Chica material
Vida de diva es el nombre de la muestra de fotografía que, por estos días, Luna Paiva exhibe en el Centro Cutural Recoleta. En las imágenes podemos ver a varias vedettes del ambiente repartidas entre algunas muy conocidas y otras no tanto, algunas muy actuales y un icono como Isabel Sarli. En ese título, ese anagrama que va y vuelve de la palabra vida a la palabra diva, se puede descubrir la hipótesis que sustenta a la muestra. Porque si bien esta escritura especular no necesariamente implica una correspondencia entre los términos que la componen y los anagramas son juegos de palabras, en este caso hay un sentido que las conecta. Darles vida a las divas podría ser la interpretación que la autora del libro de fotografía 12 Ficciones (2006) viene a entregar. Que la cámara sople un viento suave y apacible para que, sustraídas del escenario y la "vida famosa", recuperen cierta gestualidad humana.
Pensar la categoría diva en un sentido amplio sin que, necesariamente, todas sus participantes lo sean es tanto una necesidad teórica como estética. Por un lado, ponerla en suspenso: ¿quiénes son estas divas? O mejor: ¿cuándo empezaron a serlo y por cuánto más lo serán? Pero en la generalización "todas son divas" también se evidencia el límite, la fisura, que se ve en los retratos de cuerpo entero. Si bien todas ellas fueron fotografiadas en sus propias casas, las más actuales están con sus diminutas "ropas de trabajo" en el ámbito doméstico. En general unos departamentos apenas amueblados y sin ningún encanto donde se produce un efecto de extrañamiento. Las plumas y los brillos de los cuerpos y la actitud sensual de las miradas se hace añicos contra el parqué y la heladera, entre el armario y los peluches de la vivienda que se adivina de dos ambientes. Como todo desacomodamiento, resulta provocativo y estimulante.
La composición, poco importa si es deliberada o no, evoca cierto encanto kitsch. Concepto que, como se sabe, tiene exceso de bibliografía culta, a pesar de que algunas de sus acepciones lo ubiquen en un lugar degradado, estéticamente dudoso. Sin embargo, una de esas definiciones aquí funcionaría muy bien: es kitsch en el mismo sentido que lo son esos altares domésticos que utilizan materiales baratos que aparentan ser lujosos. En estos escenarios no parece haber pretensión de querer ser otra cosa, sino sólo el gusto de agradar al público. Porque para Mónica, Adabel, Paola, Ximena, todo es exterior. Hasta el propio encierro.
A diferencia de lo anterior, este efecto demoledor, esa domesticación de la vedette, no se registra en la foto de la Coca Sarli. Allí hay un universo abigarrado de colores y texturas. En esa sobresaturación, la imagen central de la Sarli se reproduce en un cuadro de juventud. Ella es otra cosa y por eso está retratada por partida doble: como una reina que se mira al espejo para preguntarse, una vez más, quién es la más linda. O quién es la auténtica.
FICHA.
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