Breves crónicas del azar cotidiano
CREIA QUE MI PADREERA DIOS Edición de Paul Auster-(Anagrama)-Trad.: Cecilia Ceriani-528 páginas-($ 33)
Cansado de que le criticaran el recurso a las coincidencias extraordinarias en sus ficciones, Paul Auster encontró una buena ocasión para responder con pruebas de que lo extraordinario es más ordinario de lo que parece y se cruza en el camino de todos. La Radio Pública Nacional de Estados Unidos le ofreció leer cuentos de su autoría y él, por sugerencia de su esposa y también escritora Siri Hustvedt, hizo la contraoferta, que le fue aceptada, de invitar a los oyentes a que enviaran sus propios "relatos ... verídicos y breves, ... historias (que) rompieran nuestros esquemas, ... anécdotas que revelasen las fuerzas desconocidas y misteriosas que intervienen en nuestras vidas". En un año recibió más de cuatro mil, de los que seleccionó ciento ochenta para este volumen.
La edición está bien cuidada y se deja leer con agrado. Las "crónicas", según las llama con acierto Auster, ocupan entre unos pocos renglones y diez páginas, con un promedio de entre dos y tres páginas. Están prolijamente clasificadas en diez categorías: Animales, Objetos, Familias, Disparates, Extraños, Guerra, Amor, Muerte, Sueños y Meditaciones. Los temas van de la emoción a la sonrisa, de la Guerra de Secesión a la de Vietnam, de la ciudad al campo, de la juventud a la vejez. Mujeres y varones en políticamente correctas partes iguales, tonos diferentes de la intención informativa. En la mayoría de los casos se narran coincidencias extraordinarias: un objeto perdido durante una mudanza entre dos ciudades que reaparece en una tercera; alguien que confunde dos veces a una misma persona con otra pero a un año y varios miles de kilómetros de distancia; sueños con la muerte de un ser querido en el mismo momento en que ocurre, y variantes de ese esquema.
En general son anécdotas como las que cualquiera tiene para contar de sí mismo, de familiares o de amigos, o ha oído contar a su alrededor. Pero si en la cotidianidad tales anécdotas suelen ser como perlas que brillan en un perpetuo collar de opacas piedras rutinarias, aquí, separadas de sus contextos y unidas en sarta, mantienen de cabo a rabo la ilusión de un carácter extraordinario permanente, un efecto no del todo ajeno a la literatura, aunque no pretendan serlo. Bien lo define el propio Auster en su prólogo: "Sólo una pequeña parte... se asemeja a algo que podríamos calificar de Ôliteratura´. Porque este libro es otra cosa". Es la bien editada puesta en papel de un programa de radio donde ciento ochenta personas cuentan una tras otra un hecho singular de sus vidas o las de sus allegados. Singularidad que, por lo demás, no necesariamente está en el hecho mismo: para quien tiene por oficio limpiar escenas de crímenes, por ejemplo, un charco de sangre con trozos de cerebro es algo cotidiano. Y sin embargo siempre habrá un día percibido como distinto, y el deseo de contar eso, y el probable placer de oírlo o de leerlo.
Creía que mi padre... comenzó a distribuirse en Argentina en coincidencia con la reciente visita estelar de Auster a la Feria del Libro de Buenos Aires, en estos tiempos de vacas y libros flacos (que, por una coincidencia "austeriana", se exponen en el mismo predio). La traducción es fluida y no abunda en españolismos.