Cecil Taylor busca a Aira
Cuando, hace unos días, el joven pianista argentino de jazz Alan Zimmerman estuvo en Nueva York, decidió, entre otras actividades, ir a escuchar al grupo de la pianista Geri Allen. Durante el concierto, notó que mucha gente, casi todo el público del local, saludaba a un hombre mayor, con aspecto de "padrino" italiano según su descripción, sentado justo detrás de él. El hecho de que no reconociera en ese hombre a Cecil Taylor, uno de los pianistas más radicales de la historia del jazz, un verdadero héroe del género, no debería sorprender a nadie: a los ochenta años, Taylor, o por lo menos su aspecto, está lejos de la electricidad prestigiosa de la década del 60, e incluso de la del 80, cuando tocó "Pontos Cantados" en el concierto de reapertura del sello Blue Note.
Terminado el show, Zimmerman se sacó una foto con él y le preguntó vagamente, sin expectativa, por la posibilidad de tomar alguna clase. Inmediatamente, Taylor le respondió, pero dirigiéndose a Geri Allen. "Give my number to this man" [Dale mi número], ordenó. "Te vas de acá con un premio", le comentó después la pianista. "No es fácil conseguir el número de Cecil." Hubo luego postergaciones, encuentros y desencuentros telefónicos. Alan tenía que volver a Buenos Aires dos días después y nunca llegó a tomar la clase prometida. Pero en la última conversación hablaron de libros y lecturas. Siempre se supo que, además de escribir muy bien -ahí están para probarlo las liner notes de algunos de sus discos-, Taylor es, como era Lennie Tristano, un lector ansioso e imparcial cuyos intereses van de la literatura a la astronomía (de hecho, está leyendo en este momento un libro "sobre el cosmos"). Alan le mencionó entonces "Cecil Taylor", el cuento de César Aira, posiblemente uno de los textos más logrados que se haya escrito en lengua española sobre un músico. Previsiblemente, Taylor ignoraba por completo la existencia de ese cuento y dijo que quería leerlo, pidió por favor que se lo mandaran traducido a su casa.
En primera instancia, el propósito de esta columna era simplemente contar la pequeña historia de un interés mutuo, distante y sucesivo (primero, hacia fines de 1980, el del Aira por Taylor, ahora el de Taylor por Aira) pero también quizás alentar, de manera un poco apremiante, a algún traductor intrépido y ocioso, dispuesto a que su misión de truchimán propicie el encuentro entre escritor y personaje.