Cien años atrás
El adios al general - Era la hora de la madrugada, de una madrugada de día estival, asomando entre celajes de aurora y rompiendo suavemente las últimas sombras de la noche extinguida. Era la hora de la lucha eterna y eternamente repetida entre la sombra y la luz, de la luz vencedora en ese instante y, sin embargo, condenada á sepultarse más tarde y ser vencida por la sombra. Era el cuadro exacto de la vida y la muerte que se reproducía en angustiosa realidad precisamente en ese mismo instante, ahí en ese dormitorio sobre el cual se volcaban ansiosas y tiernas las miradas de los que, piadosamente, velaban sus últimos átomos de vitalidad; sólo que por una cruel ironía, por una brutal decisión del destino, dentro de aquellas cuatro paredes que ocultaban el cuadro, no era la luz la que triunfaba: era la sombra, la muerte que vencía. El gran patricio agonizaba: el ídolo del pueblo se esfumaba, el glorioso general vencedor en las batallas se iba para siempre al sólo soplo de una caricia helada, el estadista, el patriota, el pensador, el viejo luchador de la patria y por la patria que había resumido en sí toda la gloria y la grandeza de la república, cerraba sus ojos (...) Ahí queda, ahí lo dejamos hace algunas horas, en la severa y suntuosa capilla ardiente levantada en la Casa Rosada. La nación lo recibe de brazos abiertos en esa misma casa desde donde él rigiera los destinos de la república. El pueblo no está satisfecho todavía; quiere volverle á ver. El nuevo desfile se inicia, dura y se prolongará toda la noche. Ahí queda el grande, el virtuoso, el pensador y el soldado, el ídolo de las muchedumbres, el gran ciudadano, el primero en la paz, el primero en la guerra, el primero en el corazón de sus conciudadanos. Ahí queda, glorioso e inmortal, aclamado por la nación y cantado por el poeta: "La muerte es el principio de la vida/ Y un hombre como Mitre nunca muere". Juan Cruz.
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