Condenado al desprecio y a la esperanza
En Céline secret, del que se brinda un anticipo, la esposa del discutido novelista de Viaje al fin de la noche traza un retrato notable del escritor. Considerado uno de los grandes y más originales autores franceses del siglo XX, sus panfletos antisemitas lo obligaron a huir en la posguerra y perjudicaron la difusión de una obra literaria que suscita encendidas controversias
En 1942, como los alemanes nos prohibían permanecer en Saint-Malo, donde solíamos pasar los veranos, fuimos a refugiarnos a Quimper, en el hospital psiquiátrico que dirigía el doctor Mondain. El mismo estaba un poco loco. Amante de la pintura, salía en plena noche con sus témperas y su caballete para retratar la naturaleza. Volvía por la mañana, feliz, con un cuadro completamente negro. Su mujer regularmente intentaba arrojarse por la ventana y él empleaba a sus enfermeros para que sirviesen la comida. Uno de ellos, el que había cortado en pedazos a su esposa, se había convertido en el encargado de trinchar en la cocina. Reinaba allí un ambiente alucinante, divertido y al mismo tiempo inquietante.
Por entonces, en Montmartre, el clima se volvía irrespirable. Cada tanto recibíamos por correo unos pequeños ataúdes. Louis era inconsciente. No caía en la cuenta de nada. Ya había recibido con sorpresa la noticia de la prohibición de Les beaux draps en 1941. Tampoco quería entrar en razones cuando, mientras redactaba Bagatelles... en Saint-Malo, yo le decía: "Te estás poniendo un arma en la cabeza". Hasta el final sostendría que había escrito los panfletos con un propósito pacifista. Era sincero.
Mucho después establecí un vínculo entre la herida recibida durante la guerra de 1914, que volvió a Louis completamente sordo del oído derecho, provocándole incensantes zumbidos ("un tren que corre sin parar") y el carácter alucinatorio de los panfletos.
* * *
Louis y yo llegamos a Copenhague el 27 de marzo de 1945. Dinamarca es el país más triste del mundo y está habitado por unos cerdos hipócritas.
Mi sueño era ir a España. Llevaba en mí, sin haber ido nunca allí, su cultura, sus bailes y sus castañuelas, su belleza. No iré jamás a España y lo lamento.
Nos instalamos en casa de la amiga de Louis, la bailarina Karen Marie Jensen, un pequeño departamento en el último piso y con vista a los canales.
Allí, Louis se puso de nuevo a escribir y yo a bailar. Yo le daba clases a la sobrina de Goering, que estaba casada con el hijo de un rabino.
Habíamos adoptado una nueva identidad: Louis Courtial y Lucie Jensen.
La noche del 17 de diciembre de 1945, unos policías de civil nos vinieron a arrestar. Ya he contado infinitas veces cómo, enloquecidos, intentamos huir por los tejados con Bébert. Pensábamos que unos comunistas habían venido a asesinarnos y Louis tenía incluso una pistola para defenderse y una dosis de cianuro para matarse. Después de haber descubierto las cánulas y las perillas de goma que Céline empleaba para tratar su amibiasis, la policía, sospechando algún negocio abortivo, nos condujo a la prisión. Siendo extranjera, me tomaron por una espía y me tuvieron diez días en el mismo calabozo que una criminal que había asesinado a su esposo y ocultado su dinero.
Todos los días me daban inyecciones para curar una eventual tuberculosis. De inmediato creí que Louis había muerto. Sólo más tarde supe que estaba vivo, gracias a una enfermera que hablaba francés y trabajaba a la vez con los hombres. Recuerdo que el novio de esta mujer había partido a Rusia en la división Carolingia, para combatir el comunismo. Lo mataron como a tantos otros y metieron su cuerpo dentro de una bolsa de papas, de pie hasta que cayese y se partiera el cráneo.
Me liberaron el 28 de diciembre pero tuve que esperar seis meses para poder cartearme con Louis. Entre tanto, hice tres intentos de suicidio. Nunca se lo dije a Céline, pero estaba sola, absolutamente sola en un país extranjero donde no entendía el idioma. Louis me había prohibido pronunciar una sola palabra en danés, excepción hecha de broad (pan). Su amor por el francés no toleraba ninguna transacción.
Tres veces quise matarme, tres veces tomé una gran cantidad de comprimidos, tres veces fracasé.
Muy al principio nos comunicábamos clandestinamente, a través de unos breves mensajes garabateados en hojas de papel higiénico. Después pudimos escribirnos por intermedio de Mikkelssen, el abogado de Louis.
Hoy releo esas cartas y me resultan muy alejadas de la realidad. Era atroz y normal a la vez. Yo no comía nada, me desmayaba sin cesar, escupía sangre.
Cuando iba a ver a Louis, llevaba siempre escondido en un bolso a Bébert, con su pequeño moño de nudo mariposa. No se movía y recién a último momento tendía una patita.
Bébert nos salvó la vida. Era como si viviésemos el descenso a los Infiernos de Dante.
De haber estado sola en mi habitación, me habría dejado morir. No habría realimentado sin cesar mi estufa a leña, para que diese calor, de no haber deseado que mi gato viviera. El nos proporcionaba un corazón que latía.
Sé que, para algunos, es sorprendente que Céline colocase a Bébert a la misma altura que a mí.
No podía ser de otra forma: él era todo un personaje por sí solo.
En la prisión, torturaban moralmente a Louis: la tortura de la esperanza. Muchas veces le hicieron creer que estaba libre. Lo vestían, lo metían en una furgoneta y a último momento lo conducían de regreso a la cárcel: era inhumano.
También le decían: "Hoy vas a ser fusilado".
Era un martirio. No podía hacerse todas las mañanas las lavativas calientes que necesitaba debido a su amibiasis. Perdió veinte kilos y, en muchas oportunidades, debieron internarlo en el hospital de la prisión. Yo iba a visitarlo a la sala común. Cuando un paciente moría detrás de su biombo, él hacía sonar una campana diminuta para que viniesen a llevarse el muerto. Le faltaba el aire.
Yo le tejía medias y guantes a escondidas porque, si no, Louis nunca los habría aceptado. Siempre se había negado a que yo hiciese la cocina o la limpieza. En Meudon, comíamos los guisos infectos que él preparaba. Pero, en cuanto a las tareas de limpieza, no bien Marcel Aymé le decía que alguien debía ocuparse de ellas, él respondía: "Sí, tu mujer, no la mía".
Fue en Navidad cuando nuestra vida basculó. Cada año, desde entonces, revivo para esa fecha las mismas atrocidades. Cada año, llega Navidad y caigo enferma.
Céline estuvo preso del 17 de diciembre de 1946 al 24 de junio de 1947. Al final, todo se hacía tan largo que acudí al Ministro de Justicia y éste, consultando su legajo, vio que el único motivo de inculpación era la obra Les beaux draps, escrita en 1939 y publicada en 1940. El ministro pasó la noche entera leyéndola y por la mañana hizo un llamado: "El legajo está limpio, no hay nada". Una hora más tarde había frente a mi puerta una limusina, con Louis dentro de ella.
Perfil
Primeros años: Louis-Ferdinand Destouches, conocido literariamente bajo el apellido Céline, nació el 27 de mayo de 1894. Durante la Primera Guerra se enroló como voluntario, lo hirieron y fue condecorado. En 1919 se inscribió en la Facultad de Medicina y se recibió de médico en 1924. En 1932 apareció la novela Viaje al fin de la noche, que fue recibida como una obra maestra.
Los escándalos: el libro de Céline Muerte a plazos, censurado en parte, produjo mucho revuelo. Los panfletos antisemitas Bagatelles pour un massacre y L´école des cadavres le crearon a Céline fama de nazi. Después de la Segunda Guerra el autor fue condenado a un año de prisión por su supuesta adhesión a la causa alemana, pero se le concedió la amnistía por ser héroe de la Primera Guerra. Murió en 1961.
Obras: Viaje al fin de la noche, Muerte a plazos, Conversaciones con el profesor Y, De un castillo a otro, Normance, Rigodon.
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