, Massachusetts, 1962) ha sido saludado por la crítica como un vástago más de esa progenie de discípulos del autor de Submundo, empeñada en penetrar el meollo de la idiosincrasia americana mediante la autopsia de sus miedos y paranoias, mediante la desmitificación de sus baluartes más corrompidos y la sátira de sus costumbres más arraigadas. En El gran si... no descubrimos, desde luego, la ambición que animaba Las correcciones, la gran saga tragicómica de Franzen, o La broma infinita, la utopía desquiciada de Foster Wallace; digamos que Costello no se ha propuesto aún apabullar al lector con uno de esos mamotretos que aspiran a contener el caos multiforme del mundo. Su propósito, mucho más modesto, consiste en servirse de los resortes de un género convencional -el thriller- para después desdeñarlos y ceñirse a la introspección de personajes; pero Costello aborda su empeño con una mirada mordaz, desaforadamente sarcástica, que emparienta El gran si... con las obras mencionadas.
Se alternan en esta novela dos líneas narrativas: por un lado, la peripecia de un grupo de agentes del Servicio Secreto que acompañan al vicepresidente de los Estados Unidos en su campaña electoral por New Hampshire, de donde la protagonista Vi Asplund (si es que alguien ostenta el protagonismo en esta novela de vidas cruzadas) es oriunda; por otro, las vicisitudes de un equipo de programadores de software, embarcados en la confección de un juego bélico para internautas, entre los que se cuenta Jens, el hermano de Vi. Hacia el final, ambas líneas narrativas confluyen en un desenlace un tanto forzado; pero lo que importa en El gran si... no es tanto su resolución argumental (ya dijimos que Costello utiliza y parodia algunos clichés genéricos), como la meticulosa y muy documentada descripción de los ambientes profesionales en los que se desenvuelven sus personajes y, sobre todo, el estudio de sus obsesiones y frustraciones íntimas, de su maltrecho bagaje vital, de su cotidianidad siempre asediada (y de ahí el título de la novela, que es también el nombre de la empresa en la que trabaja Jens) por el augurio de una catástrofe. El gran si... es, a la postre, una novela sobre el sentimiento de desamparo y la premonición del riesgo, sobre la necesidad de proteger nuestro desvalimiento en un mundo erizado de peligros en el que, tarde o temprano, por mero cálculo algorítmico, acabará sobreviniendo el desastre.
Como DeLillo, Costello está fascinado por el funcionamiento de las organizaciones secretas, por esa nueva forma de masonería que fomentan los avances tecnológicos, por las jergas esotéricas que emplean los agentes del gobierno y los programadores. Esta fascinación, teñida siempre de un humor corrosivo, depara pasajes tan hilarantes (pero la risa nace entreverada de cierto vértigo u horror) como el dedicado a las actividades del agente Lloyd Felker, encargado de urdir los más rocambolescos complots y planes de magnicidio, aprovechando las fallas que detecta en los sistemas de seguridad; fallas que sus compañeros analistas han de subsanar mediante contraplanes que Felker, a su vez, pone en solfa con contra-contraplanes, y así hasta el infinito. [...] Sobre esta visión del mundo concebido como una infinita urdimbre de azares funestos, se desenvuelve la existencia de un puñado de personajes que ramifican la novela en tramas afluentes. Quizá éste sea el mérito más notorio de la novela; también, en cierto modo, su debilidad. Pues, en su afán por ofrecer un mosaico de vidas escindidas entre un trabajo que les exige máxima dedicación y unas preocupaciones cotidianas que han de descuidar, Costello logra penetrantes retratos humanos, pero también algún desdibujado esbozo que no acierta a concretarse.  A veces, esta tendencia al bosquejo depara resultados satisfactorios (por ejemplo, en la figura del vicepresidente, auténtico epicentro de la novela, que Costello nos escamotea adrede, para convertirla en una especie de agujero negro e innominado en torno al cual giran, como nerviosos satélites, los demás personajes), pero en ocasiones provoca cierta frustración en el lector, que no puede sustraerse a la impresión de hallarse ante una obra que no ha sabido entretejer del todo sus mimbres.
Estos reparos no afectan, sin embargo, la intención satírica del libro, plenamente lograda. [...] Costello afila sus ironías cuando describe la organización de las campañas electorales o -y aquí la influencia de El día de la independencia de Richard Ford resulta evidente- el frenesí inmobiliario de los nuevos ricos que demandan mansiones con "ornamentación griega" y "cava de puros con conexión a Internet". La novela está salpimentada, de principio a fin, de situaciones donde lo grotesco y lo patético logran una amalgama desternillante. [...]
Los personajes de El gran si... constituyen la mejor alegoría de la sociedad americana, que vive atenazada por asechanzas ubicuas, amedrentada por miedos sin rostro, incapaz de conciliar el sueño, incapaz siquiera de cerrar los párpados.