Cosquillas de unas pestañas en la nariz
Varios amigos, versados en ciencias complejas, pero no en las disciplinas que estudian el lenguaje, me vienen mandando desde hace años un meme que parece justificar el prejuicio de que los emojis y emoticones han hecho que los más jóvenes sufran una horrible regresión a los tiempos idos y oscuros de los jeroglíficos. Solo que hace casi exactamente dos siglos, la Piedra de Rosetta le permitió a Jean-François Champollion descubrir que los jeroglíficos representaban también sonidos. Todavía más: los egipcios fueron tan avanzados que combinaron –hasta donde sabemos, por primera vez– palabras con ideogramas. Cincuenta siglos antes del chat.
Bueno, no hace falta irse tan lejos. Un antiguo aviso de té, que encontré estos días en una cuenta de imágenes históricas de Instagram, muestra que esta práctica tan influencer, tan cool y tan modernísima de mezclar palabras con inconitos ya se le había ocurrido a alguien en 1942. Así que, en Internet, el lenguaje sigue haciendo lo que mejor sabe hacer.
Pero los prejuicios y el quejarse de lo nuevo tienen un lado todavía más oscuro que la simple discriminación y el ponerle frenos al cambio, que de todos modos es inevitable. Ese lado oscuro es que los prejuicios no nos dejan ver los problemas reales. La cultura audiovisual es otro blanco favorito de los acusadores seriales. Se le imputa haber erradicado la lectura (qué cómodo es lavarse las manos), pérdida que condujo a la desertificación de la cultura general.
Los videos, las películas, las series y los efectos especiales no tienen la culpa de nada de esto. Para quien asiste a ese amanecer del espíritu que es la curiosidad, Moby Dick seguirá siendo incomparable en las páginas de Melville, pero aprenderá a amasar pan mucho mejor con YouTube que con la más minuciosa descripción escrita. Le doy la bienvenida a la cultura audiovisual. Porque suma y porque viene a complementar nuestras bibliotecas y las colecciones de discos, de cuadros y de partituras. Pero no está libre de pecados. Solo que nos distraemos echándole culpas apócrifas.
El problema de la cultura audiovisual es su amputación sensorial. Hemos ido perdiendo contacto con el olfato, con el tacto y con el gusto. Me encantan las buenas películas, y algunas intentan hacer hincapié en los descriptores aromáticos, en la piel de gallina o en el sabor de la existencia. Pero, al revés del libro –sin ir más lejos, El perfume, de Patrick Süskind–, el cine y, sobre todo, las grandes pantallas que hoy dominan nuestros espacios comunes y están (ignoro por qué) siempre encendidas, nos limitan a solo dos de nuestros sentidos. Cierto, son los que sellan nuestra percepción. Tendemos a guiarnos por la vista y el oído. Es un sesgo. Es una adaptación evolutiva. Pero estamos sufriendo una lenta y subrepticia anestesia sensorial que nos va apartando del mundo. No sé si es una buena idea apartarse del mundo.
Durante los últimos meses, mi experimento de fin de semana dio como resultado montones de morrones, gordos y saludables, aunque más pequeños que los que se consiguen en la verdulería. Pero cuando los comimos, ¡ay! Nos mirábamos como si hubiéramos probado morrones por primera vez.
Porque no hay espacio aquí, dejemos de lado las feromonas y los aromas que le hablan a nuestra psiquis antes de que los reconozcamos, si acaso los reconocemos. Dejemos de lado el tacto de las cosas cotidianas (este teclado, el asa de la taza de té, la empuñadura de una herramienta, la ropa). Pregunto: a qué huele el cielo hoy. Cuál es la diferencia al tacto entre la hoja del laurel y la del rosal. El gusto de los besos, la sinestesia de un chapuzón, el terrón que se deshace en los dedos y el olor a principio y a final que tiene la tierra húmeda. La caricia que lo dice todo. O las cosquillas de unas pestañas en la nariz. Tengo la impresión de que aquello de detenerse a oler el perfume de las flores quizá contenga menos una monserga trillada que una admonición alarmante.
Más leídas de Cultura
Que sí, que no. El secretario de Cultura no asistirá a la apertura de la Feria del Libro y por primera vez el gobierno deja vacante su lugar
La historia de Billiken. Nostalgia, recuerdos entrañables de la infancia y diferentes formas en las que una revista te puede cambiar la vida
Lectura y escritura. 20 frases destacadas para compartir en el Día del Libro