Cheque en blanco: un paseo de compras con Marcos López
El artista recorrió BAPhoto y eligió las diez obras que se llevaría si pudiera
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Puede ser un contrasentido tentar con un “cheque en blanco” en B.A Photo a un ojo consagrado como el de Marcos López para precipitarlo en el coleccionismo en una feria caleidoscópica y compacta, como la que hasta mañana se exhibe en La Rural. El creador del “pop latino” es un hombre desapegado de lo material. Ni siquiera ha intercambiado obras con colegas. Es como si su placer contemplativo tuviera una naturaleza fugaz , definitiva, similar al instante en que decide apretar el obturador y grabar la imagen en las retinas.
También es arduo tentarlo por su actual relación pendular—a veces de tedio, otras de revigorizada pasión, jamás de desdén— con la fotografía, la disciplina que a los 18 años lo expulsó de su Santa Fe natal y que ahora, 40 años después, lo ha re direccionado hacia una indagación multidisciplinaria del hecho artístico, y en ese giro, a un arrobamiento con la pintura y con la imagen en movimiento. Sobre todo a través de Facebook, reservorio de ensayos para un próximo libro de autor donde su Hasselblad y su Canon mutan por la instantaneidad de un Iphone 6.
“La foto me aburrió porque me sale bien. Lo que me genera adrenalina ahora es copiar a Rómulo Macció, lo cual es un absurdo, pero siempre tuve una secreta envidia con la pintura”, releva López, durante una impuesta estampida compradora de las diez mejores imágenes de la feria.
Pero si López es un manantial de sorpresas, de gusto ecléctico y poca impulsividad a la hora de “comprar”, ello quizá se deba a que ha sido testigo del “clímax de expresividad artística alcanzado por la fotografía después de William Eglesston y Diane Arbus”. A ello se suma una “sobreoferta colosal en la que hoy es difícil separar la paja del trigo”, según admite. Pero, como un mecenas decidido a crear la mejor colección posible, se acicatea con la ilusión de poder donar (hipotéticamente, claro) un corpus enjundioso de imágenes cuyo destino no podrá ser otro—dice—que el Museo Nacional de Bellas Artes.
Su primera elección es “María”, un retrato femenino blanco y negro, del `79, de Humberto Rivas, en Rolf Art. “•Esta es una de las grandes imágenes de la fotografía latinoamericana: austeridad formal, síntesis y al ser Rivas un maestro en ésa gramática, elijo el retrato vintage de su compañera de toda la vida”, justifica.
La obra del argentino, catalán por adopción, no está numerada dado que entonces—confía el artista— “la fotografía no había fraguado su pacto con diablo (el mercado), de ir en contra de su propia naturaleza de reproductibilidad para numerar las copias”.
Aunque de no haber sido por esa misma alianza mercantil difícilmente “Asado en Mendiolaza”, de 2001, una de las imágenes icónicas de López, hubiera alcanzado para el primer comprador de esa foto la cifra de US$ 50.000 de reventa años después. ¿Lógica diabólica o ley de Adam Smith?
“Son las reglas de juego. El mercado de arte sólo me interesa para pagar las cuentas”, dijo López, sin obras en la feria, pero con un próximo envío a París Photo con sus trabajos junto a Liliana Maresca.
En Ruth Benzacar, el niño que se hamaca en una plaza, con su rostro colonizado por una miríada de ojos ajenos—obra intervenida y coloreada de Flavia Da Rin—constituyó su segunda adquisición: “Me gusta porque dialoga con elementos de la pintura, lo cual es difícil, pero ella sale airosa”, afirmó.
Otro punto rojo fue para “Berlín”, el libro de edición limitada de Alberto Goldestein, de 2013, que recopila el derrotero flâneur del maestro por la ciudad alemana. “Goldenstein no quiere parecer artista cuando fotografía, es sincero en su forma de abordar lo que capta su atención y eso me reconcilia con la fotografía”, argumentó.
Al momento de ensalzar a un “clásico”, López se detuvo en las imágenes documentales del ítalo-argentino Juan Di Santo (1898-1988), homenajeado de la feria, el ojo precoz que desde los 15 hasta los 78 años registró la actualidad en LA NACIÓN como decano de los reporteros gráficos. El Graf Zeppelín que el 30 de junio de 1934 atraviesa Buenos Aires, imagen capturada desde una azotea, fue otra de las joyas de su colección. “La fotografía documental—afirmó— se potencia al interactuar en una colección de arte contemporáneo y esta imagen, que es un clásico, tiene el valor agregado de que los fotógrafos de entonces no se sentían artistas, aunque él lo fuera”.
En Nora Fisch, las siluetas humanas recortadas a contraluz por Rosana Schoijett—imágenes que la artista tomará en vivo a quien quiera retratarse—, sumaron otro punto rojo. López encomió la técnica pre fotográfica inaugurada por el francés Étienne de Silhouette (1709-1767, ministro de finanzas de Luis XV) como una opción plástica avant la lettre para aquellos que no podían acceder a ser retratados por un pintor.
Las fotos blanco y nego de las vidrieras de la tienda Gath & Chaves, tomadas entre 1946-52 por autores no identificados lo cautivaron. En especial la del maniquí femenino enfundado en tul blanco, secundado por dos cisnes. “Tiene el gesto artístico, la vibración poética propia del paso del tiempo y el registro de la aparición de la nueva burguesía porteña”, juzgó.
Pierre Verger, el francés-bahiano que investigó la diáspora africana en Brasil, capturó en Recife en 1947 la amalgama cultural entre dos marineros—uno blanco y otro negro—compartiendo una cerveza. En la galería paolista Guarnieri, que atesora imágenes antológicas de Mario Cravo Neto, compró la obra.
“Me gusta, me da placer, no tiene más vueltas”, dijo López frente al primerísimo plano de la cara de un caballo castaño engalanado con una cabezada repujada en plata (1996), en la obra de Aldo Sessa. “Si no la donara, la pondría en casa interactuando con una copia original y vitange que tengo del Che Guevara de Korda y al lado de retrato de la Coca Sarli de Annemarie Heinrich”, imaginó.
Tras pasar de largo frente a los retratos de Vargas Llosa, Bioy, Cortázar y Borges, no dudó un instante frente a una imagen emblemática de Alicia D´Amico, en Vasari: El Gato Barbieri desnudo, de espaldas, tocando el saxo (1971). “La belleza plástica, el instrumento como objeto fálico y la transgresión para la época de una mujer ejecutando un desnudo masculino, colocan a D´Amico como la gran pionera que fue”, señaló.
Luego, como un imán, López fue directo a la piscina de David Hockney, en la construcción escenográfica del marplatense Walter Barrios, de regreso en el espacio de Nora Fish. La imagen del splash trasladada a una ambientación de interiores le despertó una sonrisa cómplice, un guiño con su propia obra: López también se ocupó de la célebre piscina del inglés. “La elijo porque hay un tercer layer de cita: está Hockey, está mi obra y el rincón arquitectónico de Barrios. Es un diálogo fecundo que me da alegría”.
Tras poco más de dos horas de maratón compradora López asomó al área de gradas y de vareo de La Rural, observó a un hombre hablando por celular delante de un letrero que rezaba: “1866: Cultivar el suelo es servir a la patria”. Y ahí mismo no pudo ahogar su acto reflejo: extrajo su Iphone para capturar el instante.
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