Con la marca del cine
El próximo viernes, la Biblioteca Argentina LA NACION presentará El beso de la mujer araña , de Manuel Puig
La irrupción de Manuel Puig (1932-1990) en la literatura argentina, a mediados de los años 60 del siglo pasado, fue recibida con entusiasmo por los lectores y con cierto recelo por el establishment literario de la época. Enviado a un importante concurso de novelas, con un jurado irreprochable, su segundo libro, Boquitas pintadas , no mereció el premio porque, en opinión de varios miembros de aquél, se trataba tan sólo de un folletín intrascendente.
Folletín, sí. Pero no intrascendente. Porque Puig se valía de ese género menospreciado, por entonces reducido a las revistas "del corazón", para trazar un cuadro al vitriolo de la sociedad argentina, sus tabúes, sus miedos, sus represiones, su idolatría de la autoridad y su menosprecio de la ley. Pocos críticos vieron la intención satírica del escritor, su honda comprensión de los anhelos y las limitaciones de una clase media que había perdido el rumbo. Allí donde Arlt encontró una resonancia trágica, Puig dibujó una sonrisa por igual sarcástica y comprensiva.
No era fácil admitir a un escritor que declaraba no provenir de la gran literatura sino del cine argentino de los años 30 y 40, del radioteatro, de los consultorios sentimentales de las revistas femeninas, de las confidencias domésticas hilvanadas al compás de la máquina de coser, o de las lánguidas conversaciones de mujeres en la interminable siesta de una pequeña ciudad de provincia cuya única distracción era el cinematógrafo. Tampoco resultaba fácil entender que, a partir de esos materiales cotidianos, el escritor fuese capaz de construir una novela atractiva y vigorosa, de impecable y compleja arquitectura pero con la apariencia simple de un fruto espontáneo y no (como lo era en realidad) de una cuidadosa, a menudo dolorosa tarea cotidiana.
En 1976, El beso de la mujer araña resumió, en un relato de poderoso aliento dramático, todas las vertientes de la obra de Puig. Valentín, un guerrillero atrapado por las fuerzas de la represión, comparte una celda con Molina, un homosexual cuya sola aspiración es la de ser mujer y que actúa como tal. Lo que Valentín ignora -aunque de a ratos parece sospecharlo- es que Molina ha sido puesto ahí para sonsacarle datos sobre la organización subversiva; y no sorprende que Molina se enamore perdidamente de su ocasional compañero. Para aliviar el sufrimiento psíquico y físico de Valentín, Molina le cuenta los films que han alimentado su imaginación desde niño, entre ellos, La marca de la pantera y otras fantasías terroríficas por el estilo, colmadas de mujeres fatales, de zombies y de penumbras góticas. El lector entiende perfectamente que es Puig mismo quien está contando su imaginario infantil, prolongado en la edad adulta, y conoce así, de primera mano, una de las fuentes que alimentaron el talento del escritor.
La anécdota, narrada con todo el arsenal de recursos que Puig pone siempre en juego (cartas íntimas, actas policiales, conversaciones telefónicas, mensajes cifrados, descripción de películas de clase B), muestra sin vueltas la ferocidad de la represión y también, y por sobre todo, el coraje y la nobleza del homosexual despreciado y perseguido, capaz de dar la vida por amor. El beso de la mujer araña , sin duda la obra más ambiciosa de su autor, es una de las grandes novelas argentinas de todos los tiempos.
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